Michelle Vargas Lobos se recibió de enfermera profesional y completa así un círculo dedicado a eliminar prejuicios sobre la comunidad LGTBIQ+ y a expandir sus posibilidades de crecimiento: “Yo sobreviví y es como que tengo la obligación y la responsabilidad de seguir”, dice.
Foto: Sin Cerco
Tejedora de tiempo completo o laboriosa travesti de las periferias, Michelle Vargas Lobos, más conocida como “la Miya”, es algo más que una piba que sobrevivió a la falta de oportunidades. Obstinada en perforar, no un techo de cristal, sino un muro de piedras, se abrió camino a través de un enorme boquete que le hizo al sistema heterosexual. Antes de comenzar, es necesario repasar algunos hitos de su historia: migrante, trabajadora sexual, asesora legislativa, secretaria del Programa Andres Rosario (PAR), presidenta de la cooperativa Juntas y Unidas, y recientemente enfermera profesional.
Ella dice que su título universitario también es un logro colectivo, que nada hubiera sido posible sin la militancia política y sin el apoyo del aquelarre disidente que la sostiene en cada aventura. En la organización Comunidad Travesti – Trans aprendió la importancia de ocupar todos los espacios posibles, porque casi todo le fue negado en un principio, y de hacer de cada territorio un espacio de lucha. Por eso hizo carne aquello que alguna vez profetizó Lohana Berkins al decir que “si una travesti va a la universidad, le cambia la vida; pero muchas travestis dentro de la universidad, le cambian la vida a toda la sociedad”.
Ella dice que su título universitario también es un logro colectivo, que nada hubiera sido posible sin la militancia política y sin el apoyo del aquelarre disidente que la sostiene en cada aventura.
Con esa misión, su paso por la Escuela de Enfermería estuvo signado por la prepotencia de querer cambiar las cosas que estaban mal, como un viejo texto que seguía asociando el VIH/SIDA con la homosexualidad que finalmente fue descartado de la bibliografía, o la asignación de género a los maniquíes en los talleres de simulación, un espacio de práctica para las y los estudiantes. Michelle cuestionó la linealidad con la que se identificaba a los muñecos que emulaban pacientes ¿si tiene tetas es únicamente una mujer cis?. La pregunta disparó la incomodidad del cuerpo docente y derivó un proyecto que eliminó esa prerrogativa.
“Son pequeñas cosas que para mí hacen la diferencia”, asegura Vargas. No hay arrogancia en su decir, sino más bien una responsabilidad por los lugares que pudo ocupar. Es consciente también de que su cuerpo y su presencia en los pasillos universitarios son un instrumento para la batalla: “A las profesoras les explicaba que muchas chicas, sobre todo las más grandes, tienen aceite de avión en lugar de silicona, y que pueden darse cuenta a través del tacto. Son todos saberes de la calle o de la cultura travesti que puede llevar a la academia donde casi todo viene de los libros”.
Más allá de los avances de los últimos años, Michelle sostiene que muchas de las situaciones problemáticas que ocurren en un consultorio o en un aula con las personas LGTBIQ+ están relacionadas al déficit en la formación de los futuros profesionales. De ahí la insistencia en habitar esos espacios en su doble condición de alumna y travesti: “Todavía pasa que vamos a un consultorio y no saben cómo dirigirse a nosotras, aún estamos en ese momento donde no saben si sos ella, él o elle, o sí tenés que ir al urólogo o al psicólogo. Esto no solo pasa en enfermería, sino en casi todas las carreras”.
Pero su historia en la universidad no empezó cuando se inscribió en enfermería. Mucho antes, cuando el Congreso de la Nación se preparaba para aprobar la Ley de Identidad de Género, Michelle acompañó la lucha de Alejandra González, trabajadora no docente de la Facultad de Ciencias Bioquímicas. Con los años, y tras su fallecimiento, junto a sus compañeras de militancia impulsaron el cupo laboral travesti, trans y no binarie en la UNR con su nombre para homenajearla. “Cuando empezamos a ir a la Facultad con Ale nuestro objetivo era llenarla de maricas, travestis y putos, y creo que este objetivo lo estamos cumpliendo”.
“A las profesoras les explicaba que muchas chicas, sobre todo las más grandes, tienen aceite de avión en lugar de silicona, y que pueden darse cuenta a través del tacto. Son todos saberes de la calle o de la cultura travesti que puede llevar a la academia donde casi todo viene de los libros”.
Ahora, a pocos meses de haber egresado, Michelle recoge la cosecha de sus días en la carrera y recuerda, por ejemplo, como sus ex compañeras y docentes se solidarizaron con ella cuando el presidente Javier Milei arremetió contra la diversidad sexual en el Foro Económico Mundial de Davos tratando de asociar homosexualidad con pedofilia, y mintiendo sobre los tratamientos hormonales para las personas trans: “Las profesoras me mandaban mensajes, me decían que no estábamos solas. Eso me marcó mucho porque yo ya me había recibido y sentí que algo quedó de mi tránsito por la Facu”.
Cuidar también es un oficio travesti
A “la Miya” la conoce todo el mundo. Es una referente natural. Con los años, logró consolidar una posición de liderazgo y respeto entre las organizaciones LGTBIQ+ sin ocultar su filiación peronista. Sus arengas son un clásico durante las marchas del orgullo en cada primavera, y en las asambleas feministas, su voz tiene peso. Por eso su performance en la universidad tampoco fue muy distinta: “Cuando estaba en el primer año ya conocía a gente de tercero, en Medicina todos saben quien soy, y eso está bueno porque fui construyendo una relación de respeto con mis compañeros”, dice.
Su popularidad también le permitió tejer alianzas con otras alumnas y egresadas de la carrera que, al igual que ella, pertenecen al colectivo travesti – trans. Vargas explica que enfermería es una profesión muy feminizada, con mayoría de mujeres o varones gays, y atribuye este fenómeno a la relación que existe con las tareas de cuidado. “Yo creo que el cuidar de otras personas es algo innato que tenemos los seres humanos, más allá de que nosotras hemos sido relegadas a este lugar dentro de la sociedad. Creo que es una de las razones por la que muchas compañeras siguen este camino”.
En este sentido, recuerda que cuando ejercía el trabajo sexual en torno a la plaza Libertad, en el barrio del Abasto de Rosario, ya existían redes de cuidado entre las propias compañeras: “Dentro de la comunidad de travas y maricas la cuestión del cuidado es más fuerte que en otros lugares. Cuando me vine a trabajar acá, en el 2003, la zona de Mitre y Pasco era otra, mucho más insegura. Entonces nos juntábamos en una esquina entre 5 o 6 compañeras para cuidarnos entre nosotras. Anotar la patente del auto al que nos subíamos o recordar el color del auto es una lógica de cuidado”.
Michelle asegura que otro de los motivos por el que las diversidades sexuales eligen enfermería es la salida laboral: “Es una carrera corta, son tres años, es muy intensa y no es nada fácil”. Y es que con la precarización general que sufren las y los trabajadores en la era libertaria, las identidades disidentes de la norma binaria (varón-mujer) tienen muchos más obstáculos para insertarse en el mundo del trabajo. Los cupos en el sector público no alcanzan a dar respuesta a la demanda de toda la comunidad, y en el sector privado aún persisten fuertes sesgos discriminatorios.
“Yo creo que el cuidar de otras personas es algo innato que tenemos los seres humanos, más allá de que nosotras hemos sido relegadas a este lugar dentro de la sociedad. Creo que es una de las razones por la que muchas compañeras siguen este camino”.
Por eso, una de sus preocupaciones por estos días es acompañar a las chicas en su paso por la universidad, sean alumnas o trabajadoras. Como integrante del Área de Géneros y Sexualidades de la UNR, tomó la posta en el programa PIEL, un dispositivo que recibe consultas de las distintas facultades y está preparada para intervenir en situaciones conflictivas; desde profesores que tienen una actitud hostil hacia las disidencias, hasta trabajadores no docentes que desafían la convivencia con sus compañeres de la comunidad LGTBIQ+.
Como si todo esto fuera poco, la Miya también se hace espacio en su agenda para conducir los destinos de Juntas y Unidas, la cooperativa fundada en 2019 por un grupo de mujeres trans para brindar servicios de cuidado a adultos mayores. Hoy buscan expandirse hacia otros rubros como el sector textil con el funcionamiento de un taller de costura, y en la capacitación a instituciones en temas de género y diversidad; también promueven la realización de ferias y clases de gastronomía. Casi todo en alianza con el Programa Andrés Rosario, en el que ocupa el cargo de secretaria general.
“A veces me tomo el colectivo y pienso ‘que loco me estoy yendo a trabajar’. Y siempre me acuerdo de Ale (González). Yo sobreviví y es como que tengo la obligación y la responsabilidad de seguir, pero también tengo muchas ganas de vivir”.
“Yo vivo con alegría en mis laburos. Estuve precarizada mucho tiempo y sin embargo hacía las cosas con la misma emoción que tengo hoy”, dice. Hablamos del pluriempleo, de lo largo que se hacen los días corriendo de acá para allá, de tener tiempo para descansar y disfrutar con las amigas, de cómo cuesta llegar a fin de mes, pero también de lo que significa seguir en carrera pese a todo: “A veces me tomo el colectivo y pienso ‘que loco me estoy yendo a trabajar’. Y siempre me acuerdo de Ale (González). Yo sobreviví y es como que tengo la obligación y la responsabilidad de seguir, pero también tengo muchas ganas de vivir”.