“Ya no me siento representada en ese nombre”, dice Gabby De Cicco. No es más Gabriela. La identidad, la libertad y la poesía se desprenden y cruzan en este profundo diálogo con enREDando.
Por Lucas Paulinovich
[dropcap]G[/dropcap]abby De Cicco, ya no Gabriela. Lo dice en el perfil de Facebook, lo aclara en voz alta. “Ya no me siento representada en ese nombre”, explica. Los nombres, que son palabras, se pueden cambiar cuando el mundo que nombran queda viejo. Es un primer gesto poético. Gabby De Cicco lo dice en la sala de su departamento, invadida de libros y cajas con papeles rodeando una mesa y un par de sillas. Los libros siguen sobre la mesa y en una biblioteca, a un costado. De un perchero cuelga un bolso con la bandera multicolor de la diversidad. Contra una pared, en la que se abre una ventana, se apoya una cama desarmada. También hay un tendedero lleno de ropa secándose. Gabby va a la cocina en busca del mate y se sienta. “Para hablar de poesía, qué mejor que el mate”, dice.
– ¿Cómo se da la cuestión de la autoafirmación en tu poesía, no en términos de identidad sólida en lo sexual, sino cómo búsqueda autobiográfica, ese ir desmenuzando las construcciones del yo?
“Prefiero pensarlo con la dinámica de la búsqueda, con algo que empieza no se sabe muy bien cómo. Sabía que era torta porque lo sentía desde siempre. En mi primer libro, de 1987, hay dos poemas en los que tímidamente se habla de eso. Hizo falta que saliera el libro de Diana Bellessi «Eroica», en el ’88, donde se hablaba del deseo lésbico, para que en mí abriera una puerta de expresión. Hasta ahí era un yo poético masculino el que hablaba en mis textos, muy loco. Lástima que rompí todos esos poemas, porque la otra vez recordé eso y quise buscarlos. Lo que hay hoy es una búsqueda de una voz que pueda decir más o menos bien eso que siento, eso sobre lo que quiero reflexionar, ya sea un hecho puntual de la vida cotidiana, como cuando es lo más político, pienso en el poema sobre el asesinato de Pepa Gaitán en Córdoba; o sentarse a contemplar la luna al lado del Paraná, en una onda más Juanele, más contemplativo. Y no dejo de ser yo, esa lesbiana, feminista y activista que está observando. La construcción del yo poético es algo complejo. Hay otros momentos, como en «Queerland», en los que intento que esa búsqueda me exceda a mí como referencia del yo poético. Fue un desafío que me gustaría extremar más. Quizás podría hacerlo más en la ficción, pero no la escribo”.
– La imagen tradicional de los ’80 es la apertura democrática, el reconocimiento de la libertad, pero siempre anclado en Buenos Aires, ¿cómo era eso en Rosario?
“Yo empecé a hacer cosas a nivel cultural en 1985, cuando cumplí 20 años. En octubre de ese año se hizo uno de los famosos primeros encuentros de revistas alternativas. Se presentaron siete de ellas: Jataj, Barlovento, La máquina de hacer palabras, el primer número de una revista que tuve, Rayuela, una revista de Reynaldo Sietecase que ahora no recuerdo el nombre, y otras. Ya antes estaba la revista Germinal, que era una gente de Venado Tuerto, El poeta manco, donde también participaba Reynaldo. Había una buena movida literaria, con lecturas y todo. Yo crecí en ese medio, y lo que más había era muchachos. No había una voz de una escritora que a mí me guiara. Las primeras fueron Adrienne Rich, una poeta norteamericana, que conozco por esa época, en traducciones de Diana Bellessi, la poesía de Diana, la de Mirta Rosenberg, y también en 1986 cuando Aldo Oliva publica «César en Dyrrachium». Ya en los ’90 cuando surge la literatura escrita por mujeres, entre comillas, porque ese fue el recorte epistemológico si querés, es como que ahí me metí y encontré mi lugar.
– ¿Era una búsqueda más de apertura total o había una intencionalidad dirigida en términos de estilo y línea estética?
“Creo que había una cuestión que es clave en ese momento, que era la visibilización de la escritura producida por mujeres. Vos tenías un canon donde la gran mayoría eran varones. En esos años empiezan a revisitarse los textos de Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, Juana de Ibarburu, a esas autoras que se las empieza a laburar desde otro lugar, desde una perspectiva feminista. A mí me interesa ponerlo en el centro y sacarlo solamente de la escritura de mujeres, porque queda muy esencialista, muy pegada a lo biológico. Fue necesario como recorte allá por los noventa, pasamos por ahí y quien más, quién menos, se fue despegando. Esas primeras exploraciones aparecieron, a veces, como el relato familiar, relato de lo íntimo, a mediados de los ’80, con algunos libros de Mirta Rosenberg, Mónica Sifrim, Liliana Lukin, la misma Tamara Kamenszain. Ellas junto a Bellessi, Colombo, Niní Bernardello, fueron un gran acompañamiento para poder decir la particularidad de esa sujeta que era en ese momento. Todavía Gabriela, con ese nombre completo, me decía que era una mujer lesbiana. Ahora me digo lesbiana y cambié mi nombre. Intento pararme desde la disidencia sexual que busca desmantelar el binario de género. De todo aquello, pasaron como veintipico de años, han sido búsquedas personales, muchas lecturas, debates con amigues, pasó un feminismo más radicalizado, apareció la teoría queer. Era necesidad de visibilizar esa producción con ciertas historias propias. Hubo formas diferentes, como las hubo ya en los sesenta. Bignozzi con su libro «Mujer de cierto orden», inaugura una forma particular de decir la vida diaria de las mujeres, algunos de los temas que eran escritos y que luego los irían profundizando otras escritoras en los 80 y los 90.
La activación del derecho
La voz de Gabby es una referencia en la reivindicación de las sexualidades disidentes. La poesía, en su caso, queda ligada a la actividad militante, sin despotenciarla ni relativizarse. La palabra poética, es palabra encarnizada. Supone, desde su propia enunciación, el momento de la escritura, la ruptura de algún orden. Es un movimiento desde la carne, un cuerpo que se afirma: una interrogación a la vida (o las vidas acorraladas).
– ¿Cuándo y cómo entra la noción de lo militante?
“Yo le llamaría más activismo, porque no es algo que milité sino que activé. A mí la vida me llevó a hacerme activista. Un día me encontré marchando ante la necesidad del aborto, de parar la violencia contra las mujeres. Después, cuando me di cuenta de que en los reclamos no aparecíamos las lesbianas y la necesidad de hacernos visibles con nuestras características, nuestros deseos y necesidades, me movió a activar en ese sentido. Empieza más o menos en el ’98, y eso lo expresé mucho más al periodismo, con programas de radio, con todo lo que tenía que ver con género en la FM Aire Libre y en Enredando, en los comienzos del boletín. Y en lo poético aparece porque no me puedo escindir de quién soy ni quiero; si desde este lugar vivo, siento, cojo, escribo, pienso, nunca me puedo separar. A partir de ese momento, ya tirando para el 2000, se hace mucho más fuerte. Se nota que no puedo dejar de escribir desde ese lugar, pero no es algo que haga conciente, salvo en poemas puntuales, ya sale. Ser quien soy en todo momento. Lo personal es político”.
– ¿Te parece que hay una forma del decir poético lesbiana?
“Yo creo que hay sujetxs que son tortas, maricas, putos, gays, que escriben poesía. Yo preferiría llamarle, a lo que existe, corpus lésbico o gay o trans de poemas, libros. En algunos libros te encontrás con eso y con otras cosas, autorxs que están explorando otras zonas. Algunos de estos textos no sé si están tan alejados de la poesía social de los ’60, pueden ser otra derivación de esa poesía, con otros gestos; el deseo no aparecía expresado de la forma en la que aparece ahora. Si pensamos en los poemas de amor militante de Gelman, cuando él tampoco quería que le digan que hacía poesía política, hoy hay otro devenir de la poesía política y algo de ella tiene sus antecedentes, a mi entender, en parte de la poesía militante de los sesenta. Hay una gran eclosión de esas voces y está buenísimo. Cuando se tiende a visibilizar eso que siempre está bien (para mí) y se le da un twist a lo que es lo político, me parece una apuesta muy interesante en lo poético. Si hay una voz auténtica que pulsa en el poema, para mí es poesía”.
– Pasada la irrupción en los medios de todo esto que se caldeó en los ’80 y ’90, y la aparición de escritoras trans como Naty Menstrual o Susy Shock, que muestran eso otro de la literatura, ¿en qué estado de su vida está esa literatura en Rosario?
“Pensemos que antes pasaron Batato, la Noy, ellxs sobre todo en Buenos Aires. Autorxs como Susy o Naty, no hay tantos exponentes a nivel local. Hay gente que trabaja desde ese lugar, con lo performático, como Nacho Estepario, que es un laburo altamente disruptivo. Después hay lo que yo siento como un lugar más queer, donde me siento muy bien acompañadx por algunxs poetas, muchachos maricas y putos, que es como ellxs se reconocen, como Walter Rojas, Cristian Molina o Fede Abib. Todes estamos en contacto con Gustavo Pecoraro, con Susy. Las tortas acá en Rosario no necesariamente son explícitamente visibles en sus poemas, o no necesariamente escriben desde un lugar político. Y no todas tienen que hacerlo, claro. De las que sí lo hacen, nombraría a Irene Ocampo o Maia Morosano. Digo de nuevo: hay poetas que son tortas pero que no lo llevan a su poesía, y me parece excelente. No necesariamente lo tenés que hacer. En una época sí sentía que había que hacerlo. Ahora pienso que lo principal es que escribimos poesía, que es una herramienta para reflejar el mundo y sus formas. Estamos inmersxs en ese mundo, con ciertas formas del ser, y depende del trabajo que vos tengas con tu escritura, decidís si se refleja o no, y a veces ni siquiera decidís. Después el ojo que lee, que es el que completa, puede unir esos puntos”.
– En esas mutaciones, ¿cómo ves que ha ido variando tu acercamiento a la poesía en función de esos contextos distintos?
“El acercamiento se fue dando con compañeras de ruta en diferentes momentos, como conocer a Macky Corbalán, a Adriana Borga, Beatriz Vignoli, Gabriela Saccone. Desde los 80 para acá han pasado muchas cosas. Por ejemplo la muerte de Macky es una pérdida muy grande para la poesía argentina, y de una voz lésbica, y ni te digo a nivel personal. También tuve una vuelta de tuerca en leer a poetas gays, en un momento me reencuentro con Perlongher. Eso sucede después que salieron mis libros «La Duración» (1994) y «Diario de estos días» (1998). Hasta llegar a «Queerland» pasan más de diez años y son muchas cosas las que pasan en la vida de una persona en ese tiempo. Y entre eso, llegan otras lecturas y otras necesidades. También el encuentro con la poesía y las actuaciones de Susy Shock para mí es como una revelación. Ahora estoy conectadx con muchxs poetas jóvenes y me estoy alimentando con una avidez muy grande, porque creo que ahí está el latido. En la poesía actual siento una fuente de frescura, donde se escribe desde donde unx quiere, y el escribir desde donde vos querés, rompe todos los parámetros. Eso se llama libertad, me parece que es lo más copado”.
– Esos periodos largos de silencio, ¿tienen que ver con esa maduración de los libros en busca del refrescar?
“Particularmente con «Queerland» estuve durante mucho tiempo con los textos ahí guardados. La segunda parte, que se llama «Literatura argentina», es la más vieja. El primer poema surge cuando fueron los juicios y lo meten en cana a Astiz. Era un grupo de diecisiete poemas que pensaba seguir reescribiendo, pero entré en un periodo de silencio que coincide con un activismo de barricada, estar en la calle, los primeros intentos de formación de organizaciones lésbicas, hasta que empieza este reconectarme y aparece lo de «Queerland». Esas dos partes se estaban esperando para completarse. Porque ese país que fue devastado, asesinado, por la dictadura, era una tierra rara, todo eso estaba enrarecido, y se junta con esto otro, que habla de esa explosión, de apropiarse de una palabra que se usaba de forma despectiva y relanzarla de una forma política”.
– Esa alusión topográfica también plantea los horizontes abiertos de la poesía, ¿qué potencialidad política le ves al poema en este paso de la literatura argentina, con ese olor clásico, hacia Queerland, más abierta y utópica?
“Creo que se pueden trazar diferentes ondas genealógicas. Me parece que la poesía es un arma cargada de futuro, como decía el poeta español. Tiene todas esas capacidades de ruptura, hubo muchxs escritorxs que han abierto esos bordes, esa tierra de la poesía ha sido dinamitada y vuelta a armar. Me parece que es una tierra dónde todo decir es posible. Es en el único lugar donde no podes mentir, incluso cuando ficcionalizas algo. Ahí hay una potencia política, porque todo es posible decir. Estamos en un momento de una alta libertad de expresión en la poesía y se nota el trabajo, que alguien se puso a laburar con las palabras. Como dice Osvaldo Bossi, el poema también tiene que tener un lado desprolijo, pero, a mi entender, no hay que dejarse llevar por la vagancia”.
– ¿Cómo tomás la convivencia con las nuevas generaciones y qué efectos produce sobre tu propia poesía?
“En ese intercambio estoy teniendo los diálogos más interesantes que he tenido en los últimos diez años. Mi generación, nacidxs en los sesenta, nos encontrábamos en distintos eventos y leíamos, pero no fuimos publicando en el mismo tiempo. Beatriz Vignoli empezó a publicar mucho más tardíamente. Después publicó una gran cantidad de libros cuando yo estaba en ese hiato de once años. Otra poeta alucinante que es Gabriela Saccone publicó un solo libro. Tuvimos conexiones, pero no era una cuestión generacional. Yo me encontraba con gente más grande. Para mí fue un gran maestro Aldo Oliva, conocerlo fue un gran quiebre. En este momento, estos diálogos, me enriquecen. Y yo lo siento de ida y vuelta. La búsqueda poética es desde ese lugar interno, de la panza y de la rabia y el deseo, y eso lo siento como algo en común. Algo que me ha flasheado fue participar en el Slam de Poesía Oral. Y eso fue una revelación. Yo miraba videos y decía ni en pedo voy a participar. Fui a ver, me pareció interesante y me animé.
Actuar el poema
En la fusión entre intimidad y política, los géneros estáticos quedan subsumidos. No hay poesía pura, ensayo, dejos narrativos y periodismo. Hay una lengua que se hace al decir. Nombrar el deseo es la escritura en acto, una caligrafía del cuerpo sintiente. “¿Qué ideograma o/ qué idea puede/ trazar el perfil/ el cuerpo, desaparecido?”, se pregunta en Queerland. La ambivalencia es lo que va constituyendo la experiencia poética: un proceso de exploración que fisura los títulos de consagración, el reconocimiento y el respeto ganado en la escena rosarina por Gabby De Cicco. Lo queer, en este caso, adquiere la forma de una reinvención, la renovación del quehacer artístico esbozando nuevos gestos, otros recursos. La palabra escrita se vuelve una canalización de un gesto corporal. Es, también, actuación.
– ¿Cómo te pega en la escritura lo perfomático?
“Yo me siento una Laurie Anderson frustrada (risas). Yo quería ser también una cantante de blues. Es decir, quería ser una mezcla de Laurie Anderson, Janis Joplin y Patti Smith. Y soy Gabby De Cicco, con estos libritos. Aunque no lo parezca, me da mucha vergüenza. La primera vez que leí en el Slam, estaba con unos nervios terribles. Porque es otro lugar, la gente que va es otra, la que no suele escucharte en una lectura de bar, teatro o salita. Fue un desafío. A mí me encantaría hacer algo performático. Hice algo en mis años de juventud y me gustaría retomarlo”.
– ¿Y qué otros recursos vas explorando y conociendo a partir que lo pensás desde ese otro lado?
“La traducción, sobretodo de poetas de lengua inglesa y compositorxs. Cuando digo esto pienso en Patti Smith, que en los últimos años se hizo súper fuerte su presencia. Ahí vengo abrevando de sus canciones. Esa musicalidad, ver cómo puede trabajarse en la lengua propia, me ha dado unos recursos que siento que me ampliaron el decir como práctica. Además no atarme a las formas, como lo que salió publicado en El Corán y el Termotanque. Esos textos tan raros, que no sé qué es, pero que encuentra «su» forma. Y me permito hacerlo”.
– ¿Cómo te figuras tu actividad poética y como activista en adelante?
“Hace tiempo que no estoy como activista de barricada. Lo estoy mezclando más con lo que ahora se está llamando artivismo. Siento que si voy a seguir activando, será a través del arte. Algo que empecé a hacer son muestras de fotografía. Una fue “Lesbianas a la vista”. Ese es un lugar que me tienta y me llama mucho. Probablemente trataré de unir la palabra y la imagen en video, que no es nada revolucionario, pero yo nunca lo llevé por ese lado. Lo bueno es que vos escribís y publicás, en libros, panfletos o Facebook y eso tiene llegada. Me acuerdo del texto del Ni una Menos, yo estaba lejos cuando fue la primera marcha y escribí un poema, lo compartí en Facebook, y me llegaron links de gente diferente que lo había compartido o lo pasaban en la radio. Yo lo escuchaba y lloraba. Cuando alguien se apropia, ya está, es suyo. También pasó en su momento con un poema que está en Queerland que se llama “Harta”. Unx puede ir con un montón de a prioris, pero si a quien lo lee, le mueve algo y lo toma para ser usado para la protesta o para reivindicar derechos, eso está más allá de vos y yo contentx.
– Después de estos cinco libros, tomando una imagen del poema “Harta”, ¿qué cosas te siguen astillando de palabras la lengua?
“Femicidios, lesbicidios, travesticidios. Todo tipo de discriminación que lleva a la muerte por mano propia o mano ajena. Estamos en un país que avanzó en ciertos derechos, pero la sociedad todavía no. Esa es la apuesta, si hay algo que sacudir, despertar, comerle las raíces, es a eso. Ese tipo de violencia me astilla la boca, me produce un enojo superlativo, pero no me paraliza. Después, obviamente, el lugar por el que está pasando políticamente el país, que no hace falta agregar demasiado: es un plan de destrucción de clase. Eso me moviliza”.