La etiqueta que caracteriza a Rosario como “La capital nacional del narcotráfico” tiene una explicación y una historia cuyo rastreo nos permite comprender la relación entre un Estado corrupto infectado por la mafia y la consecuente realidad de una sociedad fragmentada, con jóvenes arrollados por la droga, las armas y la muerte. El periodista y escritor Carlos del Frade nos adelanta el prólogo de su próximo libro. “Ciudad blanca, crónica negra. Postales del narcotráfico en el Gran Rosario, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Capitalismo y etapa superior del imperialismo”, el nuevo libro de Del Frade, se presenta el próximo jueves 7 de agosto, a partir de las 19.30, en el auditorio de Luz y Fuerza de Rosario (Paraguay 1135).
(Publicado en Bloque de Prensa Regional)
Por Carlos Del Frade
-Voy a vivir hasta los 21 años. Nada más. Esto lo tengo claro. Mi vida pasa por un par de buenas llantas (zapatillas), tener cargada la tarjeta del celular y poco más. Lo único que te pido es que si me decís algo, cumplilo– dice el pibe que no llega a diecisiete años y es de un barrio explotado de los arrabales rosarinos.
Mientras los grandes medios de comunicación y las redes sociales afirman que la expectativa de vida llega hasta pasados los setenta años, ese avance científico no llega a muchas pibas y muchos pibes de estas regiones.
No le hablen de lo que está mal ni de lo que está bien.
El muchacho sabe que lo van a matar a los 21 años. Que tener 30 es ser un viejo en su mundo, en su universo cotidiano.
Ellos no leen los libros que escribimos, ni los diarios donde publicamos ni tampoco escuchan nuestros programas de radio y ni ven nuestros proyectos televisivos.
¿Qué hacemos nosotros ante esta realidad?
En esa confesión hay, sin embargo, una secreta esperanza.
Una vieja consigna que se hace carne en un pibe que no tiene proyecto.
-Si me decís algo, cumplilo– pide el muchacho.
El viejo valor de la palabra.
Casi un mito fundacional de aquella Argentina de nuestros viejos.
Este chico desesperado que espera la muerte a los 21 años, necesita tener cerca a alguien que le cumpla lo que le dice.
He allí una señal de transformación.
Desde lo cercano, pelear cada uno de los chicos, cada una de las chicas para que no sean soldaditos, “sicarios” o consumidores consumidos.
El primer tomo de “Ciudad blanca, crónica negra. Historia política del narcotráfico en el Gran Rosario”, fue escrito en el año 2000 y daba cuenta de las informaciones que venían acumulándose desde los años setenta en la provincia de Santa Fe.
El libro se agotó y, según dijeron las librerías y los pibes en distintas escuelas de la ciudad, tuvo una especial repercusión en los barrios del Gran Rosario.
Esa también fue una señal del proceso de democratización no solamente del consumo de sustancias sicoactivas sino también de las disputas, a veces mortales, por el dominio de una esquina para vender droga.
Sacerdotes como Edgardo Montaldo, Joaquín Núñez y Néstor Negri, ya a finales de los años noventa, denunciaban la ferocidad que alcanzaban esas peleas. La Conferencia Episcopal Argentina recién habló del narcotráfico como serio problema social a fines de 2013 porque el cardenal Jorge Beroglio se convirtió en el Papa Francisco I y con sus gestos había dejado muy atrás a la permanentemente conservadora cúpula eclesiástica.
En aquella investigación aparecían los registros de exportación de cocaína hacia Europa, el testimonio de un narco holandés que hablaba de la sociedad de las entonces principales bandas con nichos corruptos de las fuerzas de seguridad y hasta la jueza Laura Cosidoy decía, por primera vez, que el dinero del grupo de Salerno fue para la campaña de Menem presidente.
Eran tiempos de gobiernos justicialistas en la provincia. Su responsabilidad es manifiesta a la hora de pensar por qué no descabezaron esos espacios de corrupción.
En forma paralela, la evolución de los negocios en complicidad con los gobiernos nacionales se hicieron evidentes con el lavado de dinero permitido, primero a través de la quiebra del ex Banco Integrado Departamental (mil millones de dólares, la mayor estafa financiera de la Argentina), la entrega del Banco Provincial a narcolavadores como los hemanos Rohn y la privatización de las aguas del Paraná y las terminales del puerto rosarino que produjeron muelles donde entra y sale cualquier cosa porque no hay nada que los controle.
Capitalismo puro. Negocios que se hacen desde arriba hacia abajo.
Un ex comisario de la policía federal a cargo de la delegación de Drogas Peligrosas, todavía en la calle avenida Francia y 3 de Febrero, en Rosario, Oscar Alvarez, se animó a decir que la mayoría de la droga entraba y salía por los puertos privados del Gran Rosario.
Recién en el año 2013, la Auditoría General de la Nación confirmó aquello con un informe que destacaba la ausencia de verificaciones en los puertos de Buenos Aires, Ramallo, San Nicolás, Rosario, San Lorenzo y Puerto San Martín. Y hasta la interesada DEA marcaba la región, a principios del tercer milenio, como uno de los más importantes lugares por donde pasaba gran parte del flujo narco hacia el continente y rumbo a Europa.
Esos negocios de delincuentes blancos preparaban el territorio allí donde la geografía había cambiado por el saqueo planificado durante décadas.
La ciudad obrera, portuaria, ferroviaria e industrial ya no existía.
En los barrios, donde había comercios, pequeñas industrias y empresas, solamente había desesperados que buscaban algún trabajo para sobrevivir.
Zafar reemplazó al verbo vivir.
Y no hubo tampoco palabras que explicaran el dolor de ya no ser.
Ninguno de los grandes partidos políticos de la provincia ni de la ciudad intentó comprender lo que se vivía en esas calles donde antes se abrían las puertas para los pibes y las pibas que terminaban la secundaria. Ya no estaban más, ya no están más.
De allí que la región fue la “capital” de los saqueos en 1989 y su consecuencia fue la satanización del barrio Las Flores, producida por los grandes medios de comunicación de la ciudad que, obviamente, están en el centro. Muchos años después se ven esas consecuencias culturales: las chicas y los chicos de las escuelas secundarias de Las Flores sienten que valen menos que cualquiera de otro barrio. Este cronista escuchó esa confesión a días nada más del asesinato de Claudio “el Pájaro” Cantero, al mismo tiempo que otros pibes decían que “gracias” a Los Monos el barrio “ahora era más respetado”. Quizás algo de eso se refleja en el mural dedicado al asesinado referente del grupo narco más poderoso de la región a menos de tres cuadras del colosal casino de Cristóbal López.
En aquel libro, también, se hacía alusión que había chicos que ingresaban con graves cuadros de intoxicación al Hospital de Niños “Víctor J. Vilela” por haber consumido kerosene.
No hubo reacción política ni tampoco demasiada acción judicial, ni provincial ni federal.
Rosario fue presentada en los medios de comunicación nacionales, los que en este país unitario imponen la visión de Buenos Aires a toda la geografía argentina, como capital nacional de los saqueos, de la desocupación y en tiempos del menemismo rubicundo, de la protesta o los paros.
Hasta el día de hoy se escucha en las tribunas futboleras el cantito de las hinchadas de Capital Federal gritando: “Los gatos no se comen…”, en alusión a aquella imagen que Canal 13 mostró en una región del sur rosarino, entre Las Flores y La Tablada, hacia 1995.
Este libro recupera parte de aquella historia y le agrega la crónica de los últimos dos años cuando la región pasó a ser considerada “la capital nacional del narcotráfico”, una etiqueta que duele y molesta a las mayorías que seguimos insistiendo en los valores del trabajo, la educación y el esfuerzo como sinónimos de una realidad mejor para nuestras hijas.
El triple crimen de Villa Moreno, el primero de enero de 2012; la denuncia y posterior detención del jefe de la policía provincial, Hugo Tognoli, a partir de octubre de aquel año; los intentos de saqueo de diciembre protagonizado por extrañas bandas dedicadas a la comercialización de estupefacientes; la presentación ante la cámara de diputados de una investigación periodística (febrero de 2013) donde por primera vez se decía públicamente el nombre de los cuatro principales grupos narcos de la región y la forma con que Luis Medina había lavado dinero a través de cuatro empresas legitimadas por los organismos estatales municipales y provinciales; el asesinato del Pájaro Cantero y su secuela de crímenes en mayo y junio de 2013; la desarticulación de la cocina de cocaína de Delfín Zacarías en Funes y con ramificaciones en San Lorenzo, Granadero Baigorria y Rosario; el atentado contra la vida del gobernador Antonio Bonfatti, el principal de la democracia argentina desde la recuperación en 2013; el asesinato de Luis Medina y dos integrantes de la familia Bassi en la ya estragada Villa Gobernador Gálvez; el paro de la policía de diciembre de 2013 que también incluyó la participación de narcopolicías; la tasa de homicidios más alta del país; las permanentes amenazas contra el ministro de seguridad Raúl Lamberto, el juez Juan Carlos Vienna y el fiscal Guillermo Camporini más el increíble seguimiento del automóvil del secretario de seguridad, Matías Drivet; generaron conciencia sobre la evolución de un negocio mafioso que creció en los últimos 25 años gracias, entre otras cosas, a la mirada complaciente del poder político, judicial y legislativo, en la ciudad y la provincia y le imprimieron una evidente particularidad a la geografía santafesina.
Por eso este libro también avanza en algunas consideraciones sobre lo que hoy sucede en Córdoba, cuyo presente también es hijo de lo que no se quiso escuchar en torno al por qué mataron a Regino Maders, el 6 de setiembre de 1991, cuando denunciaba el narcotráfico como negocio fomentado desde el propio gobierno provincial.
O los números que muestran la realidad de los pibes en La Plata y el Gran Buenos Aires, como víctimas de una estructura económica que no puede pensarse sin la complicidad política, no solamente policial.
El narcotráfico es el ciclo capitalista actual de acumulación de dinero fresco e ilegal y que alimenta otras actividades. Y junto a las armas conforman esa manera de concentrar efectivo sin rendir cuentas a nadie.
Hay muchas armas y mucha droga entre los pibes y el pueblo en general porque así se mantiene el sistema.
Luchar contra el narcotráfico es luchar contra el capitalismo.
Algo que suena estúpido a la hora de tomar conciencia el objetivo de los grandes partidos políticos nacionales.
Pero este cronista está convencido de la honradez y las ganas de hacer las cosas bien que existen en los distintos gobiernos: nacional, provinciales y municipales.
El problema es que deben denunciar la corrupción política que tienen adentro para avanzar, por lo menos, en la lucha contra los engranajes estatales de la mafia. Y eso se hace difícil porque especulan con el costo político en las siempre presentes próximas elecciones.
El narcotráfico ha convertido a la Argentina en el tercer exportador de cocaína hacia Europa y primer consumidor de esa sustancia en toda América en proporción de habitantes.
Por las fronteras, allí donde está la promocionada Gendarmería, ingresan toneladas de cocaína sin mayores controles.
Una historia que, como demostraba el primer libro y amplía la presente investigación, comenzó con Leopoldo Fortunato Galtieri cuando era comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario y jurisdicción sobre las provincias de Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y Entre Ríos.
Pero volver a la particularidad de la provincia de Santa Fe exige preguntar por qué no se tuvieron en cuenta las páginas judiciales que luego del asesinato de Sandra Cabrera (27 de enero de 2004) y el de Abel Beroiz, tesorero de la Federación de Trabajadores Camiones liderada por Hugo Moyano (27 de noviembre de 2007), decían que el narcotráfico estaba manejado por narcopolicías vinculados a funcionarios políticos.
Mientras este libro termina su redacción, la confirmación de un complot para terminar con la vida del juez Juan Carlos Vienna, del fiscal Guillermo Camporini y del policía Luis Quebertoque, remarcaba el nivel de osadía de las bandas mafiosas que actúan en la provincia, solamente comprensible por tantos años de impunidad, complicidad e indiferencia desde los gobiernos democráticos de distintos partidos políticos.
A 38 años del golpe genocida, es necesario pensar en quiénes fueron las víctimas y quiénes los victimarios y por qué.
– Hicimos el golpe para defender el capital y la empresa privada – dijo Ramón Genaro Díaz Bessone, comandante del segundo cuerpo de ejército durante el 8 de setiembre de 1975 y el 12 de octubre de 1976 cuando fue reemplazado por Galtieri. Esa frase la planteó en el edificio de la Bolsa de Comercio de Rosario, en Corrientes y Córdoba, donde cientos de empresarios los aplaudieron de pie en octubre de 1977.
La mayoría de las víctimas fueron jóvenes trabajadores con ideas revolucionarias que podían sintetizarse en que la felicidad sea patrimonio de todos y no la propiedad privada de unos pocos.
Casi cuatro décadas después, el capital y la empresa privada tiene formas legales e ilegales para multiplicarse, una de ellas, el narcotráfico; y los pibes, una vez más, son las víctimas fundamentales.
No fue casual. La recuperación económica de la región, a partir de 2005, según coinciden estudios de la Universidad Nacional de Rosario y del Litoral, entre otras, generó un cambio de perfil: ciudad de servicios, el famoso boom inmobiliario, exportaciones sojeras y recuperación industrial vinculada a lo agrícola.
Rosario, lugar estratégico desde lo geográfico, pasó a ser uno de los principales lugares por donde circulaba la mayor cantidad de dinero.
Y, según se desprende de este trabajo, la mayor cantidad de dinero incluye la mayor cantidad de dinero ilegal.
Por otra parte, la investigación del doctor Vienna define que el poder de Los Monos se constituyó a partir de la instalación de un gobierno de facto en los barrios La Granada y Las Flores. Leyes propias, violencia permanente, miedo y silencio. Un gobierno ilegal que se construyó mientras existían gobiernos legales, municipales y provinciales que, claramente, miraron para otro lado.
-Quiero hacer uno si o si. Tanto sea Salchicha o comerme un traidor. Ese Judas hijo de puta, averiguame todo que les mando a los pibes– dice Arón Treves, detenido en Coronda, uno de los que planeaba matar al juez Vienna y al fiscal Camporini.
La frase es emblemática: “…les mando a los pibes”.
“Los pibes” como sinónimos de sicarios.
Esa es la urgencia que plantea el narcotráfico.
Y no parece que haya recuperación del sentido existencial para los pibes con gendarmes y policías, sino con escuchas atentas, escuela, trabajo, deporte, cultura y alegría bien cerquita de ellos.
Porque esa solución “coordinada” entre los gobiernos de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires con el nacional, de poner gendarmes en las grandes ciudades no es más que cumplir el proyecto de Ronald Reagan de julio de 1988 y que luego se convirtió en el Plan Colombia, el plan Mérida en México y la permanente presencia del ejército en Río de Janeiro y San Pablo.
El resultado de esa política de seguridad ciudadana implementada por Estados Unidos generó y genera miles de muertes jóvenes, crecimiento del narcotráfico y negocios inmobiliarios varios.
De allí que nuestra idea es que este ciclo de acumulación y circulación de dinero fresco que es el narcotráfico también funciona como nueva etapa del imperialismo: control social sobre los pueblos del continente para garantizar que nunca más se produzca un enamoramiento masivo con la idea de la revolución.
La esperanza está en volver a hacerle sentir a miles y miles de pibes argentinos que tienen derecho a soñar, a reír, a enamorarse y que trabajar no es una gilada ni una pérdida de tiempo.
Y esa es una pelea cotidiana, cercana, afectiva y profundamente política y rebelde.
Porque así como no hay que naturalizar lo malo, tampoco hay que naturalizar lo bueno: miles y miles de maestras y maestros, trabajadores sociales, médicos, psicólogos, artistas, mujeres y hombres, todos los días en cada rinconcito de esta fenomenal geografía argentina ponen el oído, la caricia, la palabra y el proyecto para que chicas y chicos no sean mandados por distintos explotadores.
En ellos está el presente mejor.
Es urgente reparar en ellos.
Y también es imprescindible denunciar con nombre y apellido a los mafiosos y sus cómplices, sin pedir permiso a ningún poder para hacerlo.
Nuestros pibes, nuestras hijas necesitan algo más que cantarle el feliz cumpleaños y apagar las velitas de la torta.
Todavía estamos a tiempo.