Así como sacaron la wiphala y pusieron la biblia, así como un tipo que apodan el Macho dijo que la Pacha Mama no volverá más porque ahora el que manda en el Palacio Quemado es Cristo, así echarán a las cholas y a los cholitos, a los indios como Evo, a los aymaras, a los oscuros, a los rostros de ojos como líneas de surcos, a las mujeres, a todas las mujeres, a los niños, a todos los niños, a los indios, a todos los indios. A todos –los 36 pueblos originarios que constituyeron el estado plurinacional- los que fueron puestos, incluidos, integrados, ascendidos.
Por Silvana Melo y Claudia Rafael para Agencia Pelota de Trapo
(APe).- No se perdona la irreverencia. No se perdona a un pueblo cuando se pone en pie. Los enemigos acechan con sus garras cuando se rompe con los patrones del Norte que manejan hilos desde oscuras oficinas dentro de la misma casa del gobierno. Esperan el momento exacto. Fogonean a los patrones locales, blancos y millonarios, para que estén listos para asestar el gran golpe. Y así lo hicieron. En la figura de Luis Fernando “el macho” Camacho, que llegó al Palacio Quemado con una Biblia en una mano, la bandera boliviana y la carta de renuncia para que Evo Morales la firmara. Ya no el Whipala, que los hombres de Camacho retiraron de los edificios oficiales para quemarlos en las calles.
Si lo hubieran dejado, en 2025 no quedaría un solo bolivianito desnutrido. Lo anunciaba la OMS. En 1990 42 de cada 100 niños menores de cinco años tenía desnutrición crónica. En 2008 eran 27. En 2012, 18. En 2015, 13. Mientras la OMS lo felicitaba, Evo volvía sobre su propia infancia en Orinoca donde no había estado ni hospitales ni médicos. “De los siete hermanos que tenía, sobrevivimos apenas tres. Nuestros medicamentos eran la huira huira y el orín para la tos”.
Si lo hubieran dejado Bolivia habría seguido liderando el crecimiento económico en el continente. Y hubiese mantenido una inflación anual similar a la de Argentina en apenas una semana.
En 1995, el Banco Mundial ubicó a Bolivia como el penúltimo país del continente en calidad de vida. La esperanza de vida era de 59 años y hoy llega a 72. El analfabetismo llegaba al 23 % y hoy es del 2,7 % gracias al programa cubano “Yo si puedo”. Más de un millón de personas aprendieron a leer y a escribir durante el gobierno de Evo.
El golpe de estado a Bolivia encuentra al país con una desocupación de poco más del 4 %. Argentina, por caso, llega hoy al 10,6 %.
No sólo se les plantó a los usureros y a los patrones del mundo. También a los dueños de una moral desconocedora de la realidad profunda de los pueblos. Un día se le sentaron en el despacho los niños y las niñas que trabajan en Bolivia. Son los NATs. Se estaba discutiendo la prohibición del trabajo infantil. Que venía impuesto desde los organismos internacionales, los mismos que vienen en banda: ONU, FMI, Banco Mundial, OIT y amigos. Los niños le dijeron que si ellos no trabajaban sus familias terminarían de naufragar. El debate fue duro. Y Evo entendió que el trabajo infantil “debía protegerse y no prohibirse”. Que se corría el riesgo de crearse un oficio clandestino, de explotación y esclavitud de la niñez. Y deslizó que eliminarlo es también “quitar a los niños, niñas y adolescentes la conciencia social”.
Como escribió Carlos del Frade “apenas asumió Evo Morales en la Puerta del Sol, al borde del Titicaca, echó y cerró las oficinas del FMI y la DEA que funcionaban en la casa de gobierno. Después invirtió las ganancias de las multinacionales: del 80 % al 20 %. Bolivia dejaba de ser el Potosí eterno a favor del imperio. Evo fue el regreso de Túpac Amaru y no se lo van a perdonar”.
Así como sacaron la wiphala y pusieron la biblia, así como un tipo que apodan el Macho dijo que la Pacha Mama no volverá más porque ahora el que manda en el Palacio Quemado es Cristo, así echarán a las cholas y a los cholitos, a los indios como Evo, a los aymaras, a los oscuros, a los rostros de ojos como líneas de surcos, a las mujeres, a todas las mujeres, a los niños, a todos los niños, a los indios, a todos los indios. A todos –los 36 pueblos originarios que constituyeron el estado plurinacional- los que fueron puestos, incluidos, integrados, ascendidos.
Como él mismo, hijo de campesinos aymaras pobres, pastorcito de llamas, vendedor de helados, ladrillero, trompetista, el niño descalzo que corría detrás de las cáscaras que tiraban los turistas para despellejar lo que quedaba de las frutas. Evo, el que a los 13 soñaba con debutar en la primera del fútbol boliviano, el cocalero de Chapare, el que nació al sindicato cuando militares borrachos quemaron a un campesino y supo que con esa injusticia habría que lidiar toda la vida. La misma, circular, que hoy lo destierra. Y le pone la biblia en los ojos para que renuncie.
Como Pizarro a Atahualpa. El libro con la palabra de su dios para que la escuche. El libro para la traición. El libro para que escuche lo que no dice. Para finalmente asestarle la muerte, aquella que le había prometido que no. Cuando Atahualpa toma la biblia se la pone al oído, pero no escucha nada. Entonces la tira al piso. El huinca le miente, como siempre. Camacho miente. Evo no renuncia. Evo es destituido a punta de pistola. Por los militares, la policía, los empresarios que se la juraron cuando nacionalizó los hidrocarburos –Camacho y su familia, entre ellos- y toda la blanquitud racista santacruceña que ha soportado hasta ahora la revolución chola y aymara de los ponchos y las polleras en las calles del centro y las oficinas públicas.