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Mujeres Trabajadoras: Una delegada de base

  • 01/08/2025
  • Tomás Viú
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El rol de una delegada de base aceitera. El camino para entrar al puerto y los prejuicios. La carrera de obstáculos y el apoyo de los compañeros. Una tarjeta de crédito y el sueño de la casa propia. Junto al sindicato, Daiana le disputa a la patronal la organización del trabajo.

Daiana Baldovino tiene 29 años y está terminando de construir su casa en Pueblo Esther, el mismo lugar donde vivió toda su vida. Pero hace menos de tres años ni siquiera podía usar tarjeta de crédito porque no tenía ningún tipo de certeza que le garantizara la estabilidad laboral. Era trabajadora contratada en la planta que tiene la empresa Cargill en Punta Alvear, y cada vez que terminaba el tiempo del contrato no sabía si seguiría laburando.

El artículo 14 bis de la Constitución Nacional estipula que el Salario Mínimo Vital y Móvil es la menor remuneración que debe percibir cualquier trabajador para poder garantizar nueve necesidades: alimentación, vivienda, educación, vestimenta, salud, transporte, esparcimiento, vacaciones y previsión. Eso Daiana lo aprendió con el tiempo, en el mientras tanto, ya habiendo entrado a trabajar en el puerto, cuando empezó a empaparse de la vida sindical.

– ¿Ché, no me llevás un currículum?-, iba preguntando Daiana a los conocidos que trabajaban en el puerto. Muchas veces se encontraba con la respuesta de que “las mujeres en el puerto no trabajan”. Pero esa barrera, para ella, no significaba una frustración sino un desafío. “Siempre estuvo esa cuestión de que a las mujeres les cuesta un poco más. Pero yo sentía que era algo que podía hacer”, dice con el diario del lunes. Lo que le contaban del trabajo en el puerto le resultaba atractivo. “En la escuela siempre nos hablaron de lo que es la industria y a mí me encanta”. Había terminado la escuela secundaria con el título de Técnica Electrónica. Su tenacidad tal vez ayudó a que en 2020 terminara entrando en la planta de Cargill Punta Alvear, en el sector de descarga de camiones con las volcables hidráulicas.

Una de las responsabilidades de Daiana en su puesto de trabajo es ver que el camión que ingresa no se caiga, que esté todo en condiciones, que no tenga un elástico roto, que no tenga una goma pinchada, que la lanza que va al acoplado esté óptima. “Esas son las mayores responsabilidades que tenemos a la hora del ingreso del camión. Después abrirlo y descargarlo”. En Punta Alvear hacen las dos descargas: de camiones y de vagones.

Por dos años estuvo como contratada hasta que en septiembre de 2022 quedó efectiva. Si bien había logrado entrar a trabajar en el puerto como quería, al principio no se sentía escuchada a la hora de hacer un reclamo. El hecho de intentar buscar soluciones para que las tareas fueran más simples o sencillamente para que estén en condiciones los puestos de trabajo, la llevó a querer ser delegada.

“Me gusta todo lo que conlleva la delegación: hablar con la gente, escucharlos, que se sientan representados. Hacer cosas que van a mejorar la calidad del trabajo del otro y de uno mismo porque compartimos los puestos de trabajo”. La que habla es la Daiana ya delegada aceitera, rol que ejerce desde noviembre de 2023 -un año después de haber pasado a planta-, cuando fue elegida por 75 de los 80 compañeros que votaron en esa elección de delegados. Al momento del escrutinio se sorprendió gratamente por la contundencia del apoyo: “Tenía tres años de puerto y conocía gente pero no todos me conocían a mí”. Daiana comparte el rol de la delegación junto a dos compañeros. Los más allegados le decían que iba a estar bueno tener una compañera delegada “porque tenemos otra mirada”.

Además de cumplir con las tareas específicas del puesto de trabajo, Daiana realiza otras acciones que tienen que ver con la organización sindical y la disputa diaria por condiciones dignas y seguras. Hasta hace un tiempo los vagones se abrían “a barreta”. Cuando la mercadería se humedece se pega a las cuchillas –que están debajo de los vagones y que hay que correrlas para poder abrirlos y que la materia prima caiga-. Era demasiada la fuerza que había que hacer para abrirlos. A través de la gestión de los delegados, consiguieron que la empresa ponga un abridor de vagones. La tarea se simplificó: ya no se trataba de abrir con barreta sino de presionar una perilla. “Es la condición para que nadie (ni mujeres ni varones) haga un esfuerzo que no corresponde y así lesionarse o enfermarse”, explica la Daiana delegada, y agrega: “Con el tiempo las enfermedades van apareciendo y no nos damos cuenta”.

Otro de los temas sobre el que pone el ojo Daiana son las licencias. “Al momento del nacimiento de un hijo el varón sólo tiene dos días para pasar tiempo con su familia”. Si bien ella aspira a que cambie el estado de las cosas, por lo pronto y mientras tanto lo que hacen cuando un compañero tiene un hijo es organizarse para cubrirse con los turnos. “Cuando un hijo está en neo es difícil la situación. Así que le buscamos la vuelta entre nosotros”.

Ella tiene un hijo de nueve años y aunque cuenta con la ayuda de su mamá para cuidarlo, muchas veces cuando hay actividad gremial no tiene con quien dejarlo. Al mismo tiempo ese acompañamiento se vuelve vital como parte del vínculo que fueron construyendo. “Le gusta acompañarme. Siempre me pregunta por qué el paro, por qué la asamblea. Quiero que vea todo esto, la lucha que nosotros damos para defender nuestros derechos. Que crezca con esos valores. Muchas veces viene a las asambleas y si hace mucho frío se queda en el auto con los vidrios bajos, pero está ahí”.

El año pasado, en la antesala del primero de mayo, al hijo de Daiana le habían dado una tarea en la escuela: debía completar un cuadro con varias columnas poniendo diferentes tipos de trabajo, las personas que los hacen y los derechos de los trabajadores. En los tipos de trabajo su hijo había puesto policía, enfermero, bombero, operador (Daiana le dice que ella es operadora). En la columna de quiénes pueden hacer cada trabajo, puso hombres y mujeres. Y como derecho de los trabajadores escribió “salario digno”. Daiana lo miró, lagrimeando: “No lo podía creer. A mí me llena de orgullo”.

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Tomás Viú

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