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¿Puede trabajar la Inteligencia artificial?

  • 30/05/2025
  • Bárbara Corneli Colombatto
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¿Pueden las IA desplazarnos laboralmente? ¿Ya lo están haciendo? ¿Hay que pelear binariamente en bandos de humanos versus máquinas por los territorios cada vez más volátiles, precarios y devaluados de nuestros trabajos? ¿Podemos dividir el mundo laboral en trabajos manuales y analógicos (¿no habían cerrado ese antro ya?) frente a otros digitales y mecanizados?

Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.

El principito, Antoine de Saint-Exupéry

Ilustración: Sofía Valdes

Esta nota surgió como una cadena de preguntas, al leer “De profesión relojera” de Pilar Emitxin, en La tinta. ¿Pueden las IA desplazarnos laboralmente? ¿Ya lo están haciendo? ¿Hay que pelear binariamente en bandos de humanos versus máquinas por los territorios cada vez más volátiles, precarios y devaluados de nuestros trabajos? ¿Podemos dividir el mundo laboral en trabajos manuales y analógicos (¿no habían cerrado ese antro ya?) frente a otros digitales y mecanizados?

Si bien no pudimos polemizar con Pilar sobre el desasosiego de ver menguar sin fin la demanda de su trabajo como ilustradora, seguimos cosechando preguntas y fuimos a leer pensadorxs, conversamos con programadores y periodistas y coqueteamos con la ciencia ficción buscando habitar la incertidumbre.

En la misma semana, llegó el newsletter de Ivana Mondelo “Siempre Cyborg, nunca diosa”, con un título que prometía profundizar la polémica: “Dice Miyazaki que nos vayamos todos a la mierda”. Respecto a la actualidad de la polémica respecto al uso de IA generativas, el panorama se asemeja bastante al que han atravesado otras tecnologías que ya hemos asimilado. Según Ivana, “toda tecnología, incluida la IA, tiene a favor que te ayuda con actividades o acciones que son reiterativas o repetitivas. En términos de productividad siempre es mejor, te ayuda o te da más tiempo para otras cosas. Pero para mi el error es considerar que las personas ya no vamos a tener importancia en ese proceso”.

La polémica con la sobreexplotación de la generación de imágenes al estilo del Studio Ghibli dialoga con el foco donde se han planteado las escasas demandas legales a empresas de desarrollo de IA, poniendo el acento en los derechos de autorxs de las obras de arte y cuestionando la producción de un estilo que sustrae la cualidad distintiva de lxs artistas. Y he aquí una primera cuestión para preguntarnos por dónde se distingue el producto del trabajo humano de la respuesta elaborada por la IA. 

Si bien Ivana reconoce que pensarnos como parte del proceso que involucra incorporar nuevas tecnologías implica “un desafío a la creatividad”, también encontramos en la lectura algunas líneas para complejizar la visibilidad del trabajo en el punto de encuentro entre la tecnología y el arte.

En su libro “Galería de copias”, la escritora y artista plástica Leticia Obeid despliega una variedad de puntos de vista que, en más de un aspecto demuestra, sin necesidad de ofuscarse con la idea de originalidad, que todo arte como todo aprendizaje, transmisión, lenguaje, es una especie de collage que recopila, combina y se vale de distintos elementos y fragmentos preexistentes para, con ellos, crear otra cosa. En este sentido, entender al arte (en cualquiera de sus manifestaciones) como un trabajo conlleva una complejidad: lidiar con el prejuicio de que “el arte es un mundo vil donde nadie trabaja en serio y todo es un simulacro” y a la vez aferrarse a “la idea de que el trabajo redime, sana y es la solución a todos los problemas”. 

En su libro de ensayos “La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres”, la escritora Siri Husvedt explora múltiples dimensiones del arte y, sin restarle valor ético, estético y político afirma: “Los artistas somos caníbales. Consumimos a otros artistas y éstos se convierten en parte de nosotros -carne y hueso- para ser vomitados de nuevo en nuestras propias obras”. Pareciera ser que la obra de arte, es siempre un Frankenstein y las IA no quedan excluidas de reproducir esta operación de canibalismo, collage y sampleo. Pero entonces ¿crear es trabajar?

Sebastián Hacher, periodista que ha devenido en creador de contenido digital y programador de tecnologías generativas o agentes autónomos, confirma la sospecha: “entiendo que la misión de las IA es chorear para apropiarse de toda la creación humana, como nunca se había hecho en toda la historia de la humanidad. Lo pienso y me da mucho vértigo, está acá y hay que ver qué hacemos con eso. Está bueno ser críticos, dar cuenta de esa apropiación, pero vamos a tener que convivir con esto y aprender a usarlo siendo críticos”. 

¿La tecnología que usamos trabaja para nosotrxs? ¿Es arriesgado emular la operación generativa de la IA con el proceso creativo artístico? ¿O el error está en no ver cuánto de común tienen las tecnologías que creamos con nuestros propios procesos creativos? Damián Valdés, co-founder y CTO de Kindalab, nos ayudó a seguir con el problema en esta cuestión. Cuando nos planteamos estas polémicas en torno al uso de las IA, olvidamos que los procesos mediante los cuales surgen estos avances tecnológicos, “son procesos que funcionan del lado de la creatividad, son también producto de un esfuerzo colectivo. La programación creció gracias al compartir, a la retroalimentación, a lo colaborativo del código libre del mundo. Eso no responde a alguien encerrado en su mundo. Programar es decirle a la computadora qué tiene que hacer. Esto tiene que ver con la comunicación: para poder interactuar tenés que tener la capacidad de nombrar las cosas. Diseñar una estrategia eficiente para nombrar las cosas, tiene que ver con cómo uno ve el mundo”. 

Resulta difícil volver a centrar la pregunta en la amenaza por el desplazamiento laboral a manos del uso de las IA, sin que el planteo se desvíe hacia la inevitable transformación de los procesos y las tareas del cada vez más complejo mundo del trabajo a manos de la tecnología. Y a la vez, la forma de delimitar dicho uso o de establecer parámetros de lo legítimo, parece también ser un territorio escurridizo. En las jornadas profesionales de la Feria del libro de Buenos Aires, Daniel Benchimol, director de Proyecto 451 dio la Conferencia “Cuando la máquina crea: la edición de libros en la era de la IA (o cómo seguir siendo indispensables)”, donde la sensación que dejó fue más bien la de, lejos de resistir como indispensables, pareciéramos volvernos crecientemente prescindibles. “Las IA ya no copian o imitan, aprenden”, dijo. Algo similar a lo que pudimos leer en el artículo “Uso legítimo: Entrenamiento de IA generativa” del sitio creativecommons.org, donde se explica que esto se debe a que las IA “no almacenan imágenes, no las reproducen en sus conjuntos de datos ni crean nuevas imágenes a partir de fragmentos de imágenes de sus datos de entrenamiento. En cambio, aprenden lo que representan las imágenes y crean nuevas imágenes basándose en lo que aprenden sobre las asociaciones entre texto e imágenes”.

La cuestión de los límites pareciera depender de criterios individuales a menos que, como señala Ivana Mondelo, “frente a una innovación que nos deslumbra pongamos en consideración quién está detrás de ese desarrollo. Muchas veces como usuarias nos llega el desarrollo ya cerrado y en general son cosas muy fáciles, cualquier persona lo puede manejar sin conocimiento de código y eso hace que lo asumamos como lo único posible y que no nos hagamos muchas preguntas. Pero ¿y esto quién lo hizo?, ¿de dónde viene?, ¿por qué ahora tengo una IA en whatsapp y otra en google?”. Y en el mismo sentido, Sebastián Hacher dice que es difícil especular “hasta dónde va a llegar y cuál es la forma de oponerse. Para mi, a nivel macro deben ser regulaciones e intervención de los estados, y a nivel micro es defender la creatividad humana, como decir esto que yo hago nunca la máquina lo va a hacer mejor que yo”.

Según un informe de datagénero.org la regulación de la IA todavía está lejos de materializarse. La organización analizó 9 proyectos de ley presentados ante el Congreso Nacional desde 2023 a la fecha que perdieron estado parlamentario el pasado 1ro de marzo y cuyas propuestas van desde proyectos de ley, propuestas presupuestarias y marcos regulatorios de promoción, uso o desarrollo de la IA o ampliación de regulaciones preexistentes en ciencia y tecnología. Si bien la Cámara de Diputados organizó una serie de reuniones informativas con expertxs en IA, aún no se llevó a cabo la discusión para que adquieran carácter de reglamentación.

En este sentido, Ivana Mondelo también apunta a que como personas es importante que nos interesemos en el alcance de las IA y en “exigirle a los gobiernos que tomen carta en el asunto, porque están atrasados en reconocer por donde está el debate y cuál es ese debate”.

Pareciera ser que la cuestión de la velocidad es un punto clave en el engranaje del juego de similitudes, diferencias y competencias entre humanos y tecnologías. Así de rápido como esta polémica queda obsoleta, el desarrollo de las IA va llegando a su próximo gran batacazo y miles de trabajadores pierden su tiempo encontrando el prompt que les dará el resultado más cercano a lo que buscan. 

“No se soluciona todo con una máquina”, dice Ivana y pone el ejemplo de la atención telefónica de los Bancos, “a veces necesitamos una persona del otro lado que nos atienda. Hay una fantasía de que el progreso de las sociedades tiene que ver con la tecnología”. En esa misma paradoja Hacher insiste en que “la tecnología tiene esa cosa que te da y te quita, te da habilidades para hacer cosas que ni te imaginabas y a la vez transforma la forma en que laburamos”. A la vez, el periodista devenido programador aclara que no le da todo el control a las IA con las que trabaja, que los saberes específicos siguen siendo necesarios y que la escritura todavía delata que detrás de la tarea resuelta en cuestión de segundos fue hecha por una máquina porque “te lleva al promedio. Bromeamos con algunxs colegas con que si le pedís a la IA que te escriba un poema, va a estar siempre la palabra corazón. Si le dejo el control a chat gpt empieza a construir una alucinación sobre otra y termina haciendo cualquier delirio.”

Ivana Mondelo recuerda cuando citó a Andrew McDiarmid en uno de sus newsletters: “él pone el ejemplo de la película Wall-e, donde los humanos en el futuro no se pueden mover y la tecnología les resuelve todo. Él decía que siempre desde la ciencia ficción la imagen es que en la tecnología hay algo malo que nos va a dominar, pero él dice que no es que la tecnología se hizo más inteligente y nos dominó, sino que nosotros nos relajamos”. 

Por esa potencialidad en la que cierto consumo cultural, como pareciera ser el actual rol en el que se mide el desarrollo de las IA, se vuelve idiotizante, es que Ivana Mondelo también se apoya en la lectura de “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” de Walter Benjamin, donde “lo que él propone es que nos podamos correr de un consumo del arte por el arte mismo, que el arte también puede ser un mecanismo o una herramienta para politizar la vida misma. Pero para politizar hay que hacerse un montón de preguntas”. 

¿Es el hecho de resolver de forma más práctica y veloz algunos procesos lo que pone en peligro nuestras fuentes laborales? ¿Acaso la pregunta por el valor de nuestro trabajo es parte de un sistema codificado y nos cuesta tanto ver en qué palpita nuestra diferencia? ¿Tiene sentido que la respuesta a estas preguntas se genere inmediatamente en una pantalla?

Cuando la discusión dialoga con la ciencia ficción, sin embargo, hay donde ir a buscar esperanza. Ursula K. Leguin retoma la historia de El Principito y su escritor, con la misma frase que utilizamos de epígrafe aquí, para aclarar alguna de estas cuestiones. La relación entre el principito y el zorro es sólo posible mediante la espera. La repetición y la espera hacen que un día el zorro se acerque. Úrsula toma el relato como analogía para hablar del proceso de escritura y decir que no es automático ni se puede controlar en absoluto. La tecnología a la que hace alusíón es el CD-ROM, pero la sospecha es similar a la que podemos encarar frente a la IA “es difícil no considerarlo un intento de explotar y domesticar algo que como un verdadero zorro, debe permanecer en estado salvaje: la imaginación de un artista”

 “¿Cómo podría escribir si no leyera?” Úrsula responde con esta pregunta a la pregunta que más le han hecho en su vida como escritora (“¿De dónde saca usted sus ideas?”). Y en una versión menos canibalística que la de Siri Husvedt, dice algo similar: “Todos los escritores nos subimos los unos a los hombros de los otros, todos utilizamos las ideas y las habilidades y las tramas y los secretos de los demás. Todo ese rollo sobre la angustia de las influencias es palabrería llena de testosterona. No me malentiendan: no me refiero al plagio. No hablo de imitación o copia o robo”. ¿Puede la IA hacer la misma pregunta? ¿Sólo por absorber los datos que le brindamos puede producir como humanx? 

Si pensamos a la IA en su carácter dependiente aún de lo que podamos elaborar como consigna o requerimiento (y, ni lerdas ni perezosas, las Universidades ya lanzan sus carreras de Ingeniería en prompting), no podemos pensar que su desarrollo puede escindirse de nuestro trabajo. ¿Es nuestra tarea solamente dar órdenes? ¿Es posible una relación en la que la construcción de sentido no involucre un proceso de lectura que se demore?

La operación de la escritura y la lectura tiene muchas preguntas para prestarnos. “Las historias son un arte colaborativo”, dice Úrsula, “Todo el asunto de <dejar algo a la imaginación> tiene una importancia enorme. Y eso hace el lector. (…) La imaginación del escritor opera en complicidad con la imaginación del lector, le pide al lector que colabore, rellene, complete, aporte su propia experiencia a la obra”. Politizar, como decía Ivana Mondelo, como consumir, implica procesos complejos sobre los que tenemos muchas preguntas para hacernos. ¿Qué historias vamos a crear o qué trabajos vamos a cumplir con lo que la IA procese, digiera y nos devuelva? 

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Bárbara Corneli Colombatto

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