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El poder de la pelota

  • 11/12/2025
  • Tomás Viú
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En barrio Los Pumitas, la comunidad Qadhuoqte se viene organizando desde hace tiempo en distintos frentes. Lo laboral, lo comunitario, la radio, la educación y tanta cosa. En esos mundos la pelota pega fuerte y el equipo de La 94 se convirtió en el primer equipo argentino de pueblos originarios en salir campeón de un torneo internacional. Cómo se gestó el equipo, la fuerza del potrero y el deseo de profesionalizar la práctica. Una comunidad que camina con la utopía en el horizonte: que los pibes de pueblos originarios lleguen a la Primera División del fútbol argentino.   

Buena parte del equipo de fútbol de La 94 está sentada alrededor de la mesa ovalada en el estudio de la única radio Qom de Rosario: la FM Qadhuoqte transmite en el 94.5 del dial. La numerología empieza a jugar su papel y el 94, que en la lotería significa cementerio, funciona como oxímoron y se llena de vida. El Centro de Salud del barrio también es el N° 94, al igual que la cooperativa que sostienen en la comunidad del barrio Los Pumitas, en Empalme Graneros, zona noroeste de Rosario.

Fueron pensando otros nombres pero los descartaron porque sabían que otros equipos de Chaco ya se identificaban con esos números: la 17, la 51, la 22, la 19 de abril. “El nombre de La 94 fue pensado estratégicamente. Decidimos que todo tenga conexión con el barrio”, explicará Silvana Talero, referente de la comunidad y una de las iniciadoras de la creación de este equipo de fútbol.

“Mi marido jugaba para un equipo en otro barrio. Él iba como invitado, siempre ganaba el otro equipo y la plata era el problema”, va desandando Silvana el camino recorrido. Cuenta que en un momento su marido decidió retirarse de ese equipo y no jugar más. Y que fue entonces cuando empezaron a pensar junto a su pareja Miguel y su hermano Enzo en armar un equipo propio del barrio. “Que ellos representen al barrio nuestro. Porque acá hay jugadores pero la mayoría no sale afuera, juegan internamente. Entonces fue pensado para armar un equipo de este barrio que identifique adentro de la comunidad. Desde ahí empezamos”.

“Los tenemos a Di María y a Messi en la ciudad de Rosario, estrellas. Necesitamos apoyo de esos jugadores, que visiten a La 94. Estaríamos concientizando sobre un deporte mucho más humano”

La charla ocurre en el estudio de radio pero no sale al aire. En este caso el estudio funciona como base de operaciones donde además de hacer los programas que forman parte de la grilla, se encuentran, piensan, sueñan y se organizan.

Aquel comienzo del que habla Silvana fue hace tres años cuando en el torneo del Primero de agosto decidieron presentar el equipo como barrio Los Pumitas Empalme Graneros, con el nombre de La 94. Si vale el spoiler, este año el equipo salió campeón del torneo organizado por Uniendo Fronteras, un programa de radio que inició hace trece años Lina Luz Quispe Cruz y que se emite en la FM Wox 88.3.

El torneo que organizó Lina Quispe, quien nació en Perú y viene trabajando firme con la difusión de la cultura migrante, tuvo su primera edición el año pasado y este año se repitió el formato en el cual participaron distintas selecciones representadas por personas migrantes que viven en Rosario, como los casos de Colombia, Perú, Bolivia, Haití. La 94 participó como equipo argentino de pueblos originarios. El premio para el equipo campeón era una estadía en Ferrugen, Estado de Santa Catarina, Brasil.  “Nos dio una chance de mostrar qué es lo que estamos pensando, que los pibes de las comunidades entiendan que estamos participando en un torneo importante donde si ganás podés viajar a conocer otro país. Salimos campeón y hoy tenemos este viaje a Brasil”, cuenta Oscar Talero, orgulloso.

El Mundialito se jugó en cancha de siete en el camping del Sindicato de Recolectores, en las profundidades del sur rosarino. Si bien pudieron coronar y ganaron la estadía, deben conseguir la plata para los pasajes, lo que ronda los tres millones de pesos. Por eso, además de hacer rifas y actividades para recaudar fondos, están apelando a la solidaridad de quienes puedan aportar con la causa. Oscar se refiere a lo que significa el logro obtenido y en esa clave menciona la importancia de contar, por ejemplo, con la ayuda de los máximos deportistas de la ciudad. “Los tenemos a Di María y a Messi en la ciudad de Rosario, estrellas. Necesitamos apoyo de esos jugadores, que visiten a La 94. Estaríamos concientizando sobre un deporte mucho más humano”.

La intención es aprovechar el viaje más allá de disfrutar la estadía en el hotel. Por eso, se están moviendo para intentar acordar un amistoso contra un equipo brasilero, como también para conocer algunos estadios.

***

“Yo me llamo Ezequiel y juego de delantero, de once. Ahora tengo 22 años. Desde chico ya venía jugando en el barrio. Siempre en los potreros nomás”.

 “Ale Talero y juego de defensa, de lateral. El futbol te ayuda a estar con tus compañeros, también conocés gente nueva. En los torneos jugamos con equipos que son bastante buenos, eso nos ayuda a conocernos y también a que nos conozcan a nosotros”. Ale (26) practicaba boxeo cerca del barrio y después empezó a entrenar en Rosario Central. Tuvo la chance de hacer una pelea amateur pero se le complicó por tema de laburo. Con el fútbol arrancó a los 18.

“En varias canchas jugamos, de 11, de 7, de 5, de 9, de 8. En la que venga. Se juega en la que nos invitan, donde podamos participar, siempre en el potrero, en cancha de barrio”. Enzo tiene 29 años y va contando que también juega de defensor pero en la posición central. Es el último hombre. 

“Fue pensado para armar un equipo de este barrio que identifique adentro de la comunidad. Desde ahí empezamos”

“Yo también me llamo Ezequiel (20) y juego de nueve. Vengo jugando desde que tengo memoria, arranqué de arquero, después defensor y después ya quedé de delantero. Me ayudó bastante porque yo era de jugar sólo en mi barrio”.

En la mesa cuentan que hay otro muchacho que recién se fue y que es el tercer delantero del equipo. “Los tres más livianitos”, apunta Silvana Talero con una sonrisa. Enzo refuerza: “Si, los pesaditos atrás. A chocar, a cortar, a tratar de que no cruce nadie”. A Enzo el fútbol le significa “una banda”. Dice que desde muy chico jugaba en el Club Los Pumas en el barrio. Que después dejó y volvió a jugar en el potrero. Que tiene una hija que está por cumplir cinco años. “Le gusta la pelota también, desde bebé la llevábamos a todos lados”.  

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis toques de primera en pocos metros para que la pelota termine en los pies de Diego, que recibe, acomoda el perfil y carga la zurda endiablada sin saber que ese golazo que estampará el tres a cero contra Grecia será el último suyo con la Selección. Unos días después vendrá el control antidopaje, el positivo y las piernas cortadas. Pero aquella secuencia de toques sinfónicos ocurrió, valgan las casualidades, el 21 de junio de 1994.

“Maradona fue el único jugador argentino que se mencionó que era pueblo originario. El único”, pone Oscar sobre la mesa. En una de tantas entrevistas, Diego respondía: ´Tengo sangre guaraní, según los amigos de mi padre la sangre guaraní tiene mucho más coraje, tiene mucho más fuego´.

Oscar Talero, nacido y criado en el impenetrable chaqueño, jugaba al fútbol y lo hacía muy bien. Recuerda que el director de la escuela lo quería por cómo jugaba. Hasta entonces Oscar no hablaba nada de castellano y jugaba descalzo. Dice que después se compró unas zapatillas y más tarde unos botines. Y que el director de la escuela le dijo que lo iba a mandar a Buenos Aires donde estaba su sobrino, Hugo Alberto Flores. Oscar dijo que bueno. El plan era ir a la cantera de Boca. Pero cuando faltaba una semana para viajar se enfermó de paperas, la cosa se complicó y el proyecto quedó trunco. “Casi me morí. Yo jamás quise salir de Chaco, acá caí de rebote, estaba semi muerto, fue mi hermana a buscarme y me trajo”.  

En Rosario Oscar siguió jugando. Y aunque personalmente no pudo concretar su llegada a Boca, sigue teniendo el sueño de que los pibes de pueblos originarios lleguen al fútbol profesional. “Vamos a seguir trabajando hasta que un día pueda verlo. Pensamos cómo promover el deporte. Que los pibes de nuestra comunidad, puedan participar jugando al fútbol en cualquier parte de la ciudad o de la provincia. Es un deporte sano y competitivo”.

Otra de las aspiraciones que tienen es aprovechar el fútbol para seguir conectando al barrio con otros puntos del mapa rosarino. Así lo explica Oscar: “Promover la articulación con el resto de los equipos, de otros barrios. Eso es lo que pensamos, armar un equipo que pueda salir. Si hay un torneo grande, que pueda ir”. Y así lo entiende Enzo: “Siempre armamos para ir a jugar a otras canchas y que después esos muchachos vengan con sus equipos y hacer conocido el barrio. Mostrarles a los pibes que se puede jugar libremente en otros lados y en el barrio también. Y tener visitas de todos lados”.

Actualmente La 94 está participando en un torneo por puntos, en una cancha de Seguí y Garzón. Cuando se anotaron por primera vez como equipo fue en el torneo que se organiza en la cancha ´19 de abril´. Ese es uno de los torneos importantes en los que participan. Es una competencia que dura tres días, al igual que otro torneo que se hace en agosto cuando se festeja en la comunidad toba de Rouillón y Aborígenes Argentinos el aniversario de una iglesia. En ese caso decidieron hacer coincidir la fecha del torneo con la presencia en la ciudad de muchas familias que llegan desde Chaco y Buenos Aires. “Se pensó que se hagan las dos cosas simultáneas, la iglesia y el fútbol”, cuenta Silvana, mientras recuerda que la primera vez que presentaron el equipo en agosto de 2023 salieron campeones. Y que el año pasado no se presentaron pero acompañaron a otra comunidad que es de Buenos Aires. “Vinieron con mitad de su equipo y acá en Rosario armamos la otra mitad. Llegamos a cuartos de final y los pateadores erraron los goles”.

“Hay destreza y calidad, lo que nos falta es una preparación técnica profesional”

El año que viene tienen pensado viajar a Chaco para el primero de mayo que se hace un torneo grande en el marco del Día del Trabajador. Otros torneos en los que participan equipos de pueblos originarios se hacen en Castelli y en Derqui, provincia de Buenos Aires. “Como pueblo originario tratamos que se vea que hay torneos muy importantes en la ciudad de Rosario, en la provincia de Chaco y en Buenos Aires”, dice Oscar.

El entusiasmo que despliegan sobre la mesa no les impide plantear las múltiples dificultades con las que deben batallar. Uno de los desafíos que se trazaron tiene que ver con superar una carencia en relación a la formación técnica, la preparación profesional y el respaldo que garantiza una estructura integral. “Tratamos de ir armando propuestas para que cada club de barrio tenga la formación de jugadores nuevos”, enuncia Oscar, y se explaya: “Estamos pensando cómo reproducir esta propuesta de acá a futuro con jugadores chiquitos. Tratamos de ir ingiriendo a la nueva generación de que somos muy activos en el deporte, hay destreza y calidad, lo que nos falta es una preparación técnica profesional”.

Parte del respaldo del que hablan tiene que ver con el seguro médico. Ezequiel tiene un hijo de tres años y dice que le gustaría que su hijo pueda jugar en un club grande. “Acá en el barrio te dan con toda. Por ahí te fracturás jugando por poca plata. Le pasó a un par de compañeros. No es como un club que te aseguran los médicos. Acá como es potrero no hay médicos ni nada”. Silvana explica que la idea es que “el niño se construya desde adentro de la comunidad” pero que tenga un respaldo. “Hoy en día eso no está. Es una cancha de potrero donde la gente juega por plata. Donde vamos son torneos con inscripción alta. Muchos equipos no van con la misma mirada de salir campeón, sino de ir y chocar, lastimar, golpear, sin saber que el otro es un padre de familia y que tiene que darle de comer a los hijos al otro día”.

Otro aspecto que resaltan en el debe es el tema del entrenamiento y la alimentación. Dice Oscar: “Cómo hacemos para que la nueva generación se interese en el deporte, armar un club, promover, jugar con otra preparación, no la que tuvimos nosotros. Tener formadores, profesionales, médicos, y pensar el alimento que es el problema grave que tienen los pueblos originarios”. Silvana suma a la reflexión: “No es lo mismo jugar en un club donde te entrenes, te alimentes bien, tengas un preparador físico, donde el niño se sienta más contenido. Es la gran diferencia de tener un respaldo que te contenga desde muy niño hasta que seas adolescente y puedas tener una carrera futbolística”.

Oscar suma el hecho de que en Europa pasa mucho eso de nacionalizar jugadores africanos que suman a sus equipos y se vuelven estrellas. Menciona el caso de la selección francesa donde juegan muchos nigerianos. Y agrega que en Argentina ninguna comunidad está pensando cómo implementar un camino para que la nueva generación llegue a ser jugador de primera división como pueblo originario preexistente. Cuenta que el proyecto que están pensando incluye la formalización del Club Social y Comunitario Qadhuoqte. Y que para eso también van a necesitar ayuda. Por lo pronto, para evitar que usurpen el terreno de la canchita, pusieron el cartel que señaliza y marca el primer mojón al respecto. Tiempo después empezó toda la historia de La 94.

Piensan la formación desde los cinco o seis años hasta los catorce o quince. Oscar pide que los escuchen “los preparadores físicos y los clubes grandes para que nos den el apoyo en cómo formalizar la participación nuestra con los chicos de las comunidades”.

En el barrio hubo otros intentos de armar equipos: ´Los pibes del pasillo´, ´Un rejunte´, ´La chispa´, ´Los pibes de Empalme´. Esos eran los nombres de aquellos que iniciaron y después se disolvieron. “Es como todo, al tener el problema económico, muchos pibes no tienen para la cancha o para el torneo y ya se disuelve el equipo”. Lo que relata Silvana no sorprende, la dificultad económica como impedimento del sostenimiento de aquellos proyectos vitales, como en este caso, el deporte y lo colectivo. “Lo estamos sosteniendo como podemos al equipo. Muchas veces uno pone más que el otro pero se trata de que el equipo esté, que los pibes vayan, nos organizamos para llevarlos, traerlos, en la moto, auto, lo que sea”.

La cara más visible es la falta de laburo que lógicamente complica la posibilidad de participar en los torneos que son pagos. La otra cara del asunto, cuando sí hay trabajo, es el tiempo que insumen las jornadas laborales que a veces también dificultan la continuidad o el sostenimiento de la participación. Cuenta Enzo, que trabaja en la construcción haciendo carpintería en obra: “Como en todos los equipos, uno no puede, va saliendo, va jugando para otro, y así. Se van apartando y buscamos nuevos jugadores”.

El Ezequiel defensor integra un proyecto de limpieza del barrio en el marco de un programa municipal de limpieza de territorio. “Me despierto a las seis de la mañana de lunes a viernes”. El Ezequiel delantero estaba trabajando en la construcción de una casa pero esa obra se paró, así que ahora está haciendo changas. Ale trabaja en vialidad haciendo pavimento para una empresa contratada de San Nicolás que hace trabajos en Rosario. Entra a las siete de la mañana y sale a las cinco o seis de la tarde, dependiendo el laburo puede incluso ser un poco más. Los sábados también trabaja hasta el mediodía.

***

En Rosario hay diecisiete comunidades qom. Van nombrando algunas: Villa Banana, Cerrito, Travesía, La Cava, La Boca, Sorrento, Zona Cero, Los Pumitas, La Lagunita, la comunidad de Baigorria. Dependiendo la cancha y el torneo, en La 94 son entre once y quince jugadores. Algunos son de 27, de Rouillon, de Ludueña y de Baigorria. “Los que viven alrededor nuestro, aunque no sean de la comunidad, sentimos que viven como nosotros y también juegan con nosotros, con los pibes del barrio”, aclara Oscar, quien conoce las comunidades porque trabajó en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas – el Decreto 438/2025 se enmarca en una serie de reformas impulsadas bajo la Ley de Bases y eliminó la autonomía del INAI al transformarlo en una unidad dependiente de la Vicejefatura de Gabinete-. En Pumitas hay relevadas 380 familias.

Silvana dice que “este equipo ya es una familia”, que algunos van con sus parejas o con sus hijos, recuerda que La 94 surgió con su hermano y su pareja, que después se sumaron sus padres. Que su mamá no solía ir a ver a Enzo cuando era chico pero que ahora no se pierde ni un partido. “Cuando vamos a jugar a otro lado, ella lleva la comida, el agua, el mate. No era una mujer que te iba a gritar, y ahora va y alienta a los pibes”. También dice que los torneos son largos y que “como familia nos comemos el garrón del frío, la lluvia, el viento, el sol, el calor”.

Oscar y Silvana van contando las distintas aristas sobre las que sostienen el apoyo que gestiona la comunidad a pulmón. Uno de los pilares es el estudio. Oscar enumera: “Abajo hay una escuela primaria, tenemos la secundaria, como organización de comunidades podemos dar el apoyo. Pero acá se requiere un apoyo sistemático del Estado, apoyo económico y convenios para llegar a este sueño”. Silvana repara en la necesidad de que también se sientan respaldados los padres de los chicos que juegan. “Hemos tenido varios casos en la comunidad de niños que han ido a los clubes y cuando los quieren llevar al extranjero los papás los sacan del club y no los llevan más”. Piensa que en esos casos el hecho de dejar de llevar a los hijos sin avisarle a nadie tiene que ver con el  miedo y el desconocimiento. “Eso también es un proceso que a un padre hay que darle, explicarles que pueden ir al extranjero y que van a tener el acompañamiento del club al que vayan”.

Oscar cuenta que en 2015 armaron un proyecto dentro del Instituto por el cual convocaron a jugadores de pueblos originarios a nivel nacional. De cada provincia reunieron a cinco jugadores. Enzo fue a representar a Santa Fe junto a otra persona del barrio y tres de la comunidad de Rouillon. Recuerda que había representantes mapuches, mocoví, wichi, qom, diaguita de Jujuy, Chaco, Chubut, Santa Fe. “Hacían una Copa América de Pueblos Indígenas. Fuimos al predio de Ezeiza y ahí hicieron la selección de los jugadores de distintas provincias para representar a Argentina”. De Rosario eligieron a los tres que fueron de la comunidad de Rouillon. Enzo aclara que “ellos ya venían entrenando, uno de los muchachos jugaba para un club en Chile y el otro en el club San José de Rosario”.

La Copa América de Pueblos Originarios se jugó en Chile en 2015. En esa oportunidad salió campeón Paraguay. Desde la asunción del gobierno macrista esa copa ya no se organizó más. De ese torneo salió Luis Díaz, quien nació en el pueblo indígena Wayúu de Barrancas, en La Guajira, Colombia. Luis brilla en la selección de su país y es figura del Bayern Múnich. Lógicamente su origen indígena es motivo de orgullo para la comunidad: es uno de los pocos futbolistas indígenas colombianos en llegar a la élite del fútbol mundial.

En la canchita del Club Social Qadhuoqte se juega viernes, sábados y domingos. Habían organizado varios torneos pero una de las últimas tormentas tumbó el cableado eléctrico y cayeron los postes y los reflectores. Desde entonces la cancha queda a oscuras cuando cae el sol. Por eso juegan a la tarde. “Hasta que consigamos los reflectores, salimos a otros lugares”, dicen, y advierten: “A donde uno averigüa, acá están haciendo un torneo, bueno anotá al equipo y vamos”.

“Somos una comunidad que preexistimos y resistimos. Y soñamos que algún día algún pueblo originario llegue a Primera División. Es un sueño, es una utopía”, dice Oscar.

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Tomás Viú

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