El feminicidio de Julieta Riera de 24 años de edad llegó a juicio, un año después de ser asesinada. Un jurado popular encontró culpable por “el homicidio triplemente agravado por el vínculo, con alevosía y en el marco de un contexto de violencia de género”, a Jorge Julián Christe, hijo de una ex magistrada de la ciudad de Paraná, quien ahora se encuentra preso en la Unidad Penal N° 1, cumpliendo con la prisión preventiva dispuesta por el Juez Elvio Garzón. La sentencia dictaminada por Garzón fue “prisión a perpetuidad”, calificación que cabe para este tipo de delitos, aunque los abogados defensores adelantaron que apelarán el fallo.
Fotos: Juliana Faggi (también publicadas en Periódicas)
[dropcap]N[/dropcap]adie quiere llegar a un juicio. Mucho menos en materia de violencia de género porque eso significa que hubo mecanismos que fallaron, significa que una sociedad falló, que no se pudo evitar que una mujer muera víctima de la violencia machista. Cada vez que se analizan las circunstancias en las que una mujer muere víctima de la violencia ejercida por un hombre, se ve el entramado de situaciones y condiciones que dieron lugar al hecho. Y se concluye en que se trata de un “feminicidio”, término que hace referencia a la responsabilidad que el Estado y la sociedad tienen en este tema. Pero ¿por qué señalar al Estado como responsable cuando se trata de delitos graves perpetrados en la supuesta intimidad de un vínculo de por lo menos dos personas? Porque más allá del espacio donde se produce una violación, un abuso, un asesinato, hubo un sistema que falló, una sociedad que desoyó o minimizó las alertas que se dispararon. Esa falla puede verse como la verdadera grieta estructural ante derechos elementales básicos, derechos humanos, sexuales, políticos, sociales, educativos que las mujeres tenemos, vista desde la perspectiva por la falta de acceso a instrumentos o herramientas de denuncias, al acompañamiento y asistencia a las víctimas, al sistema judicial o al sistema de salud, por mencionar solo algunas esferas. Pero también hay una sociedad que espasmódicamente reacciona frente a distintos casos pero que frente a la ínfima voz en pedido de ayuda, minimiza, desoye, se desentiende de los signos que va mostrando esa violencia.
La violencia de género es mucho más que un problema entre personas individuales, es producto de un entramado de relaciones que se dan en un sistema cultural, social, económico, político de una sociedad que aún no puede dar respuestas frente a un tema de magnitud y extrema complejidad. Como construcción social, la violencia en todas sus expresiones es eso, un producto armado, amasado y cocido al calor de prácticas concretas diarias de nuestra cotidianeidad que se reproducen en todos los ámbitos.
El caso
El feminicidio de Julieta Riera se produjo el 30 de abril de 2020, luego que Jorge Julián Christe, su pareja, la arrojara al vacío desde un complejo de departamentos ubicados frente a la Plaza principal de la ciudad de Paraná, y luego de atacarla –hubo peritajes y pruebas que dieron cuenta de ello- por lo cual la joven de 24 años estaba en estado de inconsciencia cuando Christe la lanzó desde el balcón de su departamento.
La noticia conmocionó a la ciudad capital de la provincia como cada feminicidio, pero además, por ser Christe hijo de Ana María Stagnaro, ex jueza en lo Civil y Comercial de Paraná, a quien el hombre recurrió antes de presentarse en la Policía la noche en que Julieta fuera asesinada.
“En ese momento vino mi hijo, se abrazó a mí llorando y pensé que algo había pasado. Le pregunté por Julieta y me dijo que se cayó. Me dijo: ‘Juli se cayó, la boluda se cayó’. Perdón por el término pero esto fue así. Intenté llamar al 911 porque él no tenía celular. Atiné a llamarlo a Uzín Olleros que es vecino, conocido, amigo de la familia” dijo la madre de Christe al presentarse como testigo, ratificando que su hijo fue primero a su departamento y recién más tarde a la Jefatura Central. Llegó en moto, sin casco, “medio desprolijo el pelo y se sentía que tenía olor a alcohol” según relató en el juicio el oficial Axel Taborda, quien tuvo el primer contacto con el victimario en la central policial. Uzín Olleros es amigo de la ex magistrada y a quien recurrió de forma inmediata Stagnaro para que asistiera a su hijo, incluso pasando por su departamento mientras Christe se presentaba en la Jefatura de Policía.
Este itinerario de Jorge Julián Christe, tras arrojar a Julieta al vacío, es la primera evidencia presentada en el juicio que revela que no asistió a la víctima, que acudió en búsqueda de ayuda a la casa de su madre y recién con posterioridad se presentó ante la Jefatura de Policía donde indicó que “se había caído su suegra de un octavo piso”. A partir de allí siempre manifestó que se había tratado de un accidente.
Círculo de Violencia
El juicio demostró que Julieta convivía en un círculo de violencia del cual no podía salir. Así lo testimoniaron personas allegadas a la joven, familiares y amigas, a quienes les había comentado sobre distintas manifestaciones de violencia verbal, psicológica y física que Julián Christe ejercía sobre ella. Incluso en el juicio se presentaron pruebas de mensajes que Julieta le había enviado a la madre de Christe, donde le pedía ayuda frente a las agresiones de su hijo, algo que llego a documentar mandándole fotos de los golpes recibidos.
Su pedido de ayuda no fue oído. Ana María Stagnaro, la ex magistrada que se presentó en el juicio como una mujer dolida y que manifestó que este caso fue la tragedia de Julieta, de su hijo y la suya propia, dijo “no recordar” los mensajes con el pedido de ayuda enviados por Julieta meses antes que aparecieron en uno de los celulares peritados en el juicio.
La dificultad de las víctimas para poder salir de esos círculos de violencia es la maraña de sentimientos contradictorios que también tiene múltiples aristas. Corina Beisel, abogada querellante por la familia de Julieta habla en estos casos de “los hilos que se tejen en torno de la violencia”, esos hilos que se expanden, que van haciendo que la víctima vaya perdiendo progresivamente contacto con la familia, con las y los amigos, con su entorno”. Esos fueron algunos de los datos que aparecieron con contundencia a través de lo que expresaron distintos testimonios en el juicio, que además dejó en claro que incluso Julieta ni siquiera contaba con un teléfono celular propio para comunicarse.
Antes que el caso llegara a la instancia de juicio, Christe había sido beneficiado con prisión domiciliaria, arresto que mantuvo durante casi 8 meses, en el departamento de su madre en una zona residencial de la ciudad, tras haber pasado los primeros días en la Unidad Penal N°1 de Paraná, y luego de pagar una caución de 500 mil pesos y contar con una tobillera eléctrica, algo que preocupó tanto a la familia de Julieta como a organizaciones de mujeres, por los privilegios que podía llegar a tener el hijo de la ex magistrada y el manto de protección de un sistema que muchas veces se cuestiona como corporativo.
Jurado popular: evidencias y análisis
Sin embargo a través de las distintas jornadas llegó la instancia del juicio oral y público que se transmitió a través de las plataformas digitales que dispone el Superior Tribunal de Justicia entrerriano. Seis mujeres y seis varones integraron dicho jurado y tuvieron la responsabilidad de analizar y evaluar cada uno de los testimonios y pruebas presentados en el juicio para hallar un veredicto por unanimidad: Christe fue encontrado culpable del feminicidio de Julieta Riera.
Los peritos y el equipo forense demostraron que el cuerpo de Julieta presentaba más de 31 lesiones, hematomas, hemorragias y excoriaciones en el rostro, cuello, brazos y piernas. Según determinaron los médicos forenses estas lesiones “principalmente en la zona del cuello, fueron anteriores a la caída”. También se brindaron datos de las pericias realizadas al por entonces imputado, por la psicóloga y la psiquiatra del cuerpo de especialistas del Superior Tribunal de Justicia, quienes a través de los dichos de Christe pudieron testificar sobre la relación que mantenía con Julieta como de “simbiosis” y una “relación signada por la asimetría”.
También las especialistas observaron que la muerte de Julieta no generó “resonancias afectivas” o que exhibiera que Christe estuviera pasando por un duelo o situación de estrés por el fallecimiento de un ser querido. Respecto a algunas características de la personalidad, se refirieron al vínculo que mantenía con su propio hijo –Christe tiene un hijo de otra relación anterior a Julieta- una de las peritos dijo que el hombre no se manifestaba como un padre con su hijo porque “para verse como padre es necesario correrse del lugar de hijo” en alusión a la dificultad que tenía Christe de despegarse del vínculo primario que mantenía con su madre, por lo cual evaluaron que “psíquicamente no había podido asumir esa responsabilidad” e hicieron mención a que el propio Julián comentó que era su propia madre quien le pasaba una cuota alimentaria a su hijo.
Tanto las profesionales como los peritos forenses dieron cuenta del ámbito de violencia en el cual estaba viviendo la pareja de Christe con Julieta, y señalaron que cuando hicieron la inspección ocular, en la habitación de la pareja había manchas de sangre, tanto en paredes, almohadas, al igual que vidrios y celulares rotos. Para la psicóloga y la psiquiatra, fueron “herramientas para pensar rasgos de personalidad que se expresaba a través de conductas violentas o agresivas”, algo que se manifestó como “una escalada de la violencia”, potenciada por el aislamiento de la pareja, el consumo de alcohol y drogas, y el aislamiento por la pandemia.
Personas que estaban viviendo o trabajando en el edificio en aquellos meses también pudieron dar testimonio de ruidos en el departamento, moretones que tenía Julieta, y mostraron un video en el cual Julián Christe vuelca su agresividad, rompiendo un monitor del ingreso del edificio, no pudiendo hacerlo con sus manos, busca una pala y vuelve al lugar para terminar de destruir la pantalla.
Inmovilidad
Muchas veces la pregunta que surge vuelve a apuntar directo a las víctimas: ¿por qué no se fue de su lado?, ¿por qué no lo denunció? Algo que desconoce el imbricado nudo que se cierne en relaciones violentas. “Para las víctimas no es fácil contar” señaló Corina Beisel en diálogo con esta periodista respecto a la imposibilidad de denuncia que muchas veces tienen las víctimas cuando están en un círculo de violencia. La abogada explica que si bien Julieta no denunció a Christe porque no pudo, “intentó pedir ayuda”, al contarle a una vecina y también a una hermana, enviándole mensajes a Ana María Stagnaro, la madre de Christe, donde ponía de manifiesto la situación por la que estaba atravesando. “Sin embargo todas las personas dijeron ‘no sé’ o esas excusas que se nos cruzan por la cabeza cuando alguna allegada o alguna compañera de trabajo, alguien conocida, está sufriendo una situación y no sabe qué hacer”, indicó para ejemplificar los mecanismos que evitan hacernos cargo de lo que vamos conociendo.
“Es como que te van robando la vida de a poco” le dijo una profesional de mediación penal del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, frase que para Beisel resulta muy significativa en relación al aislamiento al que someten a sus víctimas los violentos, por eso advierte que “no hay que esperar que una mujer esté ‘presa’ o incomunicada”.
Y añadió: “El que ejerce violencia lo hace de una manera tal que despliega hilos sutiles, psicológicos, de dominación y sometimiento, que hace imposible que la mujer salga de esa situación sola”. Por eso instó a que las personas denuncien hechos de violencia, porque hay todo un proceso que tiene ciclos, en donde las víctimas pueden ir y venir, intentando salir de la situación pero luego vuelven a quedar entrampadas por los manejos de dominación, y vuelven bajo falsas promesas, algo que quienes están en contacto con las víctimas lo identifican como la etapa de “la luna de miel”; todos esos componentes conforman el día a día de una mujer en situación de violencia.
Estrategia defensiva
El juicio se sustanció con la intervención de la Fiscalía de Género, encabezada por Ignacio Aramberry y Patricia Yedro, la querella cuya representación estuvo a cargo de Beisel y la defensa del ahora condenado Julián Christe, realizada por los abogados Ladislao Uzin Olleros y Franco Azziani Cánepa, tuvo como Juez Técnico al magistrado Elvio Garzón. El jurado popular por unanimidad encontró que Jorge Julián Christe fue culpable por el feminicidio de Julieta, y de manera inmediata se estableció el pedido de reclusión en la Unidad Penal N°1 por parte de la querella y la fiscalía, por entender que puede haber peligro de fuga, medida que fue aceptada por el Juez Garzón, quien en la audiencia de cesura estableció la prisión perpetua para Christe, en calidad de prisión preventiva, ya que los abogados defensores dejaron asentado que apelarán la decisión.
El juicio en sí, fue una muestra del abanico de posturas que hay en torno a los temas de género. La defensa buscó deslindar responsabilidades en el Estado, incluso alegando que un funcionario policial que tiene custodia en una garita de la peatonal, no estaba en ese sitio en el momento de los hechos, cuando casi ninguna mujer que es víctima de violencia de género, como tampoco ninguna persona en general, puede contar con un policía que garantice su seguridad de manera individual en la puerta de su casa. Uzín Olleros dijo que Christe fue utilizado como “cabeza de turco, el perejil, el chivo expiatorio para justificarse por lo de Fátima Acevedo”, en alusión al feminicidio ocurrido el 1° de marzo de 2020.
Una acusación particular tuvimos quienes cubrimos periodísticamente el caso en los medios, definidos como “el periodismo sensacionalista” por el letrado, desconociendo que también los medios pueden ser ejercidos de manera profesional desde una perspectiva de género: “Nada de escrache, nada de redes sociales, nada de prensa sensacionalista, que han tenido el tupé de convertirse en fiscales, jueces y verdugos. Ellos (las redes y los medios) se han atribuido, sin fundamento ni derecho, la legitimación de provocar el linchamiento de una persona. Esos cobardes, pusilánimes y canallas que se refugian en la gratuidad y el anonimato de las redes o en el mal ejercicio de la libertad de prensa, pretenden instalar en la sociedad y en ustedes la convicción de la mentira” sostuvo ante el tribunal.
Pero la estrategia técnica de la defensa que intentó hacer ver a este feminicidio como si se tratara de un accidente, que ubicó en el lugar de la “víctima” al propio Christe (31 años), “un chico” al que según su defensa se le procura arruinar la vida, que buscó también que quienes fueron testigos de parte pusieran la mirada para juzgar la conducta de la víctima, fue una estrategia que cayó sin sustento ante la contundencia de las pruebas y peritajes realizados.
“Me enteré, me mandaron que había ocurrido un incidente con la novia de Julián. Así que automáticamente pensé: esto iba a pasar. Porque Julieta, el par de veces que nos vimos, tomaba mucho alcohol y consumía sustancias y perdía el equilibrio. Primero pensé que se cayó. Siempre tuve ese temor” dijo el amigo de Christe, Daniel Heinrich, testigo presentado por la defensa, quien además contó al jurado que Julieta se caía, que perdía los anteojos, que en una oportunidad en que se habían encontrado, Julián había tenido que regresar después de subirse a la moto, de la cual Julieta se había caído, porque no encontraba los anteojos.
Pero esta coartada, que pone en foco la mirada sobre el comportamiento de las víctimas, que ni siquiera pueden atestiguar, la sospecha que recae sobre la propia mujer, tanto la que denuncia como la que no lo hace, empieza a dejar de ser el recurso y amparo de las violencias.
La teoría que esgrimió la defensa respecto a que los feminicidios pareciera que solo ocurren “cuando la mujer decide la ruptura de una pareja” también comienza a perder sustento. Se sabe que la violencia hoy se ejerce de múltiples formas, desde lo sutil hasta su máxima expresión, la muerte.
Lo que se puede destacar en este caso en forma particular es el funcionamiento de una herramienta constitucional como es el Juicio por Jurados y el profesionalismo de fiscales y de la querella que se ajustan a la técnica jurídica desde un enfoque de género. Una perspectiva que debe ser condición indispensable para juzgar delitos contra las mujeres y las identidades disidentes y un requisito fundamental de quienes participan en esos procesos, para no seguir reproduciendo esquemas que vuelven a poner el foco en las víctimas y a deslegitimar un reclamo social ascendente: una justicia feminista.