Se cumple un nuevo aniversario de aquella rebelión popular que salió a las calles a reclamar derechos y manifestarse contra la desocupación y la pobreza. El estallido social encontró la represión policial organizada como única respuesta por parte del Estado. En Rosario, todos los años se realiza un acto frente a los Tribunales, la gran casa de la justicia donde a 14 años, prevalece la impunidad para la gran mayoría de los asesinatos cometidos durante el 19 y 20 de diciembre de 2001.
Por María Cruz Ciarniello
Diciembre, 2015.
10 de la mañana. Tribunales Provinciales de Rosario es el lugar elegido para seguir reclamando justicia por las crímenes de 2001. Pasaron 14 años y la impunidad es lo que prevalece en el tiempo. Pero también lo hace la persistencia de la lucha social de las familias y las organizaciones del campo popular que nunca olvidan las muertes que provoca el Estado a través de sus fuerzas de seguridad.
Aquellos días de diciembre, el pueblo salió a la calle. La rebelión popular frente al hambre y la desocupación que azotaba al país encontró como respuesta una feroz represión policial. Salieron a matar, de forma organizada y sistemática. En Rosario, la mayoría de esas muertes fueron de pibes jóvenes y de barrios populares. También hubo una selectividad para apuntarle a los militantes sociales como Claudio Lepratti y Graciela Acosta.
Desde aquellos negros días de diciembre, el acto frente a los Tribunales es un ritual que transforma el dolor en lucha. Esa es una de las consignas. La otra, la que parió la organización y la búsqueda de respuestas y responsabilidades políticas, es la que dice que la “justicia la construimos entre todos”. En la mayoría de los asesinatos, los policías imputados fueron sobreseídos, e incluso, premiados tiempo después. Una muestra concreta de cómo el poder político se recicla y la justicia que se administra en los Tribunales, ampara la impunidad a costa del dolor de las familias.
Pasaron 14 años y las palabras de Celeste Lepratti, de Sara Campos, de la hermana de Juan Delgado y de Mary, la esposa de Rubén Pereyra, son exactamente las mismas. Pero algo cambió: los pocos responsables materiales de los crímenes que fueron condenados ya están en libertad; Carlos Reutemman, quien por ese entonces era el gobernador de la provincia, acaba de renovar su banca de Senadores –ahora de la mano del PRO – y con ella, los fueros que le permiten la inmunidad. La ausencia de algunos familiares también duele: ya no está Orlando, el papá de Pocho, ni Gregoria, la mamá de Walter. El frente de los Tribunales, por calle Balcarce, sigue estando colmado de banderas que renuevan los reclamos de justicia por otros casos de violencia institucional o de género.
Ayer, por ejemplo, se sumó la desesperación de la familia de Ariadna, una joven de 15 años que está peleando por su vida en la cama de un hospital como consecuencia de los golpes que le provocó su papá. La mamá de Ariadna fue una las personas que se sumó al acto convocado por la Asamblea del 19 y 20.
“Hoy es muy triste ver también tantas banderas de distintos casos, que nos habla de lo que venimos denunciando, de esta impunidad que crece. Son 14 años que podemos resumir en la más absoluta impunidad. Ningún juez santafesino creyó necesario ni siquiera llamar a declarar a Carlos Reuteman, donde la mayoría de los muchos policías involucrados en los asesinatos siguen en funcionados, unos cuantos fueron premiados por su accionar en aquellas jornadas, y no estamos satisfechos con las tristes condenas recibidas, como el caso del policía Quiróz que asesinó a Graciela Acosta y que recibió 10 años. O el policía que asesinó a Walter Campos que le aplicó la ley de fuga y que lo mató por la espalda. Y la justicia determinó que eso fue un homicidio pero en legítima defensa de terceros, porque la justicia nunca salió a investigar ni nunca escuchó las voces de quienes estamos del lado de las víctimas, ni recogió las pruebas de la Comisión Investigadora No Gubernamental. Plantaron un arma que nunca se encontró. Mucho tiempo después, cuando se cumplían los 10 años de la masacre, habíamos comenzado a encontrarnos en los lugares donde muchos de los asesinados/as habían crecido y vivido. Y así nos encontramos en Empalme Graneros, donde vivían los Campos y en el mismo lugar donde murió Walter, y en esa Asamblea que compartíamos se acerca una vecina y ella dice “yo ví cómo lo masacraron a ese chico y no tenía nada”, expresó la actual Concejala por el FSP, Celeste Lepratti, quien continuó su relato para dejar en claro que de los Tribunales no esperan nada.
“Creemos que no van a venir las respuestas de este lugar. Insistimos que hay una justicia que hacemos entre todos y que viene de un lugar mucho más profundo y humano. Y que son pequeños actos de justicia como el de hoy, cuando a la tarde marchemos junto a la familia Perassi. Que nos anima a seguir andando. Nos damos fuerza de esa manera. La memoria es muy importante que no permitamos que se olvide. El Pro es el mismo espacio político que tiene en sus filas militantes a Esteban Velazquez, el policía que le disparó a Pocho. Era el responsable en tiempos de campaña de un local muy importante del PRO en Arroyo Seco. Y cuando asumía el actual presidente Macri, estaba como invitado en las primeras filas, Fernando de la Rúa. Pasaron distintos gobiernos en lo provincial y nacional, y hay una responsabilidad muy grande compartida por todos.”
Sara Campos es la hermana de Walter. Ella contó cómo fue la llegada de su familia a Rosario, la que se asentó en el barrio de Empalme Graneros. “La Monja Jordán es una persona que abusó mucho de la comunidad qom e hizo cosas que no debía hacerlo. Ella nos empezó a perseguir porque mi mamá no pertenecía a su religión. Hizo denuncias falsas en la Comisaría 20, y sin orden de allanamiento, los policías se llevaban a mi hermano Walter. A causa de eso, el 21 de diciembre de 2001, un francotirador, Omar Iglesias, junto con policías de la 20, viene a la villa, y una señora anuncia que dos muchachos estaban por robarle cuando las cajas ni siquiera habían llegado. El policía Ojeda le apunta a mi hermano, y mi hermano se dio a la fuga con otro pibe, corrió y lo persiguieron más de 100 metros hasta llegar al Arroyo Ludueña, hasta que el francotirador le dispara por la espalda, después le plantan el arma, y dicen que fue en defensa de terceros. A mi hermano, la policía lo verdugueaba día y noche. Estos no son casos aislados.”
Mary lleva el dolor de haber perdido a su compañero por aquellos días. Tenían una pequeña hija en común que hoy ya tiene 15 años. “Rubén fue uno de los asesinados. Tenía 20 años. La justicia nunca llega. Hoy estuvimos en el Cementerio La Piedad recordando a nuestros familiares. Y a 14 años, la causa de Rubén quedó sobreseída, no se hizo nada. Y yo veo que en Buenos Aires se está haciendo un juicio, y yo digo, acá ni siquiera hay un juicio. Nos cansamos de golpear puertas y nunca nos llamaron para nada”. A Rubén lo asesinaron en su barrio de Las Flores. Su sueño era poder festejar el cumple de 15 de Aldana.
“A mi hermano lo dejaron morir como un perro”, señaló Catalina, la hermana de Juan Delgado, el joven que fue asesinado en la zona de Pasco y Necochea y que también, al igual que tantos, esperaba por una caja de alimentos en esa calurosa tarde de diciembre. Juan, de 28 años, tenía el corazón de oro, como dice su hermana Catalina. En su cuerpo, según acredita la autopsia, se registraron 5 disparos de arma de fuego, fuertes golpes y heridas de bala de goma.
Yanina García salió a buscar a su hijita y a medio metro antes de llegar al umbral de su casa, una bala policial, del mismo calibre que la de Ricardo Villaba, la quemó por dentro. Cuentan testigos que los únicos que estaban con escopetas y tiraban tiros al aire, eran policías. Ella tenía 18 años.
También estaba presente la mamá de Marcelo Pacini, asesinado en la ciudad de Santa Fe. No dijo mucho, apenas lo justo y necesario: justicia.
Muchos de los hijos que dejó la militante social Graciela Acosta, hoy viven en la extrema pobreza. A Graciela la asesinaron en Villa Gobernador Gálvez. Eduardo Nocetti, un reconocido periodista de la ciudad y un testigo de lo que sucedió en Gálvez “sostuvo que al ver la forma en que la policía disparaba, se acercó a los agentes para preguntarles si estaban disparando balas de goma con las pistolas. Los policías le contestaron: “…a los negros estos si no le damos con plomo, no los paramos con nada”.(Fuente: Informe año 2002, CELS.)
A Pocho le quemaron la garganta cuando estaba sobre el techo de la Escuela Serrano de las Flores. “No tiren que acá hay pibes comiendo”, alcanzó a gritar. Lo que nunca imaginaron es que a Claudio Lepratti, ese mismo día, lo estaban sembrando. Lo multiplicaron en banderas, en organizaciones, en bicicletas, en rebeliones, en movilizaciones, en sueños y guisos populares. Pocho está más vivo que nunca.
Huellas de hormigas
Las voces de los familiares siguen siendo el eco que cada año, para esta fecha, aparece como una voz colectiva en un desierto de respuestas que nunca llegan. Pero al mismo tiempo, son las luces de esperanza que se encienden para mantener viva la memoria, para que el lino rojo siga dejando sus huellas de hormigas en los barrios y en las calles.
Por ello, durante todo el fin de semana, Ludueña y Villa Banana serán lugares de encuentro y fortalecimiento. Es cierto, han pasado 14 años y la actual situación política y social genera desconsuelo. Los días de 2001 se vuelven como fuegos que queman y que serán necesario recordar, una y otra vez, para que la historia no vuelva a repetirse como tragedia. “Porque la memoria es subversiva, subvierte el presente, por un momento lo sumerge en sombras, en una sabiduría sombrosa que ayuda a presentir el futuro. Los muros y paredes de las barriadas de Rosario son subversivos. Tienen el raro atributo de soltar palabras; de reunir, en imágenes cargadas de calor y color, pasado y presente, memoria que alborota, recuerdos que echan a rodar el mecanismo de la rebeldía. En Ludueña hay un muro que dice: “Cuando la cana nos tira, el que apunta es el gobierno”, escribió alguna vez, el periodista Hernán López Echagüe. También lo hizo Gustavo Martinez, entrañable amigo de Claudio Lepratti.
Muchas salieron a caminar por las calles. A encontrarse en las esquinas. A compartir la palabra, que se fue haciendo grito colectivo Porque el pan estaba ausente y ausente estaba la democracia y la justicia. Hay listas que hablan de esto, y de más también… Pero las listas no alcanzan para explicarnos algunas cosas… Por ejemplo: que otra y otra y otra vez en la historia, las hormigas mayores, (hormigas papás y hormigas mamás) despidieron los cuerpos de las hormigas mas chiquitas: Los padres no deberían estar en el velorio de sus hijos.(Fragmento del texto Lino Rojo)
Y son estas palabras la que, a 14 años, se nos vuelven como tiros en la memoria. Porque hay papás y hay mamás que todavía siguen enterrando a su hijos, muertos por la policía.
Porque todxs lxs que dijimos que se vayan en aquel 2001, hoy volvieron. Como bien escribe Liliana Daunes: “Volvieron todos. Que se vayan ellos, murmuro como quien grita, como quien calla, como quien revienta, como quien despierta. Ellos que volvieron. Que nunca terminaron de irse”.
Pero hoy también, los linos rojos siguen dando brotes como lo hacen en la casa materna de Pocho, en Concepción del Uruguay, donde Dalis, su mamá, plantó los linos en los canteros de su hogar. Es que a pesar de tanto dolor, en Villa Banana, este 19 de diciembre de 2015, quedará inaugurada la Banataca, la primera biblioteca popular para los pibes y pibas del barrio.
Es que a pesar de todo, las tunas crecen y los linos rojos sigue floreciendo.
…
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