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La Locomotora, con los puños en alto

  • 04/08/2025
  • Facundo Paredes
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Su participación en política y en redes sociales opacó a la Alejandra Oliveras seis veces campeona mundial, a la mujer solidaria. Su vida fue pelea, carisma, contradicción y legado en barrios populares.

Si la partida de nacimiento de Alejandra Oliveras dice que nació en El Carmen, Jujuy, es sólo porque justo en esa pequeña localidad encontró trabajo Juan Carlos, su padre. Pero bien podría haber nacido en Alejandro Roca, Córdoba, donde laburó un año y medio después, y donde también se llevó a su familia. “Mi casa es el mundo, no me siento de ningún lugar”.

Infancia de estómago vacío, trabajó desde muy pequeña para curar los dolores de panza que le provocaba el hambre. “Es una condena ser pobre siendo un niño”. Vendedora ambulante de peines, hilos, agujas, encendedores y demás chucherías. Con el primer sueldo cambió su calzado: de las alpargatas a las zapatillas. “El boxeo”, denunciará más adelante, “no me dio ni un auto viejo”.

En su recuerdo, aquella experiencia laboral fue menos un sufrimiento que un desafío. No es extraño, de todas maneras, idealizar la infancia. Eso le proveerá combustible para sus charlas motivacionales, con las que se hizo popular en redes sociales a la misma velocidad con la que caía en el olvido como la boxeadora que fue. Algunos la señalaron de romantizar la pobreza, otros simplemente de contarla.

Pese a ser una destacada alumna, acusó no recibir la bandera por estar mal vestida. Fue víctima de bullying antes de que existiera esa palabra. “La vida es una pelea sangrienta”, escribe  J. R. Moehringer en El campeón ha vuelto. A los 15 fue madre. Su pareja, el doble de edad, la golpeaba embarazada. También le pegó al bebé. Si la testosterona explica la violencia machista, se pregunta el periodista y boxeador trans Thomas Page McBee, entonces por qué “los hombres le pegan a sus esposas y no a sus jefes”.

Eso le hizo un click. Empezó a entrenar a escondidas de él. Y en otro ataque violento en su contra, respondió. Fue su primera trompada. “Para librarse de los que viven pegando hay que aprender a pegar”, cuenta el escritor Alberto Salcedo Ramos que le decía su abuelo.

El amor por el boxeo, en cambio, le llegará porque era el deporte favorito de su padre, y porque admiraba a Mike Tyson. En su primera pelea, a los 22, tuvo miedo por primera y última vez. Su rival, “la Yarará”, era una temible pendenciera del pueblo. Pero como solía decir el colombiano Rodrigo Valdez, campeón peso mediano, “más duro pega el hambre”. Ganó por nocaut.

***

A quienes negaban al boxeo como deporte, les respondía con su estilo: “Son unos boludos”. Es, decía, “el arte de pegar y que no te peguen”. Campeón mundial súper gallo y poeta, Víctor Palma le dijo al periodista Fernando Niembro, en una entrevista: “A vos lo que te molesta no es que los chicos se peguen boxeando. Es que lo hagan delante de tus ojos”. 

«Toro Ciego», «Autito Chocador» fueron los primeros intentos de motes que le buscaron. Pero ella insistía con Locomotora”. Un promotor le propuso un juego de palabras: «Locamotora». Pero no hubo caso. 

Alejandra tocó el cielo con los guantes la noche del 20 de mayo de 2006, en Tijuana (México) la casa de la consagrada Jackie Nava. En el tercer round se le salió un nudillo del lugar. Triple fractura de su mano fuerte, la derecha. 

La paridad en las tarjetas de los jueces no parecía contemplar las dos veces que la Princesa Azteca besó la lona. El rigor de ser visitante en el boxeo se siente como en ningún otro deporte. Bienvenida a Tijuana, canta Manu Chao. Pero en el octavo asalto, y con la izquierda, noqueó. Ese golpe, escribió el periodista especializado Walter Vargas, “consta y constará en el bronce”.

Días antes de viajar a México descubrió la infidelidad de su marido con su hermana. “Los golpes en la vida son tremendos”. Más que los del ring, donde está prohibido pegar por la espalda. Por eso, apenas le pusieron el micrófono, gritó en el estadio aún atónito por la derrota local, que buscaba novio. También pidió por más boxeadoras mujeres. Luego se paró y caminó sobre sus manos, festejo que traía de su etapa amateur. Carisma y reclamo.

La pelea ante Nava, me dice Marina Porcelli, narradora, ensayista y estudiosa de la historia del boxeo femenino, “la construye como la boxeadora que va a ser”. Desde allí muestra que “no tiene una mirada burócrata del deporte, sino todo lo contrario”, agrega.

Su primera defensa del título mundial fue en el Club Sportivo América, Rosario, en octubre de 2006. Recordada menos por la victoria ante la colombiana Anays Gutiérrez que por su confesión posterior: “Les pido perdón, es que me olvidé de ir al baño… ¡me cagaba encima!”

En diciembre de 2008 perdió por puntos con Marcela Acuña, La Tigresa, en el Luna Park. Ahí entendió aquello de «los amigos del campeón» (o de la campeona, bah). Nadie más la llamó, ni para entrevistas, ni para peleas. Ya en Santa Fe, tuvo que convencer a Amilcar Brusa, entrenador leyenda, que el boxeo era también cosa de mujeres. Entrenó con él y volvieron los títulos mundiales. “Le devolvió la vida”, dice Alejandro, uno de los hijos, en el documental que produjo y dirigió Andrés Vernetti.

En el libro de McBee, Un hombre de verdad, se lee: “No peleas cuando te sientes realmente poderoso. Peleas cuando sientes que se está poniendo en cuestión tu poder”.

***

Su lucha por la igualdad no fue sólo cuestión de bolsas y de bolsillos. También apoyó la causa LGTBIQ+. Le reclamó a la WPC –la organización en la que peleaba– un festival pugilístico para ese colectivo. En la denominada “pelea del siglo” –en la que venció a la mexicana Lesly Morales, en Santa Cruz, en mayo de 2019– consiguió elevar el combate a 12 rounds de tres minutos cada uno, como el de los hombres.

En la marcha del Ni Una Menos en Santa Fe arengó arriba del escenario: “Libres y fuertes nos queremos”. Sin embargo, en política partidaria, apoyó a sectores o líderes contrarios a esos ideales. Arrancó en el espacio antiaborto Unite, trabajó junto a Patricia Bullrich y apoyó a Javier Milei, negacionistas ambos de la violencia de género. No es nuevo eso de soslayar aspectos controvertidos de referentes del deporte. Los casos de los ídolos populares Ringo Bonavena o Diego Maradona, enarbolados incluso por sectores progresistas. “Las contradicciones que todas las personas tenemos”, me dijo una vez el doctor en Filosofía e Historia del Deporte, César Torres, “tienden a minimizarse en estos casos”.

En sus arengas, en redes o en medios, militó ese credo neoliberal del “si querés, podés”. La susanagimenización de la voluntad: de cuando la ex diva de la tele sentaba en su living a Carlos Tévez para mostrar que salir de la pobreza es una cuestión de actitud.

***

En 2013, a Marisa Portillo –boxeadora rosarina que al cierre de esta nota peleaba con Stephanie Simon en Los Ángeles, Estados Unidos– se le bajó una rival a último momento, lo que puso en peligro la realización de la velada. “Como para no dar de baja el festival, no dejarme sin pelea y que la gente vaya, le pedimos ayuda a la Locomotora para que haga una exhibición”, recuerda. “Se re prestó al público: se sacaba fotos, hablaba con todo el mundo. Muy piola”.

Una vez le preguntaron a Alejandra Oliveras por qué la quieren tanto los chicos. No porque montó gimnasios en barrios populares, ni porque eran de entrada libre y gratuita. “Porque yo los quiero a ellos”, dijo. Barrio Alfonso, ubicado en el cordón oeste de la ciudad de Santa Fe, es una zona castigada. En las inundaciones de 2003 pasó semanas bajo agua. Allí dejó un local con ring, repleto de bolsas y demás accesorios para la práctica del boxeo. El lugar fue reinaugurado en febrero por Saúl Sicurella, obrero de la construcción, ahora desempleado. “Funcionamos gracias a ella porque nos dejó todos los materiales. Son muy caros”, revela.

El espacio, ahora llamado Byeong Jin Do (el verdadero camino del guerrero), aunque cobra una cuota mínima, simbólica, mantiene la impronta social. “No es que venís, hacés tu rutina y te vas. Los chicos vienen después de la escuela, juegan, toman mate mientras yo les doy clases a otros. Es un lugar de encuentro”, cuenta el responsable, y agrega: “No podemos ser ajenos a la historia del lugar”.

Sicurella me confiesa que pensaban juntar más chicos, y luego invitar a la Locomotora. “Hoy el silencio gana los gimnasios”, reza el comunicado del gimnasio del lunes 28 de julio. Como siguiendo ese destino trágico de los boxeadores, Alejandra Olivera murió joven. Apenas 47 años tenía cuando ingresó al hospital Cullen por un ACV. “Su legado, como toda campeona, sigue en cada sueño de aquellos que llegan con hambre, con frío, pero llenos de fuerza”, sigue el texto. Una pena. Desbordaba ganas de vivir. Insistía mucho con eso. “La vida es un milagro”, repetía.

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Facundo Paredes

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