Por Jorge Cadús / Alapalabra
Las palabras empujan. Pierden sentido, o no lo encuentran. Van errantes. Se cruzan.
Sienten frío.
Van y vienen, en el viento, como el viento.
Como el río, mojadas, marrones, tristes.
Dulces y tristes, como la mirada de Eduardo. Como su sonrisa contagiosa, segura.
Pensar la Plaza sin esa mirada, sin esa sonrisa, sin el abrazo que abre la ronda que cada jueves le da cuerda al universo.
Pensar un 24 de marzo sin su señal clara de dónde cortar, de dónde atender.
Pensar la mesa tendida y compañera sin su voz.
Pensar un debate cruzado, caliente y a los gritos, y que no haya después o entretanto un vaso de vino compartido, una sangría bolivariana en el patio de la casa de Elenita, que es la casa de José y su risa cada día más triste.
Pensar los escraches sin la trompa del camión asomando tozuda, cargado de banderas, bamboleante y poderoso.
Pensar la política sin su humor ácido, sin sus chicanas hondas, sin su comprensión enojosa para los arrebatos soberbios. Pensar el mundo sin su infinita y terrible ternura.
Una ternura sin concesiones para con el desaparecedor.
Una ternura sin concesiones para con el desocupador.
Alguna vez, cuando la década del 90 se partía en mil pedazos y la llovizna era constante sobre los pañuelos, entre tinto y empanada gastamos un viejo casette del Dúo Salteño.
«Como quien entrega el alma», sintetizaba la lámina gastada sobre una foto del Dúo, aquel puñado de canciones propias, muy propias.
Ese disco termina con «Elogio del viento», del poeta siempre niño Armando Tejada Gómez y el diablo disfrazado de Cuchi Leguizamón.
Una y otra vez escuchamos, en silencio y enojados cada uno con la porfiada cerrazón del otro, después de haber discutido largamente los entretelones de Alapalabra, ese Elogio del Viento que arranca diciendo «dicen que el viento va, dicen que vuelve / buscando el lado Sur de la distancia. / Dicen que pasa por el continente, nombrando al hombre de las madrugadas…»
Eduardo eligió para convertirse en viento el mismo 5 y el mismo mayo que 12 años atrás, eligió Elenita, la poeta de las Madres de la Plaza 25 de Mayo. Doble fractura del corazón expuesto a un tiempo de intemperies cotidianas.
No calma la tristeza ni la soledad pensarlo en el encuentro con Darwinia, Élida, Nelma, y tantas de nuestras Madres que nos faltan. No alcanza pensarlo en un abrazo con Osvaldo, con el Barba o con Rubén. Y siento de verdad que la soledad llegó para quedarse.
Eduardo sonríe desde las fotos compartidas por tantos compañeros.
Y sé que ahora Eduardo es viento, «y sabe todo lo que no se dice».
Ahora que Eduardo es viento y más que nunca «es el compadre de los pueblos»; ahora que Eduardo es viento «regresa siempre y reconoce la raíz mineral del olvidado»; ahora que Eduardo es viento «desde el hondo corazón del grito / libera el día nuevo en las bagualas».
Porque ahora Eduardo es viento, y va de pueblo por la vida.
Y un temporal de pueblos lo acompaña.
Foto: Florencia Bosio, de la serie de retratos tomados el 24 de marzo último.