Diez años de Ni una Menos. Grito colectivo, rabia organizada. Dolor social, desamparo y una violencia machista que se profundiza en un contexto regresivo en materia de derechos. Rosario y la bandera con el nombre de las 2957 víctimas de lesbotransfemicidios en una década. Mucho más que una consigna: la sangre que nos corre por las venas.
Fotos: Fer Der Meguerditchian
La imagen impacta: por primera vez en las marchas rosarinas, una bandera extensísima recoge los 2957 nombres de mujeres e identidades feminizadas asesinadas en los últimos 10 años en Argentina, según indica el relevamiento del Observatorio local “Mercedes Pagnutti”. Transfemicidios que nos duelen en todo el cuerpo porque, sabemos, detrás de cada uno de esos nombres hay trayectorias vitales diezmadas por la violencia machista más extrema.
1981 niños y niñas quedaron huérfanos, perdieron a su madre en manos femicidas que en más del 60% son de parejas, ex parejas o familiares. Los observatorios feministas revelan el dato; lo inocultable. La dimensión de una problemática social que el actual gobierno nacional decide negar e invisibilizar con una política cruel de desfinanciamiento, vaciamiento y destrucción de programas claves como Acompañar, ENIA, Línea 144, entre otros.
Hace diez años el hartazgo se transformó en potencia colectiva. Las calles de más de 80 ciudades del país explotaron tras el femicidio de la santafesina Chiara Paez cuyo cuerpo fue enterrado por quien era su novio. Fuimos tsunami, marea, rabia organizada. Ese 3 de junio de 2015 en Rosario más de 20 mil personas participaron de la convocatoria, muchas chicas que tenían la edad de Chiara: 14, 15, 16 años como Ema, Micaela, Joana, Alexia. Para ellas era su primera marcha, su primer Ni Una Menos.
En estos diez años hubo avances, también retrocesos en materia de derechos. Los feminismos no abandonaron el espacio público. Tampoco los territorios más vulnerados, donde las mujeres de los barrios se organizan para sostener la vida; para crear colectivamente estrategias de supervivencia frente a las políticas brutales de ajuste económico que profundizan todo tipo de violencias. El retiro del Estado en materia social deja a la deriva y a la intemperie a miles de esas mujeres que hoy ya no cuentan con programas de asistencia ni prevención contra la violencia de género. Lo que sí tienen -aunque desbordadas y asfixiadas- es a las organizaciones que siguen construyendo red y tejido social.
“Haber visto hace 10 años la posibilidad de que explotáramos y saliéramos a la calles todas juntas fue algo maravilloso. Y hoy cargar esta bandera es muy movilizante”, dice Inés, docente jubilada en la movilización que este 3 de junio en Rosario se extendió unas diez cuadras. Josefina tiene 23 pero no olvida que a sus 13 años marchó junto a sus amigas que empezaban a formarse y a militar en la propia escuela. Cuando le pregunto qué significa Ni Una Menos, se le llenan los ojos de lágrimas. La consigna es mucho más que un lema feminista: es la sangre que nos corre por las venas. “Está ligado a mi vida, a mi lucha. Estoy muy emocionada también por llevar esta bandera”. “Se me pone la piel de gallina estar acá, pero lo importante es que nos mantenemos en pie” cuenta una de las mujeres que lleva la pechera de Barrios Originarios Rosario. “En los barrios está todo muy complicado. Tenemos 40 espacios donde las compañeras son que la llevan adelante los comedores y merenderos. Trabajamos con jóvenes pero este año está más difícil que nunca”, dice y revela una foto descarnada de la situación social en Rosario. “Hay muchos jóvenes que quedan fuera del programa Nueva Oportunidad. Nosotros contamos solamente con 6 cursos, pero acá estamos, poniendo el pecho”.
A la cabeza de la marcha está la incansable Eva Dominguez de Atravesados por el Femicidio. Diez años de lucha. “Que tengamos como familiares esta bandera es fundamental porque no sirve para visibilizarnos, para entendernos, para abrazarnos, para gritar. Es todo un trabajo colectivo y es necesario ver todo el apriete que estamos teniendo”. A Eva le alcanza una palabra para definir la política estatal: “Terrible” y hace foco en las infancias huérfanas. “Ahora no hay nada. Y para acceder a la ley brisa nos piden el expediente completo pero los tiempos de la justicia son otros. A los chicos hay que darles de comer, vestirlos, llevarlos a la escuela. Los chicos huérfanos por femicidio están desamparados”.
Gabriela Sosa, con extensa militancia en género e integrante de la organización Mumalá analiza: “estamos muy preocupadas porque las condiciones han empeorado. La eliminación de los programas que teníamos aún escasos, pero que hoy ni siquiera figuran en la grilla de los programas de políticas publicas nacionales. Creemos que eso es bien material y concreto, en articulación con los discursos odiantes van a multiplicar las violencias y naturalizar prácticas machistas que al menos habíamos logrado visibilizar fuertemente y que la respuesta, sin terminar de que sea efectiva e integral, al menos las provincias habían emprendido la creación de políticas importantes. Hoy vemos que el panorama nacional es sumamente complicado, pero las provincias y municipios tampoco están a la altura de las circunstancias reemplazando eso que han eliminado”. En cuanto a estadísticas, Sosa puntualiza lo que sucede en Rosario: el gran número de mujeres asesinadas en contexto de narcocriminalidad en estos 10 años. “Nuestro Observatorio registró 337 femicidios de mujeres e identidades feminizadas en Santa Fe, pero tiene una composición que no se da en otra provincia porque 118 de ellas son asesinadas en contexto de enfrentamientos de bandas vinculadas a las economías delictivas, que si bien el número viene bajando no deja de ser sumamente preocupante porque las condiciones que generaron que las mujeres caigamos en esas redes delictivas se van a profundizar. Por lo tanto estamos siendo arrojadas a un escenario de mayor violencia”.
Gabriela destaca la bandera y resalta lo que otras voces también marcan: la potencia de ver tantos nombres escritos sobre esa larga tela blanca. “Hay historias, familias, muchas de ellas que ni siquiera llegaron a tener una sanción de justicia. En el caso de las víctimas de violencia urbana, la mayoría de los casos los perpetradores materiales son unos y los instigadores intelectuales son otros y son desconocidos. Lo largo de la bandera es una muestra de la cantidad de familias golpeadas por esta problemática”.
Un poco más adelante, sosteniendo la misma bandera, está Soledad, integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en Rosario que hace días celebró sus veinte años de lucha. Sus palabras también describen un escenario marcado por el profundo retroceso en el acceso a la salud sexual y reproductiva en Argentina, incluida Rosario, ciudad pionera en garantizar abortos seguros en los efectores públicos. “A la ley de IVE no necesitan derogarla. Con solo no enviar anticonceptivos ya tenemos un problema. Con solo no garantizar equipos en los distintos niveles de salud ya tenemos un problema en lo que significa el acceso. Igual, acá estamos. Marcando agenda al Estado en sus tres niveles porque consideramos que los estados provinciales y municipales tienen que garantizar con equipos e insumos. En Rosario también estamos viendo un retroceso porque hay achicamiento en los equipos en los centros de salud. A su vez, estamos trabajando en un proyecto con la Universidad de sumar los puntos verdes y articulamos con la secretaria de salud de la municipalidad y también con la provincia, pero sí notamos y sentimos que hay falta de comunicación, que hay poca información sobre la ley”. Emocionada por el sentido de estos diez años del Ni una Menos, Soledad vuelve a rescatar la importancia de la calle; de ocuparla como siempre lo ha hecho el movimiento feminista. “Nuestra Campaña es una Campaña por los derechos humanos y vamos a estar siempre acompañando todas las luchas”.
Frente a las puertas de Gobernación, sobre Santa Fe, se extiende la bandera. Si la medimos en pasos, son más de setenta. Si la medimos en nombres, son casi 3000. Si la medimos en metros, son cerca de 50. Pero no existe ninguna unidad de medida para el dolor social. Son rostros; cuerpos, vidas, sueños, historias, familias, amigos. Comunidades partidas por la violencia. Un grupo de jóvenes enciende las velas. La plaza San Martín se ilumina a lo lejos. Una de las mujeres de los tantos barrios que caminan en la marcha, dice “somos las voces de las que ya no están”. El conjuro es un abrazo de repudio y resistencia, como se lee en el documento elaborado en asamblea. Necesitábamos volver a mirarnos a los ojos. “Crear una política nueva que nombre el porvenir y nuestras memorias” reza el documento. Habrá que grabarlo como mantra. Desafío enorme de las luchas que vendrán.