La Montaña se vislumbra a varias cuadras de distancia. Así se lo conoce al relleno sanitario Bella Vista, un predio de 35 hectáreas donde se deposita la basura que se genera en Rosario y que llegó a ser lugar de trabajo y vivienda para más de 100 familias. Miriam y Tato son cartoneros de toda la vida y cuentan su historia. ¿Cómo se trabaja en La Montaña? ¿Cuáles son las condiciones y qué limitaciones tiene el proyecto actual de compostaje?
-En la montaña siempre hay algo para sacar.
La idea de un lugar como fuente inagotable de recursos siempre es tan tentadora como inverosímil. En este caso, se acerca a lo real: la frase se repite como un mantra entre los cartoneros y recicladores de la ciudad que, como conocedores de la calle, saben dónde está lo que buscan. “La montaña” no es más que el relleno sanitario Bella Vista, un lugar que para muchos de los que viven de la basura tiene ribetes que rozan lo místico porque llegó a ser lugar de trabajo y vivienda para más de 100 familias, pero para muchos otros significó una sentencia de muerte. Hoy, en manos de la Municipalidad, se busca formalizar la labor de un sector postergado en las políticas de la ciudad.
El relleno se encuentra en un predio de 35 hectáreas, casi cayéndose del mapa de Rosario por el lado oeste. Desde varias cuadras se vislumbra una montaña con partes de tierra y de residuos que caracteriza el lugar. Durante años se depositaron allí camionadas y camionadas de materiales inertes como escombros, metales, plásticos y cartones que los y las “cirujas” fueron recuperando y convirtiendo en dinero. “Con mi mamá vivíamos en el basural”, recuerda Miriam Maldonado, histórica trabajadora cartonera de la ciudad. “Después ya no nos dejaron entrar más, pero nosotros nos mandábamos por donde se podía”, agrega entre risas.
Desde el 2013 funciona en ese lugar el Centro Ambiental de Tratamiento de Residuos municipal. Allí se emplaza una planta de compostaje que se realiza a partir de los residuos húmedos de la ciudad, y a eso se le sumó, el pasado 5 de agosto, la inauguración de una planta de residuos secos para el reciclado de los materiales que se juntan en los contenedores naranjas. “Nos permite que la gente que trabaja de la basura lo haga en condiciones dignas y recupere más valor”, aseguró el intendente Pablo Javkin durante el acto de presentación.
Sobre fines de 2019, Miriam ingresó a trabajar en la planta de compostaje separando residuos sobre la cinta transportadora, después de más de 30 años juntando materiales en La Montaña. La fecha coincide con el momento en que la Municipalidad prohibió el acceso definitivo al lugar para recicladores ajenos a la planta. Apenas un año después su marido José Funes, a quienes todos conocen como Tato, siguió el mismo camino. Ambos señalan que están mejor con un empleo formal, aunque a menudo se renueva el reclamo de los trabajadores por los bajos salarios que perciben.
También remarcan que si bien el camino transitado para llegar a un empleo formal fue duro nunca fue una meta a la cual llegar, sino que se fue dando. Las relaciones laborales cambian, los valores cambian, las economías se modifican, pero el objetivo siempre es el mismo: llevar el pan a la mesa. “Antes vos cargabas media camionada de reciclado en un carro y no valía nada. Ahora vale todo mucho. Y para el pobre todo siempre sirve”, sintetiza Tato.
De fantasmas y chicotazos policiales
Es conocido que la masa de cartoneros y recuperadores urbanos oscila al calor de las crisis sociales. El ingreso de familias enteras a La Montaña también tiene su auge alrededor del 2001, cuando el estallido económico y social quedó plasmado en un indicador que pasó a la historia: 66% de pobreza en el país. Miriam recuerda que para esos años eran alrededor de 165 familias las que diariamente recorrían el predio con sus carros para parar la olla del día.
Pero La Montaña también presentaba sus peligros: la falta de condiciones de higiene y seguridad en la tarea y la exposición a las enfermedades propias de la basura, sumado a la circulación de maquinarias pesadas en el lugar generaron un combo perjudicial para los trabajadores.
Con sus 48 años de edad y una vida vinculada a los residuos, Miriam conoce cada rincón del relleno Bella Vista. Desde la casa que comparte con Tato (52 años) en el populoso barrio La Lagunita en sudoeste rosarino, enumeran casi de memoria los accidentes más graves que se dieron en el predio, como el de un chico de su mismo barrio que fue atropellado por un camión: “Está vivo. Tiene varias partes de plástico, pero vive aún”.
Otra de las historias da cuenta de un joven que se acercó a una de las volquetas que trabajaba en el lugar para ver qué materiales descargaban. En medio de la polvareda que se levantaba no advirtió una viga de hierro pesada que le cayó encima; fue aplastado y debió ser operado de la columna. También relatan el caso de un trabajador, cercano a ellos que en 2010 murió al ser embestido por un camión. Entre los casos extremos también se agregan relatos de accidentes menores como cortaduras o lesiones que por las condiciones del lugar muchas veces se terminan agravando.
Las historias de muertes también abren lugar a relatos de fantasmas que transitan por el predio. “Se sentía a los chicos cómo lloraban”, cuenta Miriam como recuerdo grabado de sus primeros años viviendo en el lugar. La leyenda urbana habla de niños y bebés fallecidos o enterrados allí y del sonido que llega algunas noches cuando sus almas buscan hacerse oír. Más acá en el tiempo los trabajadores dan cuenta de la aparición de una “Llorona” y Miriam saca su celular para ratificar lo que cuenta: en un video filmado de noche en las afueras de la planta se escuchan gritos desgarradores que parecen salidos de una película de terror. El video fue filmado por un guardia de seguridad que renunció a los pocos días. “Nosotros por las dudas tratamos de llegar cuando ya amanece”, bromea Tato.
Ante los reiterados accidentes que se dieron por la cantidad de familias que se acumulaban en La Montaña después de la crisis del 2001, la Municipalidad decidió cortar por lo más fino: prohibió el ingreso con un tejido y presencia policial. Pero la necesidad no entiende de perímetros y los trabajadores siguieron ingresando de noche rompiendo el tejido y recuperando materiales como siempre, solo que con mayores dificultades y peligros que antes.
“Nosotros entrábamos a cirujear igual. Pero en un momento pusieron a la policía montada y te atropellaban con el caballo o nos agarraban a chicotazos. Entonces un día decidimos entre todos los que estábamos en el relleno reunirnos e ir para la Municipalidad”, recuerda Miriam. Pero la caravana de carreros nunca llegó a destino. Dirigentes del Ejecutivo local interrumpieron la marcha y propusieron un acuerdo: avanzar hacia un sistema de regulación de entradas por días, con horarios definidos, con un registro previo a cargo de la Subsecretaría de Ambiente y con carnets identificatorios. “Dijeron que ya no iban a poner policías, querían apaciguar las cosas. Entonces ahí agarramos y empezamos a cirujear más tranquilos”, agrega.
“Nosotros entrábamos a cirujear igual. Pero en un momento pusieron a la policía montada y te atropellaban con el caballo o nos agarraban a chicotazos. Entonces un día decidimos entre todos los que estábamos en el relleno reunirnos e ir para la Municipalidad”
Ese no sería el primer ni último encontronazo con la Municipalidad. Poco tiempo después, en el marco de un reclamo por mejorar algunas de las condiciones en la que desarrollaban esa tarea informal, se movilizaron hacia el predio de la Rural donde el gobierno del entonces intendente Hermes Binner, realizaba un evento sobre higiene urbana y medio ambiente. Miriam detalla que habían llegado funcionarios de Provincia, de Nación y también expertos en la materia que vinieron desde Europa: “Nos hicieron pasar y nos mostraron un video de cómo teníamos que cirujear. ¿Para qué? Si nosotros nos criamos en la basura”.
En el evento charlaron con las autoridades sobre el futuro de esa masa de trabajadores informales. Miriam recordó que cuando era chica solía ir a una planta de residuos en el lugar donde hay se encuentra la Granja de las Infancias. De ese predio tenía un recuerdo marcado a fuego: una cinta por donde se deslizaban los residuos y que luego caían a distintos embudos a medida que se los iba seleccionando.
-A mí me gustaría una cinta así – dijo Miriam entre la muchedumbre e hizo un boceto de lo que recordaba.
Dice que así como la dibujó es la cinta en la que, casi 20 años después, trabaja todos los días.
“Nos hicieron pasar y nos mostraron un video de cómo teníamos que cirujear. ¿Para qué? Si nosotros nos criamos en la basura”.
Proyecto interesante, impacto limitado
La planta de compostaje que funciona en Bella Vista comenzó a idearse en 2007, cuando la gestión de Miguel Lifschitz buscaba un espacio donde se pudiera dar tratamiento a los residuos generados en Rosario. Pero llevaría tiempo la concreción del proyecto: recién en noviembre de 2012 se puso en marcha su construcción para ser inaugurada un año después. La inversión final fue de 20 millones de pesos que fueron aportados por la Secretaría de Ambiente Nacional, el Banco Mundial y el propio Municipio.
Al lugar llegan los residuos domiciliarios que se depositan en los contenedores verdes que luego son enviados al área de transferencia y posteriormente al relleno sanitario. Un 10% de lo que llega se trabaja en la planta de compostaje en distintas etapas: una primera donde se realiza la descarga del material y la rotura de bolsas, y una segunda etapa donde se realiza la separación de los residuos que no formarán parte del proceso, como botellas, metales y vidrios entre otros productos.
Después una máquina separa los residuos orgánicos que son enviados a la planta de compostaje, donde permanecerán unos 40 días hasta generarse un bioestabilizado – etapa previa al compost – que se usa tanto para cubrir el relleno de inertes que se encuentra en el mismo predio, como para abonar distintos espacios públicos de la ciudad.
Los materiales “secos” o reciclables que se recuperan de ese proceso pasan por una compactadora que los enfarda para ser comercializados posteriormente. Con la nueva maquinaria inaugurada por el Municipio el pasado 5 de agosto se busca que los residuos depositados en los contenedores naranjas puedan ser tratados en ese espacio también. El lugar fue ideado para tratar unas 200 toneladas diarias de residuos domiciliarios, es decir, alrededor de un 30% de lo generado en la ciudad. Según las declaraciones del propio Javkin, la planta venía procesando 150 toneladas diarias, que podrán ampliarse en 50 más a partir de las nuevas instalaciones.
Desde el Taller Ecologista de Rosario vienen presentando sus reparos al proyecto sosteniendo que es “limitado” el impacto ambiental que se puede lograr. Según explican, lo que se obtiene de los contenedores verdes son residuos mezclados y genera inconvenientes a la hora de recuperar el material. “Te da como resultado un compost de muy mala calidad, contaminado con distintos elementos. Mientras que en la parte de los reciclables podés recuperar una muy baja proporción: de 100 toneladas que ingresan a la planta de residuos totalmente mezclados, aproximadamente el 2% se recupera como reciclable”, explica Mirko Moskat, integrante de la agrupación ambientalista.
Para el especialista, esto se termina dando porque la separación de residuos en origen sigue siendo escasa en la ciudad y tampoco hay intenciones políticas de mejorar en ese aspecto: “Implica un sistema de recolección diferenciada mucho más amplio, que esté orientado a que todo el mundo separe y se recolecte por separado. Y eso no ocurre. Salvo en algunos barrios, en general es un sistema que se ha ido adaptando para incorporar algunas estrategias de recolección diferenciada, pero que sigue siendo marginal”.
En cuanto a la nueva planta, desde el Taller sostienen que va a estar “subutilizada” porque es muy poco el material reciclable que se recupera en el lugar: “Se construyó una planta que permitiría procesar 5 toneladas de reciclables por hora mientras que llegan entre 10 y 15 toneladas por día. Entonces tenés un desarrollo de mucha infraestructura para poco material, cuando el problema es que hay muy poca separación en origen”.
Condiciones laborales
La participación del Banco Mundial demandaba que el proyecto tenga un componente de inclusión social. Por eso, desde un principio el objetivo fue eliminar el trabajo de recolección en La Montaña para pasar a hacerlo en una planta que cuente con las condiciones adecuadas. Para agosto de 2015 se constituyó la cooperativa que contempló el ingreso de 12 recuperadores urbanos a la planta de compostaje. De a poco se fueron sumando más trabajadores y hoy son más de 40 los cooperativistas que trabajan en el lugar.
Mirian y Tato son de los últimos trabajadores en ingresar a la planta. Fueron tentados en varias oportunidades pero siempre terminaban rechazando para seguir trabajando por su cuenta. Hasta que a fines de 2019 llegó el aviso: el Municipio prohibiría el ingreso al lugar pero con la posibilidad de que los recuperadores que seguían yendo al predio se sumen como trabajadores a la cooperativa. En poco tiempo ambos terminaron aceptando. “No nos iban a sacar tan fácil. Fueron muchos años en ese lugar. Tuvieron que darle la vuelta”, dice Tato entre mezclas de risas y seriedad.
“Para sacarnos de La Montaña nos ofrecían 30 mil pesos una vez o el trabajo en la cooperativa. Nosotros teníamos 30 años trabajando ahí adentro. Y de a poquito fueron convenciendo a la gente. Muchos aceptaron la plata”, relata. La oferta no los convencía: 30 mil pesos lo hacían trabajando unos pocos días en el relleno.
En ese punto también presentaron sus objeciones desde el Taller. Si bien destacan la intención de incorporar a los trabajadores informales en el proceso de recolección y recuperación de residuos en la ciudad, entienden que no se va a fondo con políticas y proyectos que los incluya masivamente. “En Rosario tenemos más de 3 mil recuperadores y entre los distintos emprendimientos de clasificación del Municipio suman alrededor de 100 personas. Entonces las estrategias que han tenido han sido muy limitadas. Pero también hay que poner la lupa en cuál es la calidad de esa inclusión, si la gente realmente tiene buenos ingresos y si las condiciones de trabajo son buenas”, remarca Moskat.
La pareja de cartoneros cuenta que tiene a toda su familia trabajando en la recuperación de materiales para el reciclado. “Ellos salen todos los días. El camino que hicimos nosotros ahora lo están haciendo ellos”, destaca Miriam. Después de muchos años ambos dicen estar más cómodos con un sueldo fijo, pero reconocen que trabajando por su cuenta los ingresos podrían ser ampliamente superiores.
“En Rosario tenemos más de 3 mil recuperadores y entre los distintos emprendimientos de clasificación del Municipio suman alrededor de 100 personas. Entonces las estrategias que han tenido han sido muy limitadas. Pero también hay que poner la lupa en cuál es la calidad de esa inclusión, si la gente realmente tiene buenos ingresos y si las condiciones de trabajo son buenas”
Por eso, cada tanto Tato sigue haciendo algún recorrido en su barrio por algunos contenedores que ya tiene fichados. De a poco va acopiando y cuando junta una suma considerable lo vende: “Es que no te alcanza la plata. Ahora estamos nosotros dos solos en la casa, pero antes teníamos a toda la familia. Y también ayudamos a nuestros hijos”.
Los trabajadores de la planta no tienen una relación de dependencia con la Municipalidad sino que prestan un servicio a través de la conformación de la cooperativa. Esa figura laboral generó algunos inconvenientes a la hora de reclamar reivindicaciones o mejoras salariales. “Al principio cuando empezamos a trabajar cobrábamos 17 mil pesos. Los últimos días que estuvimos trabajando por nuestra cuenta esa plata lo sacábamos en un día”, explica Tato como para tener una referencia.
De todas maneras en el último tiempo la situación fue cambiando y si bien aceptan que al principio les costó entender las dinámicas de trabajo, dicen que aprendieron a convivir en el lugar: “Nosotros nos sentimos cómodos hoy en día ahí. Estamos con los mismos compañeros que nos veíamos en el relleno. Y creo que muchos compañeros de cirujeo hoy están arrepentidos de haber aceptado la plata que ofrecían en su momento y no el trabajo”.
-¿Qué tiene La Montaña que fue y sigue siendo tan atractiva?
-Ahí va toda la basura de Rosario. La del supermercado, la del barrio, la de los contenedores. Todo va a parar ahí. No hay otro en Rosario. Y muchos se dieron cuenta de que en la basura hay mucha plata, pero que además se recupera y que no se entierra tanto.