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Pararse en la dignidad

  • 10/11/2025
  • María Soledad Iparraguirre
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El libro recientemente publicado «Pararse en la dignidad» (CFP24 Ediciones) de la periodista Soledad Iparraguirre narra la historia de un grupo de madres que supo transmutar el dolor en voluntad y atravesar, al decir del pensador uruguayo Raúl Zibechi, el desierto social. Pararse en la dignidad trae las voces de las Madres de Ituzaingó Anexo  Línea Fundadora que entre otras acciones, motorizaron el bloqueo de casi cuatro años por el que Monsanto debió dar marcha atrás en la construcción de la mayor planta procesadora de maíz transgénico en la localidad de Malvinas Argentinas, provincia de Córdoba.

Pararse en la dignidad  es la narración de una historia que requiere ser contada para hacerse experiencia, transmisión necesaria para la memoria de los pueblos, señala en el prólogo Guillermo Folguera, biólogo y filósofo, investigador del CONICET.

Agregaría, a título personal, que el texto es el reflejo de una búsqueda. Una búsqueda que no cesa y se hace camino, huella, refugio. Pararse en la dignidad nació de la admiración hacia un grupo de madres que supo trasmutar el dolor en voluntad y atravesar, al decir del pensador uruguayo Raúl Zibechi, el desierto social. Y vaya si lo atravesaron.

Las madres de Ituzaingó Anexo –puñado de amas de casa de un barrio obrero postergado que irrumpió un escenario social profundamente adverso (el primer relevamiento de enfermos y muertos data de diciembre de 2001)- debieron dejar la rutina cotidiana y salir a pelear por la vida de sus hijos. Fueron ninguneadas, tratadas de locas, censuradas y reprimidas.

Las madres iniciaron un recorrido forzoso que no solo logró mejoras tangibles en la calidad de vida del barrio (asfalto, recambio de los tanques de agua con residuos de metales y endosulfán y de los transformadores con PCB) sino que irrumpió hacia estamentos presuntamente incuestionables; la ciencia y la justicia. Aquello que convenimos en llamar justicia debió dejar de lado su ceguera y su mudez frente a la certeza del desmadre sanitario provocado por un modelo de monocultivos que enferma, contamina y mata.

La porfía de este puñado de mujeres posibilitó que los productores sojeros responsables de contaminación ambiental fueran llevados al banquillo de los acusados, proceso sin precedentes en la América profunda. La burla que significó la condena a tres años no efectiva las sumió en otro dolor que, sin embargo, volvieron a ser capaces de trasmutar. Y allí fueron las madres, a motorizar el bloqueo de casi cuatro años por el que Monsanto debió dar marcha atrás en la construcción de la mayor planta procesadora de maíz transgénico en la localidad de Malvinas Argentinas, cercana a barrio Ituzaingó.

Madres que enfrentaron los mosquitos en los campos, cuando, a pesar de la legislación vigente, los sojeros pretendían usar la noche como escudo para fumigar. Madres que antepusieron sus cuerpos y se tiraron frente a los camiones para impedir su ingreso a la planta envenenadora. Madres, llevando a sus chiquitos al área de Oncología pediátrica. Madres, que irrumpieron dentro del ámbito de una ciencia poco proclive a cuestionar la connivencia académica con las corporaciones extractivistas y contaminantes. Madres que inspiraron, entre otros, al embriólogo Andrés Carrasco, cuyo estudio de laboratorio en la Facultad de Medicina de la UBA determinó la devastadora toxicidad del glifosato (herbicida pilar del modelo) en dosis mucho menores a las usadas en los cultivos transgénicos. Madres que, a partir del amoroso vínculo gestado con el científico, abrieron camino a un puñado de investigadores reunidos en la llamada Ciencia Digna que trabaja, investiga y denuncia, a partir de la comprobación empírica, a la par de las comunidades y los territorios afectados. Madres, otra vez, pariendo lucha en la historia reciente de nuestro país.

Decía, líneas arriba, que este libro es también resultado de una búsqueda. Búsqueda, por un lado, de la transmisión del legado de estas mujeres faro, para que su grito no quede ahogado en el silencio pero también, búsqueda de una interpelación interna, hacia los colectivos de derechos humanos.

A partir de mi escritura y posicionamiento político (esto es; la certeza férrea de que no debemos abandonar un ápice la denuncia de las atrocidades cometidas por el Terrorismo de Estado bajo la última dictadura cívico-eclesiástico militar ni dejar de acompañar a quienes vieron truncadas sus vidas por la tortura y la represión) transito desde hace muchos años los espacios de organismos de derechos humanos.

Pero allí, lugar de encuentro y lucha, no suelo hallar acompañamiento en la denuncia de los casos de violaciones a los derechos humanos de los que son parte, los pueblos fumigados, o al menos, la voluntad de tornarlos visibles. Las comunidades afectadas por la bomba química que, cual mancha venenosa cae de las avionetas, no son solo los costos colaterales del modelo; son víctimas de leucemia, autismo, malformaciones múltiples, púrpura, cáncer y una larga lista de patologías asociadas a la contaminación provocada por una práctica avalada por el Estado.

Pararse en la dignidad trae las voces de las Madres de Ituzaingó Anexo  Línea Fundadora pero apunta asimismo, a interpelar el debate sobre quienes son las víctimas de violaciones a los derechos humanos básicos del hoy (derechos presentes en la Constitución Nacional y en la legislación vigente).

 En un contexto hostil, bajo el gobierno de una coalición de derecha negacionista confesa del cambio climático, en el período de mayor retroceso democrático, urgen las voces de las madres, amas de casa paridoras de lucha, mujeres que expulsaron a una de las corporaciones extractivistas más beneficiadas por los sucesivos mandatos. Que la escritura, la palabra y el testimonio aporten a la urgente necesidad de denunciar y visibilizar este genocidio encubierto, por goteo. Que alguna vez, nuestra sociedad sea capaz de gritar a viva voz: pueblos fumigados, Nunca Más.

Cruzar todo límite

Fragmento del capítulo IV historia de un bloqueo

-¿Te acordás de mí?- le preguntó el hombre que viajó a su lado apuntándola con un arma. Amedrentada; amenazada, golpeada y violentada. La escalada de amenazas contra Sofía había llegado al punto más álgido. “-Yo le dije que sí. Y me dijo que no me quería ver más en el acampe contra Monsanto porque mis hijos iban a sufrir las consecuencias-«, recuerda.

Asistida por su abogado Darío Ávila, la referente de las madres brindó el 28 de abril de 2014 una conferencia de prensa, en la que también estuvieron presentes el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación en Córdoba, Claudio Orosz; Medardo Ávila Vázquez en representación de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, su entrañable compañera María Godoy y vecinos de Malvinas Argentinas, entre otros. Visiblemente quebrada, Sofía no pudo más que pedir clemencia. Días antes, había recibido notas en su lugar de trabajo: «No vivirán”, decían unos papelitos blancos que alguien, misteriosamente, le dejó. Con anterioridad dos personas la habían esperado en la parada de micros donde se bajaba para ir al trabajo; esta vez la amenaza incluía a su hijo. Habían cruzado todo límite. «No hice la denuncia porque estaba haciendo todo lo que me pedían. Me pidieron que no fuera más al acampe y no fui más, me pidieron que cerrara mi Facebook y lo cerré. Hice todo y me siguieron amenazando, tengo mucho miedo», clamó. «Estamos dispuestos a dialogar con Monsanto, con (el gobernador José Manuel) De la Sota, con el intendente (de Malvinas Argentinas, Daniel Arzani). Pero por favor, que esto pare». Monsanto, por su parte, negó cualquier tipo de vinculación con los hechos. «La compañía desmiente cualquier tipo de vinculación con las supuestas amenazas que la señora Sofía Gatica denuncia. Si bien desconocemos la existencia de estas supuestas amenazas, en cualquier situación, condenamos los actos o intimidaciones hostiles hacia cualquier ciudadano”, señaló una de sus voceras en un escueto comunicado.

En agosto de 2016, una línea y media de un escueto mensaje, acaso el más esperado, recorrió los celulares de las madres y los integrantes de la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida: Monsanto puso a la venta su terreno y se desactiva el proyecto. El jueves 25, finalmente, en una nota firmada por el periodista Walter Giannoni el diario La Voz del Interior dio la primicia. “-Esta lucha significa que se puede vencer a una de las corporaciones más grandes del mundo. Unidos, organizados y con perseverancia. Hemos estado mañana, tarde y noche, con frío y calor, bancando persecuciones, armas, que se te metan en tu casa, que te peguen. Hemos tenido que poner el cuerpo y no hemos bajado. Si bien se dice que a Monsanto la quiere comprar Bayer, saben que tampoco van a poder instalarse, porque les va a pasar lo mismo. Es el triunfo de un pueblo. Lo que buscábamos era la libertad sin corporaciones”, precisó Sofía. La noticia de la retirada de Monsanto se hizo pública casualmente la misma jornada en que se conoció la sentencia del mega juicio La Perla por el que el Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba condenó a cadena perpetua a veintiocho genocidas, entre ellos Luciano Benjamín Menéndez, ex jefe del Tercer Cuerpo del Ejército en la dictadura y máximo responsable de los crímenes cometidos en la zona, hallado culpable por 282 desapariciones de personas, 52 homicidios, 260 secuestros y 656 casos de torturas cometidas en el centro clandestino de detención La Perla-La Ribera. “Es un doble festejo. Es una emoción grandísima que, en el día de esta sentencia histórica en Córdoba, se conozca la noticia que Monsanto se va. Aunque hay que decir que Monsanto se fue hace rato. Lo sabemos porque no está. Y hay que decirlo: estamos hablando de los mismos genocidas, pero con distintas armas. Nos desaparecieron antes y nos estaban desapareciendo ahora. Nosotros pudimos”, indicó Gatica.

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María Soledad Iparraguirre

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