La cuerda de las locas
Por Pablo Alvarez (Bloque de Prensa Regional)
Allí está el comienzo de esta historia: el 30 de abril de 1977, 14 mujeres en una descarnada búsqueda de sus hijos entonces desaparecidos, reclamaron una audiencia con el dictador Jorge Rafael Videla. Después vendrá la prohibición de juntarse, el recuerdo de la vigencia del Estado de Sitio, la orden de circular, y la marcha alrededor de la pirámide de Mayo. Y vendrán después los pañales alrededor del cuello, y después los pañuelos blancos anudando sueños en los hombros de estas mujeres devastadas, pero batallantes y pasionarias. Será la pasión de nuestras Madres, precisamente, las que entrelacen, tejan y muestren la crítica más racional al terrorismo de Estado instalado en estos arrabales. Dolores individuales fundidos en una creación colectiva. El hecho político más importante que estas tierras parieran en la segunda mitad del siglo veinte. Las Madres de Plaza de Mayo nacían al terreno de lo público para decir lo callado, para denunciar lo silenciado, para enfrentar lo impune.
“Cuando sentía frío me desabrigaba, cuando tenía mucho calor me ponía mucha ropa. Porque sentía que Sergio, mi hijo, donde sea que lo tuvieran estaba sufriendo. Por eso yo no me permitía estar bien. Quería sentir que lo acompañaba…” Nelma Jalil.
“¿Y ustedes a qué están jugando?” preguntó el pibe aquella tarde, con cierta malicia en la mirada, montado en su bicicleta. Primero miraba de lejos, con su grupo de amigos, a esas mujeres que giraban y giraban en el centro de la plaza 25 de Mayo, acompañadas de un manojo de personas.
“¿A qué están jugando?”, se animó.
“No jugamos, ayudamos a las Madres a darle cuerda al cosmos”, respondió un viejo, medio poeta.
“Le damos cuerda para que no pare de andar”.
Era una tarde de febrero de 1996. El sol ya casi cumplía con su tarea de rajar la tierra un día más.
Y las respuestas, como siempre, no hacían otra cosa que abrir otros interrogantes.
Si las Madres rondaban para darle cuerda al cosmos había otros que, por el contrario, solo querían detener su marcha. Poniendo palos en la rueda.
“Ustedes no le dan cuerda. Le dan loca…”, replicó aquel pibe de unos doce o trece años.
Faltaba apenas un mes para que se cumplieran 20 años de aquel 24 de marzo de 1976, y las “locas” de la plaza rosarina giraban con sus blancos pañuelos, contra reloj, en la ronda del tiempo.
DESANDARES
“A veces voy andando por la humedad de mis ojos, por la humedad de mis lágrimas…”.
Escribió Elena Belmont, y sus palabras se repiten en cada uno de los testimonios de las otras madres, que un día salieron a buscar a sus hijos y, a cambio, se encontraron a ellas mismas, pero diferentes. Tejiendo pedazos de historia. Paradas en otro escenario.
Aunque fue recién en 1981 cuando las Madres rosarinas comenzaron a agruparse, ya venían de golpear muchas puertas, caminar muchos pasillos, desandar otros caminos.
La iglesia, el Arzobispado rosarino, se convirtió en el más emblemático sendero, empedrado de mentiras y velos de muerte.
Eugenio Segundo Zitelli, el cura párroco de Casilda, es uno de los más oscuros ejemplos… “Dígale al padre Griffa, si la envió a que hable conmigo, que yo estoy para cosas más importantes”. Respondía. “Se hubiese preocupado por su hijo mucho antes…”. Zitelli justificaba la tortura pero… “si además de tortura hubo violación… ya es otra cosa”.
Por otra parte las falsas promesas: el padre García, secretario del Arzobispado de Rosario, mentía a los familiares de los desaparecidos, les decía las cosas que ellos querían escuchar, a cambio de regalos.
“Una vez me dijo que me prepare, porque para la Noche Buena tendría a mi hijo en casa… me dijo que arregle sus cosas, que ventile su ropa… y así lo hice. Pero Sergio no llegó nunca”.
Nelma Jalil le había regalado vinos finos al padre García. Y en la última oportunidad le regaló un portafolio de cuero que, él mismo, le pidió.
“Después no hubo más regalos, pero tampoco tuve más audiencia con él…”.
EL TURCO
Sergio Jalil es uno de los militantes fusilados el 17 de octubre de 1977, en la localidad cordobesa de Los Surgentes. En uno de los barrios pobres de Rosario, Nelma se encontró con su hijo a través de los testimonios de los vecinos, que nunca lo olvidaron.
“Me contó una familia que Sergio le había salvado la vida a su hija. Había recorrido cielo y tierra en su bicicleta, durante todo el día, para conseguirle un remedio que no tenía. Los padres llamaron a la chica, ya más grandecita, y le contaron que yo soy la madre del Turco, así lo llamaban, el mismo que te salvó la vida…”
“Después me acordé que un día Sergio llegó a casa todo sucio, y yo lo retaba. El se reía y me dijo que estaba contento por haberle salvado la vida a una chiquita. Había recorrido toda la ciudad hasta que, por fin, consiguió un remedio. Llegó a casa a las tres de la mañana. Él había ayudado, también en ese barrio, a que todos tengan el agua”.
PAÑUELOS
El viejo medio poeta me contó que la idea de darle cuerda al cosmos no es de él. Eso lo dijo en un poema Adela Antokolets, madre de Plaza de Mayo.
Dijo que la ronda significa eso, darle cuerda al cosmos para que no se detenga.
Y a mí se me ocurre que cada jueves, las Madres, le dan cuerda al universo para agitar los sueños que permanecían dormidos. Para que nadie se olvide de la lucha de toda una generación, la de sus hijos, que entregaron sus vidas por un país diferente. Libre y solidario.
Hablar hoy de aquellos sueños es darle cuerda al presente.
Por eso las Madres rondan, y rondan contra reloj.
Porque además… ¿quién dijo que un pañuelo blanco es despedida?