Simbiosis es la escuela de hip hop que comenzó en el 2014 bajo la modalidad de taller. Este año sus impulsores, entre ellos jóvenes de apenas 20 años, decidieron conformar un espacio integral que conjugue el cuerpo, la palabra y el grafitti, además del breakdance y el freestyle. “Un semillero” para que muchxs pibxs de barrios puedan encontrarse y rapear sus propias historias. La escuela funciona en el club social y cultural Distrito Siete.
Por María Cruz Ciarniello
El freestyle, el breakdance, el graffiti. La expresión que toma cuerpo. Que se hace baile. Que dibuja rimas y compases en el aire para comenzar la improvisación. Que cuenta historias, que relata, que denuncia.
¿Qué es el hip hop? Podemos ensayar diversas respuestas. Frank tira la suya: “el hip hop es una comunidad”. No habla de modas, sí de formas, cultura y modos de expresión. También habla de la calle, del respeto, del sentir.
Franco Rinaldi, más conocido como Frank Montana, es uno de los coordinadores que integran la Escuela Simbiosis de Hip Hop que se desarrolla en el club social y cultural Distrito Siete. Una experiencia que nació en el año 2014 bajo la modalidad de taller, en ese entonces de breakdance y freestyle. Este año, tras su enorme crecimiento, decidieron impulsar la creación de un espacio que recupere la esencia y el aprendizaje de la calle. De un lugar integral, que aborde también la relación entre la palabra y el cuerpo, el arte, el dibujo y el grafitti.
Es un sábado por la tarde. A pesar del invierno sin sol que campea en la ciudad, alrededor de cuarenta personas, en su mayoría adolescentes, se acercan a la Escuela a ser parte de la primera clase. Algunos jóvenes ya saben rapear y demuestran, entusiasmados, su inocultable talento. Algunas niñas que no superan los 12 o 13 años, ensayan sus primeras “barritas”. Improvisan y salen las rimas, casi sin pensar. Escriben y hasta se animan a rapear por primera vez.
Libertad. Motivación. Ganas, sobretodo. Así arranca el módulo de “rap”. “El respeto no se negocia”, dispara Frank. Esta es una de sus premisas fundamentales. La comunidad de la que habla va tomando cuerpo, y en ese big bang, es el cuerpo el que se mueve. Las manos, los brazos. La boca.
En el piso superior se desarrolla otro de los módulos, el de Graffiti. Allí esta Nerina tirando las primeras líneas para romper con el miedo de la hoja en blanco. Lápices y colores van delineando esbozos de grafitis. Y los pibxs disfrutan de ese momento, juegan con sus nombres, con su alter ego, con sus propios yo.
“El objetivo de la escuela es que lleguen al máximo nivel de expresión, eso es el hip hop, y creo que es la más poderosa que existe. Una persona puede ser escuchado por múltiples masas, y la idea es poder tener algo copado para decir”, dice Frank. A los 16 años empezó a hacer hip hop. “Aprendí observando, preguntando. Si querés algo, tenés que ir y buscarlo. Desde muy chico el hip hop me llamó la atención”.
Skore es uno de los impulsores del espacio. Tiene apenas 20 años y una productora 348 Studio, con la que dibuja varios proyectos. “El hip hop es muchas cosas, interpretada por cada persona puede resultar de una manera diferente”. En el año 2014 empezó a planificar lo que hoy es Simbiosis junto a muchos militantes del Frente Ciudad Futura. “Este es un espacio donde nos podemos juntar todos a compartir, apuntamos a que en base al hip hop, los pibes tengan una forma de canalizar sus problemas, sus pensamientos, ya sea con la palabra, el arte, el baile. Y que encuentren en el hip hop una motivación”, dice Skore. Así se piensa el espacio.
El rap tiene su historia en lo barrios pobres, latinos, de Estados Unidos. ¿Una expresión cultural de protesta? Sí, dice Skore. No duda. “El rap comenzó como una forma de protesta ante las carencias que vivían en los barrios bajos”.
Frank también aporta su mirada. Refuta la idea de que el rap es una moda, o solo un gran negocio para algunos. “No hace falta que te vistas como un rapero, sino que disfrutes poder ser libre. El hip hop genera libertad, y eso le pasó a la gente marginada yanqui. Hace muchos años de esto, y ninguna moda duró tanto. Es un estilo de expresión, te permite que te puedas expresar”.
En ese modo de expresión cultural, el joven de 26 años destaca el poder que tiene el rap para él: una herramienta para defender una idea, una postura, una forma de decir, de denunciar, de contar. “La idea es que cada pibe/a pueda tener control de su cuerpo, y que tenga los fundamentos necesarios para poder defender su postura, su idea. Hacerla de una manera inteligente. Los pibes/as se enganchan porque es callejero. Si te gusta, si te complementa, estás. Es la jerga de la calle, la manera de hacerse entender. Es una forma de sentir las cosas”.
Palabra y cuerpo
Este año, Simbiosis se propuso sumar dos nuevos módulos: el de palabra y cuerpo y el de grafitti.
Marianela Luna comienza con el suyo, Palabra y Cuerpo, tirando algunas propuestas de juego. Ella es una de las coordinadoras de la revista Femme Fetal, “con bajada feminista desde el humor y la crítica,”, explica, es también profesora de inglés y una de las creadoras del Slam de Poesía Oral. “Trato de acercar la escritura, la poesía a los pibes”, dice. Por eso se sintió convocada a ser parte de Simbiosis. “Buscar un mensaje y prestarle atención al contenido como a la forma, en el hip hop esta bueno ampliar las herramientas, que los pibes encuentren más cosas que decir, y que experimenten formas de contar eso que quieren decir. Apunto a una búsqueda del mensaje y a una forma nueva de contar la verdad de cada uno. La poesía oral, el slam, busca sacar la poesía de ese lugar inalcanzable, cualquiera puede sentarse a escribirlo, hacer música a partir de la composición”.
También Frank señala que esa simbiosis es fundamental en el hip hop. No solo la historia que se rapea, también el modo en cómo el cuerpo adopta una postura. “Estar en escena, impostar la voz. Hay una relación increíble con el cuerpo. Hay pibes que saben rapear pero no saben qué están haciendo. La idea es que tengan esas herramientas”.
Marianela aporta su experiencia en lo que ella concibe como un aprendizaje de ida y vuelta con los pibes. “Lo que me gusta y tomo como desafío que esto trascienda el espacio de hip hop, y que sea una actitud frente a todo. El cuerpo habla, y esta bueno ser consciente de eso, para que sea también mi cuerpo cuando este rapeando o exponiendo una idea, el que también este hablando”.
Sergio Monzón tiene 37 años y hace 20 que baila breakdance. Desde hace un año y medio que integra Simbiosis, formando a los pibes y pibas en el baile. “Me pareció interesante sumarme, como una buena oportunidad para tener un lugar donde entrenar y enseñar algunas cosas. Hacemos la parte de la danza, tratamos también de mostrarles otro camino, y que pueden lograr muchas cosas a través de la danza”, dice Sergio. Bailar breakdance no requiere más que ganas y enlogamiento, señala. No hace falta un conocimiento previo para sumarse al módulo. “Hay que entrenar”, remarca. En esa disciplina con el propio cuerpo, el baile va soltando la expresividad de cada uno. “Con la energía, con la música, vas viendo el movimiento que va teniendo y todo lo que pueden llegar a hacer con el cuerpo.” El breakdance es parte de la cultura del hip hop. Acá “pueden expresarse como cada uno quiere, y aprendés infinidad de danzas. Esta es una danza urbana. Además, conocés muchos pibes de otros barrios”. Para Sergio, los mejores bailarines de breakdance de Rosario están en los barrios.
“Alomejor no vamos a cambiar el mundo, pero lo vamos a intentar de la mejor manera, con respeto, con ayuda” suma Frank y explica cuales son los 4 elementos del hip hop. “El DJ sería el que dirige la orquesta, el MC es el maestro de ceremonia, es la voz que se escucha, que pelea, que representa, el bboy es el bailarin del breakdance que es uno de los primeros movimientos junto con el graffiti, que es una lucha incesante contra el sistema, como un acto de rebeldía”.
El módulo de grafitti lo coordina Nerina. “Hace más de 4 años que hago grafitti. Tanto el breakdance, como el rap, como el graffiti nacen de la misma mano. Al principio eran pintar trenes. El que pintaba rapeaba, o bailaba, es parte de toda una misma cultura”, explica.
Básicamente, el graffiti consiste en pintar el nombre propio o un apodo. Cualquier técnica del arte se puede aplicar. Las formas, los colores, las tipografías van imprimiendo el estilo de cada grafitterx. “En realidad, la especificidad de la cultura es ésta, tiene su movida, su lenguaje,, sus códigos. No tiene un mensaje moralizador explícito, pero si tenés la experiencia del grafitti te vas a emocionar, es familia, es comunidad. Si haces grafitti vas a vivir la vida de una forma feliz. Yo firmo como Noma, porque viene de nómade, mi familia es nómade. Ese nombre me lo puse para mi, la personalidad que yo adopto, que quiero ser. Cada graffitero/a tiene su propio estilo. Hay estilos comunes, hay formatos, después como lo hace cada uno, ahí esta lo rico”.
Sobre la mesa hay decenas de lápices, ceritas, colores. Cada cual va trazando las primeras líneas de su nombre. Es el primer paso, dice Nerina. ¿Cómo se aprende a hacer grafittis? “Compartiendo”, agrega. “Yo no sabía dibujar, aprendí hacerlo haciendo grafittis. Yo no te voy a decir qué vas a pintar, cómo ni cuándo. Te voy a decir cómo lo hago yo. La primera tarea es tu nombre, después empezar a dibujarlo mediante un montón de técnicas.”
Talento y ganas es lo que observa Marianela que hay en lxs pibes y adultos que se acercan a la Escuela. “Faltan espacios, por eso esta bueno que existan estas propuestas. Que cada unx encuentre un grupo que lo motive”. También sostiene que lo interesante –según su mirada- es que el rap además de una crítica, pueda contar una historia.
Historias que hablan de los barrios; de las realidades que muchos jóvenes enfrentan cada día. Hace tiempo, en la Escuela Técnica 459 de Cabin 9, enREDando conoció Alberto, de apenas 17 años. Su rap había sido premiado en el concurso “Otra vida es posible” del Ministerio de Educación de la Nación. “Al mundo no le importa nada” era el nombre del hip hop que este rapero, nacido en Cabin 9, transformó casi en un himno en la escuela de Perez. Corría en ese entonces, el año 2009. ¿Y que cosas son las que el mundo ignora?, le preguntó enREDando a Alberto. Y él las contó a través de un rap: habló de la violencia de género de la que fue víctima su mamá y la que él mismo vivió en su propio hogar. “Yo no puedo escribir sobre algo que a mí no me haya pasado, es contar una historia” decía Alberto en aquel momento. “Hablo de la juventud del barrio que esta medio para abajo. Empece a escuchar rap a los 12 años y a los 15, empece con improvisación en la calle, con los amigos. El rap es todo, es libre expresión. Cuando estoy enojado con alguien en vez de ir a pegarle, me pongo a escribir algo, es como un psicólogo porque me desahoga”.
La historia de Ariel Avila duele. Era un joven de 21 años que vivía en Empalme Graneros. Falleció tras ser baleado en las calles de su barrio, en el año 2014. Fue también en el 2009, cuando Ariel, con apenas 15 años, compuso su rap que decía así: “Donde en cada calle hay una banda diferente/Se enfrentan entre ellos y tiene que correr la gente/Mientras la droga avanza y acaba con la juventud/Los que la venden se enriquecen y no tienen inquietud”. A metros del lugar donde fue asesinado, se encontraba un búnker de drogas. Su rap, compuesto junto a otros compañeros, también había sido premiado, en esta oportunidad, bajo el programa municipal Ceroveinticinco. A través del hip hop y del breakdance, Ariel bailaba y rapeaba: “Yo me quedo con el rap para escribir lo que hacen ellos/Un arma se consigue sin permiso en una esquina/Sin comprarla sin decir en qué la usarías/Tanta inseguridad hay en el barrio cada día/Y no alcanza para escribirla en esta melodía”.
Quizá la Escuela de hip hop Simbiosis pueda ser un “semillero”, como sueña Skore. Al menos, un lugar donde la palabra y el cuerpo de muchxs jóvenes pueda conjugarse en un decir propio. Que el molde no sea impuesto sino deseado. Que el baile posibilite el vuelo, que el grafitti grabe sus nombres. Y que sus voces se escuchen con las rimas que ellxs elijan para contar sus historias.
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Simbiosis funciona en Distrito Siete, Ovidio Lagos y Córdoba, los días martes y sábados.
La entrada es libre y gratuita y sin límite de edad.