Fuerzas de seguridad que desaparecen a personas, instituciones que no reciben denuncias y ocultan información: cuestiones del terrorismo de Estado y de frágiles democracias. Una madre se pone un pañuelo y sale a la calle. Una madre viaja para buscar a su hijo. Historias que se abrazan desde el dolor. Y ya caminan juntas.
Por Martín Stoianovich
Fotos: Juliana Faggi (Coop. La Brújula)
Abril 1977
Norma estaba en su casa de la ciudad de Rosario junto a su nuera y su nieto de apenas dos años cuando un estruendo irrumpió la tranquilidad del hogar. Eran agentes de la policía, que ingresaban por la fuerza empuñando ametralladoras y derribando todo lo que estaba al alcance. El argumento fue conciso: buscaban a Osvaldo Mario Vermeullen, su hijo. Las explicaciones no sirvieron para que la familia comprendiera semejante despliegue militar. El resultado del operativo fue la detención de la compañera de Osvaldo.
Corría abril de 1977. Los días pasaron sin noticias y Osvaldo tampoco aparecía. Cuando su familia se dirigió a una de las comisarías de la ciudad exigiendo información sobre el paradero de los jóvenes, la respuesta llegó por parte de Haroldo Raúl Guzmán Alfaro, subcomisario y jefe de División Informaciones de la Unidad Regional II de Rosario. La versión oficial, entonces, dijo que un vecino había llamado a la seccional alertando de “dos personas sospechosas” en la esquina de José Ingenieros y Antelo. Según Guzmán Alfaro, ante la llegada del patrullero, Osvaldo huyó a pie “perdiendo su campera con los documentos”. Su compañero, por el contrario, había sido asesinado en el acto.
Osvaldo, de 23 años, era empleado bancario, militante de la Juventud Universitaria Peronista y de Montoneros. Aferrada a la esperanza, su madre prefirió durante mucho tiempo creer que su hijo había escapado. Cada llamado telefónico a la casa, era atendido con el deseo de oír su voz.
Pasaron así varios días sin novedades hasta que por medio de una pariente Norma se contactó con Nelma Jalil, otra señora que estaba atravesando un momento similar. Pero Nelma tenía información que Norma debía conocer con urgencia: en el operativo, Osvaldo intentó refugiarse en un negocio ubicado en José Ingenieros al 1800. Ese día los oficiales se lo llevaron frente a la mirada de la dueña del local.
De esta manera Norma se enteró que su hijo había sido secuestrado por un grupo de tareas del terrorismo de Estado que hacía poco más de un año se ejercía sobre el suelo argentino como estrategia principal de la dictadura cívico militar que azotaba al país bajo el nombre de Proceso de Reorganización Nacional. También conocería varios casos como el de su hijo y así comenzaría a juntarse con familiares de los jóvenes desaparecidos.
Los años llegaron sin noticias para Norma. Historias similares la fueron acercando a Nelma y otras mujeres, como Esperanza Labrador, y juntas comenzaron a viajar periódicamente a la ciudad de Buenos Aires para formar parte de las movilizaciones en la Plaza de Mayo. Un día de esos por primera vez envolvió su cabeza con un pañuelo blanco.
La vuelta de la democracia significó una nueva etapa pero con el mismo dolor de la ausencia. Así lo recuerda hoy: “Cuando asumió Alfonsín, yo no quería darme la cabeza contra la pared pero fue así. Se comenzó a hablar de la cantidad de desaparecidos y caí en un pozo depresivo del que no salí por tres años”.
Hasta el día de hoy Norma forma parte de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario y a casi 39 años de la desaparición de su hijo, su presencia sigue firme en cada juicio por delitos de lesa humanidad que se lleva a cabo en la ciudad. Está segura que hay un camino por el cual se debe transitar.
Agosto 1977
Transcurría una tarde de enero de 1976, semanas antes del golpe de Estado del 24 de marzo, cuando un grupo de tareas ingresó por la fuerza a una vivienda de la zona de Cochabamba y Paraguay. Allí dentro se encontraban Elsa “Chiche” Masa y su marido. Los dos fueron encerrados en el baño, lugar desde el cual, por medio de una pequeña ventana, pudieron ver la circulación de varios Ford Falcon que vigilaban la zona. El operativo tenía como fin la detención de Ricardo Masa, hijo del matrimonio, quien casualmente no se encontraba.
Chiche pudo ver desde la ventana del baño a los autos retirándose, y de inmediato pidió a un peatón que les abriera la puerta de la casa. La del baño, que cerraba en falso, no fue un obstáculo como sí lo fue llegar a la salida del hogar. Algo de humo comenzó a complicar la visión de las habitaciones: venía de un paquete que se encontraba acomodado sobre un escritorio. Cuando alertaron de que se trataba de un explosivo, la urgencia incrementó al punto de llegar a abandonar la casa sabiendo lo que se avecinaba. El matrimonio apenas alcanzó a salir con su mascota y pudieron avisar a algunos vecinos. La bomba explotó y la casa quedó destruida.
Los teléfonos de la policía y de la seccional con jurisdicción en el barrio no atendieron nunca. Chiche y su marido entendieron que se trataba de una zona liberada para que el grupo de tareas pudiera concretar la acción. Sólo quedaba dar aviso a Ricardo y su pareja, porque la persecución continuaría. Fue así que el joven de 30 años, militante de la Juventud Universitaria Peronista, tuvo que abandonar la ciudad junto a su pareja, Susana Becker, para resguardarse. Ambos médicos, debieron rebuscárselas para continuar sus vidas en la localidad santafesina de Rufino, a 270 kilómetros de Rosario.
Fue tiempo después, el 26 de agosto pero de 1977, fecha de cumpleaños de Susana, que la pareja visitó Rosario para pasar el día. Aquella mañana Ricardo dejó la casa de sus suegros para realizar una diligencia relacionada a la militancia, avisando que llegaría al mediodía para almorzar. Las horas pasaron y Ricardo no volvió. Mientras tanto, por la tarde, una comitiva de las Fuerzas Conjuntas invadió la vivienda y secuestró a Susana.
El resto de los días fueron de incertidumbre total para la familia. La denuncia en la policía por desaparición llegó después, con “pocos argumentos” según el estricto entender de los empleados del terrorismo de Estado.
Los años siguientes sólo fueron ofreciéndole a Chiche rumores de dónde podría haber estado secuestrado su hijo. Durante los juicios por delitos de lesa humanidad en Rosario, algunos testigos hablaron de una pareja de médicos detenida en el centro clandestino de detención La Calamita en la aledaña ciudad de Granadero Baigorria. Si bien las descripciones físicas coincidían, nada pudo confirmarse. La única certeza que tiene hoy Chiche es que ni siquiera hay una placa en algún cementerio donde se pueda dejar una flor. Entonces visita su legado: en un aula del Instituto Politécnico Superior de la Universidad Nacional de Rosario que lleva el nombre de Ricardo Masa.
A Chiche no le tiembla su delicada voz al decir que el resto de su vida lo llenó su otra hija, sus cuatro nietos y sus bisnietos, junto a la perseverancia de sus compañeras. “La memoria es el eje central de la lucha de las Madres, que es pacífica pero no pasiva”, enseña.
Octubre 2014
Nunca está sola la estación de trenes de Retiro y no fue la excepción en la madrugada del martes 7 de octubre de 2014. Elsa Godoy esperaba la vuelta de su hijo, Franco Casco, desde Rosario. Había visitado a sus primos en el barrio Empalme Graneros de la zona noroeste de la ciudad, buscando despejarse después de una pelea con su novia. En la última comunicación, el pibe de 20 años le había dicho a su madre que extrañaba a la familia y que tenía pasaje de vuelta en tren para el 6 por la noche con horario de llegada cerca de las seis de la mañana del día siguiente. Allí lo esperaba también el resto de su vida: su hijo Thiago de 4 años, su trabajo como ayudante de albañil, su pasión por River y su día a día en la localidad de Florencio Varela.
Pasadas las 6.30, el tren llegó. Pero Franco no. Elsa esperó hasta que descendiera el último pasajero y no vio a su hijo. Lo esperó hasta las diez de la mañana, cuando ya no había trenes por llegar. Le pareció extraño. Apenas pudo, se comunicó por teléfono con la tía de Franco que lo había hospedado en Rosario, quien le aseguró que había salido de su casa con el equipaje, despidiéndose de sus parientes y pensando en la vuelta.
No dejaron pasar un día. Ramón, padre de Franco, viajó al día siguiente a Rosario para buscar a su hijo. La tía de Franco, hermana de Ramón, que había alojado al chico en su casa, fue quien hizo la denuncia en la Comisaría 20 para que lo buscaran. Cuando Ramón llegó a Rosario, lo primero que hizo fue averiguar en la estación de trenes si alguien había visto a Franco pero no tuvo novedades. Luego se llegó a la Comisaría 7ma, donde tuvo la noticia que cambiaría la historia. Primero le dijeron que no sabían nada de un chico con ese nombre, luego reconocieron que un joven de nombre Franco había estado detenido, pero anotado con el apellido Godoy. Según la policía, había sido liberado en la noche del martes 7 por falta de antecedentes y por órdenes del fiscal Álvaro Campos. El motivo de la detención según los oficiales fue por “desacato y resistencia a la autoridad”.
Enterada de la situación, Elsa sintió la urgencia de viajar a Rosario aún ante la dificultad impuesta por la complicada situación económica de la familia. Desempleada después de haber trabajado en el servicio de limpiezas de las oficinas de los Tribunales de Buenos Aires, estuvo algunos días juntando el dinero para pagar el pasaje de ómnibus.
Sola y recién llegada a Rosario, se dirigió a la 7ma para oír en persona el discurso policial. Allí el subcomisario y jefe de la Comisaría, Diego Álvarez, le dijo a Elsa que Franco había sido detenido el 7 y no el 6 como le habían dicho a Ramón. También le recomendó buscarlo en morgues, hospitales y otros lugares de la ciudad. Intuición de madre quizás: Elsa percibió los nervios de Álvarez y se percató de las distintas versiones. Al día siguiente quiso ver en el libro de actas la firma de su hijo, pero se lo negaron. Ante la insistencia, luego de que un oficial se llevara el cuaderno a otra habitación, le mostraron la supuesta firma de Franco, de la que Elsa no dudó en asegurar su falsedad.
En los días que continuaron recorrió en vano hospitales, morgues, centros de día, plazas y parques, pegando afiches con la foto de su hijo y números de teléfono para contactar en caso de novedades. En una de sus vueltas a la 7ma, vio cómo todos los afiches que había pegado en la zona ya no estaban. Para Elsa ya no había dudas: la policía sabía dónde estaba Franco.
El caso comenzó a hacerse público cuando Elsa se acercó a la plaza Pocho Lepratti en el barrio Ludueña, acompañada por una mujer que conocía una organización barrial que le podría dar una mano. Así fue que se inició el contacto con distintas agrupaciones sociales que comenzaron a acompañarla, conociendo la manera de actuar de la policía santafesina. La denuncia pública apuntó a la Comisaría 7ma, señalándola como responsable de la desaparición de Franco, y al fiscal del caso, Guillermo Apanowicz, como cómplice por retardar la investigación. El hecho comenzó a tener trascendencia judicial una vez que los medios masivos de comunicación se hicieron eco del reclamo de la familia. Ya se acusaba al fiscal de haber demorado la obtención de pruebas claves como las cámaras de seguridad de la comisaría y la zona, que perdieron su registro por su sistema de autoborrado. En una visita a la Fiscalía, Elsa pudo ver la foto de legajo tomada en la comisaría, en la que a Franco se lo notaba golpeado.
Los días siguientes acercaron a Elsa a la defensoría pública de la provincia, y junto con la Procuraduría de Violencia Institucional presentaron la denuncia y un habeas corpus ante el juez Federal Carlos Vera Barros. Se comenzó a hablar de desaparición forzada de persona y junto a una serie de masivas movilizaciones sociales encabezadas por una multisectorial de organizaciones barriales y políticas, la presión sobre la estructura policial comenzó a crecer. En la misma tarde de la presentación del habeas corpus, el 30 de octubre, en una audiencia judicial encabezada por el juez Hernán Postma, el jefe de la Prefectura admitió el hallazgo de un cadáver flotando en el río Paraná, que en el brazo derecho llevaba un tatuaje con el nombre Thiago. Según los análisis que arrojó el Instituto Médico Legal, el cuerpo llevaba en el agua más de tres semanas. El día siguiente amaneció con la confirmación de que el cuerpo pertenecía a Franco Casco. Su padre lo reconoció y las organizaciones que acompañan a la familia dieron el grito: a Franco lo mató la policía.
“Franco hace poco más de un mes decidió tomarse unos pocos días de vacaciones de su trabajo como albañil y viajar a Rosario, la ciudad más grande de la provincia que usted gobierna, a visitar a parte de nuestra familia. Vino con sus pocas cosas en dos mochilas, la plata justa y un par de zapatillas negras Nike nuevas que compró para el viaje. Sé que a usted poco le importan estos detalles y aun no sabemos si le preocupa y se ocupa de lo que pasó con Franco, pero para nosotros los detalles son muy importantes porque son parte de los recuerdos que nos quedan de él.
Le aclaro que no se si le importa y se ocupa porque hace más de una semana le hemos pedido formalmente una audiencia y ni usted ni sus secretarios nos han contestado.
Querría saber porqué pasó lo que pasó con Franco, porqué la policía lo asesinó y lo tiró al río, porqué funcionaros de su gobierno intentaron ocultar la verdad plantando pruebas falsas, porqué jamás lo buscaron”
(Fragmento de la carta abierta de Elsa Godoy a Antonio Bonfatti, por entonces gobernador de la provincia de Santa Fe).
Presente
El jueves 11 de diciembre de 2014, un día después de la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos, Rosario se movilizó a la sede local de Gobernación santafesina a fin de acompañar a la familia Casco en el reclamo de justicia. Los apuntados volvieron a ser el personal de la Comisaría 7ma, el poder judicial y funcionarios del gobierno provincial como cómplices de un entramado de delito, silencio y connivencia en un hecho paradigmático para la ciudad desde la vuelta de la democracia. La movilización comenzó en la Plaza 25 de Mayo, la misma que hace décadas reúne cada jueves a las Madres en su clásica ronda. En los preparativos, ahí mismo, Chiche Masa y Norma Vermeullen se hicieron presentes con su fuerza y sus pañuelos. Tomaron de la mano a Elsa Godoy, y charlando bajito la invitaron a dar la ronda simbólica de todas las semanas.
Tiempo después en una amena charla y emocionada hasta las lágrimas, Elsa contó las sensaciones que le produjo el encuentro. “Yo las vi siempre por la televisión y me asombraba su capacidad para luchar. Cuando las tuve al lado fue muy fuerte. Me asombré por su fuerza a pesar de su vejez. Me dijeron que tenía que seguir luchando”, relató.
A fines de 2014, la jueza Roxana Bernardelli resolvió que la causa sea investigada por la Justicia Federal y caratulada como desaparición forzada de persona. Un avance que se venía solicitando desde un primer momento cuando se criticaba que la propia policía investigara un hecho por el cual se acusaba a la misma institución. Con este cambio, en los primeros días de febrero de 2015 se presentaron las tres querellas que hoy participan de la investigación. Representando a Elsa está el equipo jurídico de la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud de Rosario, por Ramón Casco trabaja Ana María Gil como parte de la Defensoría General de la Nación, y también interviene Santiago Bereciartúa como abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
La familia Casco dejó Florencio Varela y se instaló en Rosario. “Yo no me voy a mover de acá hasta que haya justicia”, dice Elsa cuando le preguntan si piensa volver a Buenos Aires. Extraña a sus hijos que quedaron allá, suele volver algunas semanas cada tanto como lo hizo este verano, pero se convence de que el camino está por donde empezó a caminar aún cuando Franco no había sido hallado.
También asegura que no se siente referente por salir a exigir justicia por su hijo. No quiere ser referente. Quiere que no suceda con otro pibe lo que pasó con Franco. Cuenta que cuando anda en colectivo por Rosario recuerda los días en los que salía a buscarlo, y que la imaginación alcanza a confundirla. Dice que hay días en que ve su cara en la de los chicos que andan por las calles rosarinas. Ahora se abraza no sólo a las Madres de la Plaza 25 de Mayo, sino también a otros familiares que, como ella, perdieron a sus pibes en manos de las fuerzas de seguridad de la democracia.
Tanto Elsa como Chiche y Norma, conocen el obstaculizado sendero a la justicia, la crudeza del accionar policial y la complicidad y el silencio del poder judicial. También son conocedoras de la necesidad de luchar para no caer en el olvido. El retrato de Elsa junto a las Madres ya es una marca de la historia.