El edificio de la Biblioteca Vigil fue señalizado como Sitio de Memoria y se suma a los 12 restantes de la provincia. Un reconocimiento más que destacado para un espacio que fue víctima de genocidio cultural durante la dictadura. En esta crónica, enREDando comparte un recorrido por el espacio, sus rincones y su historia.
Por Carina Toso
A la derecha del ingreso a la Biblioteca Vigil, por calle Alem, la placa que la señalizará como Sitio de Memoria todavía se encuentra oculta bajo la lona verde. El acto oficial será más tarde y entre funcionarios públicos y miembros de la actual y la anterior Comisión Directiva, la descubrirán sobre el final.
En el interior de la institución, un grupo de chicos está reunido alrededor de una mesa mientras se organizan los últimos detalles para el evento. El viernes 4 de septiembre será recordado como un día especial para la Vigil. El reconocimiento ayuda a reconstruir la historia de este espacio donde la dictadura desató gran parte del terror contra directivos, contra los libros, contra la educación.
Fue un genocidio cultural. Un desguace de un proyecto educativo innovador para aquellos tiempos. Tras su intervención, en 1977, todo lo que la barriada de La Tablada y Villa Manuelita había construido en la esquina de Alem y Gaboto, fue masacrado. El edificio, los proyectos, los sueños.
Antes del protocolo y las cuestiones formales, miembros de la hoy recuperada Biblioteca Vigil propusieron un recorrido por el edificio y su historia. Estudiantes, periodistas, ex alumnos, turistas, estaban ahí esperando caminarlos. Natalia García, investigadora del Conicet quien llegó a la biblioteca para hacer su doctorado y decidió quedarse, invita a dar comienzo a un paseo que transitará por anécdotas divertidas y momentos dolorosos.
Primera parada: la sala de lectura
Sobre la mesa de la sala principal hay muchos libros. Todos llevan el sello de la Editorial C.C. Vigil. Son sobrevivientes. Están viejos y amarillos pero salieron airosos. Escaparon del fuego.
El primer ladrillo cultural lo colocaron cuando fundaron una Asociación Vecinal entre los barrios la Tablada y Villa Manuelita. En 1933 tenían una modesta biblioteca popular. “Querían elevar la cultura al pueblo y tener su propia infraestructura”, dice Natalia. Y pusieron manos a la obra. Veinte años después, muchos se sumaron para dictar en ese lugar talleres de pintura, poesía y dibujo. Había charlas y conferencias. Para juntar fondos se organizaban los bailes populares. Pero no era suficiente, entonces surgió la conocida “rifa de la Vigil”. Se pagaba en cuotas y el premio estrella en ese momento era una moto Puma. Años después fue superado por autos, departamentos y viajes por el mundo. La transparencia en el destino de los fondos estaba reflejada en obras de todo tipo. Ya no era una vecinal, sino una institución que estaba decidida a crecer.
Para mediados de los ´60 los vendedores de rifa eran 3000 y los cobradores 500. Y el espacio siguió ampliándose: se abrió un jardín de infantes, la escuela primaria con doble escolaridad, el secundario, todo un proyecto pedagógico destacado. Una Universidad Popular. Más: una escuela de astronomía, talleres de vanguardias artísticas, un departamento de taxidermia y un museo de ciencias naturales. Una imprenta. Un centro cultural deportivo.
Se aventuraron también en crear microemprendimientos: talleres de automotores, una carpintería (en ellas se construyeron los pupitres para las aulas de las escuelas, estratégicamente pensados para que puedan armar al juntarse una mesa redonda), un departamento de construcción y otro de herrería. La Vigil tenía en ese momento la grúa más alta de Latinoamérica.
Con el tiempo se tecnificaron para imprimir y gestionar los bonos de la rifa: compraron computadoras IBM360 para que todo salga a la perfección. Eran de las pocas que había en la ciudad.
Las distintas actividades eran cada vez más y se conformó una comisión directiva. Los socios a fines de los años ‘60 eran más de 19.500 (más que Rosario Central en ese momento) y 600 los empleados. En Gaboto 450 se construyó la biblioteca central. Había una sala para niños y otra para adultos. Los préstamos de libros y las consultas diarias eran entre 1000 y 1200.
No pasó mucho tiempo para que se geste la idea de tener su propia editorial e imprenta: de allí salieron 92 títulos que se editaron en diferentes colecciones, con más de dos millones de ejemplares impresos. Editaba a nobeles (Pedrani, Saer y Urondo, entre otros) y a desconocidos.
Intentaron no perder como horizonte a la barriada, el trabajo siempre estaba apuntado a los sectores populares. Por eso decidieron hacer encuestas para armar una agenda temática sobre los problemas y los intereses barriales. Esto se vio reflejado en la Colección Apuntes. Los borradores eran leídos por la gente del barrio que aportaban sus sugerencias, se tomaban en cuenta y se sumaban.
Segunda parada, varios pisos más arriba: la terraza y el observatorio astronómico:
¿Por qué no? se preguntaron. Y lo construyeron. Eran tiempos de personas lanzadas al espacio; del auge de la astronomía. Se fundó en 1968. Blanca y circular se levanta su cúpula, la que puede contemplarse desde la terraza. Desde allí, también se observa una gran parte de la ciudad. Por dentro, la cúpula muestra el paso del tiempo. El telescopio ya no hace seguimientos de proyecciones solares ni lunares.
Después de su instalación, en 1968, los rumores por fuera del barrio comenzaron a correr. La llamaban “la biblioteca roja”. Un taxista, una vez, le comentó a un investigador que trasladó hasta el edificio y quien justamente iba a trabajar al observatorio que «desde ese hongo se hacían transmisiones para comunicarse con los rusos». “Porque acá son todos comunistas”, remató. Para la gente de la zona y para los miembros de la Vigil era un “tajo en el cielo que se abrió en la zona sur de la ciudad”.
Las historias van y vienen en este recorrido. Y una tiene como protagonista a la lente del telescopio. La habían traído de Alemania. En 1979 y con los uniformes ya dentro de la Vigil, desapareció. Los militares intentaron culpar a los alumnos de la escuela del robo que ellos mismos habían perpetrado. Los amenazaron, los apretaron. “Ya tenemos una pista, sabemos que el que la robó usaba zapatillas Topper, porque dejó una marca en la pared”, les dijeron. Todos entraron en pánico mientras miraban sus pies: es que la mayoría tenía zapatillas Topper.
Tercera parada: un pasillo y un muro
Los genocidas siempre fueron especialistas en levantar muros, de los que sea.
Y eso hicieron en este edificio que fue construido para que todos los espacios estén comunicados: levantaron muros. Levantaron tantos, que el monta libros quedó afuera de la biblioteca, en un pasillo largo y oscuro.
Cuarta parada: la sala de teatro
Cortinas azules, un telón oscuro y sillas rojas. Abajo del escenario, una sala de ensayo de la misma dimensión. Hoy, es uno de los espacios que está nuevamente en marcha y ofrece una programación propia a los vecinos del barrio y de la ciudad.
Cuando los militares saquearon el edificio, estaba a medio construir. El piso de pinotea, las calderas para calefaccionar, la iluminaria y los aires acondicionados todavía no estaban colocados. Se los llevaron como estaban: aún embalados.
Quinta parada: el sótano
De todos los espacios de la Vigil, es del que menos se conoce en cuanto a lo que pudo haber sucedido allí, a fines de los ’70. Lo que sí se sabe es que hasta este lugar llevaban todo lo que saqueaban en los operativos para luego sacarlos en camiones por la rampa que sale a calle Gaboto. Había hornos en los que incineraban los libros, se estima que unos 60 mil o incluso más.
Hasta hace poco tiempo el sótano estuvo bajo agua. Una vez que la Asamblea de Socios recuperó la llave del edificio, en diciembre de 2013, lo drenaron.
Está oscuro, húmedo y triste. Seguramente, muchas verdades estén por descubrirse en ese lugar. Hay un auto lleno de polvo. No pertenece a nadie, o en realidad sí, pero esto es parte de la investigación judicial, así como también, la posibilidad de que este sótano haya sido utilizado como lugar de tránsito de detenidos-desparecidos.
Aquí surgen los recuerdos más duros de la destrucción cultural de la que fue objeto la Vigil. Es como si retumbaran los gritos de la patota de Feced que el 25 de febrero de 1977 ingresó abruptamente al edificio diciendo que, por decreto provincial y nacional, la biblioteca estaba intervenida. Mientras, la Marina rodeaba la manzana.
Meses después, ocho miembros de la Comisión Directiva fueron detenidos y trasladados al Pozo, CCD que funcionaba en Dorrego y San Lorenzo. Después pasaron a condición de presos políticos hasta ser liberados. Más de una veintena de socios, empleados, docentes, cooperadores y alumnos fueron asesinados o permanecen desaparecidos.
Los genocidas cerraron la biblioteca y la editorial, expropiaron y destruyeron cuanto pudieron. Jugaron al tiro al blanco con los animales embalsamados del Museo de Ciencias Naturales. Remataron todas las herramientas de los talleres. Destruyeron la Universidad Popular, la guardería y maternidad. Mantuvieron las escuelas para hacer una depuración ideológica: ingresaron nuevos docentes con una mirada sobre la educación totalmente diferente. La vaciaron de contenidos. “El negrito que quiera tocar el piano que se lo compre”, gritaban.
Pero hoy la Vigil está en pie. Rearmándose. Reconstruyéndose. Soñándose en un nuevo tiempo. Recuperó su edificio principal, su editorial está renaciendo de las cenizas, el teatro, la rifa, los talleres y cursos, la biblioteca. Y todo se logró en apenas un año y medio.
“Este reconocimiento permite continuar hoy al menos haciéndonos preguntas y con preguntas nuevas. Qué podemos soñar y qué podemos seguir construyendo”, dice Celina Duri, presidenta de la actual comisión directiva de la biblioteca.“Poder recuperar y marcar este sitio para que toda la ciudad conozca lo que aquí sucedió nos parece fundamental”, señala Nadia Schujman, directora provincial de la Memoria. “No importa a qué partido político pertenezcamos, debemos unirnos para defender la democracia. Es nuestro compromiso”, agrega Judith Said, directora de la red federal de Sitios de Memoria de la Nación. “Lo importante es que el proyecto tiene continuidad a pesar de que quisieron truncarlo, los que siguen harán las obras que nosotros no pudimos terminar”, dice, por su parte, Augusto Duri, uno de los iniciadores del proyecto de la Vigil y sobreviviente del terrorismo del Estado.
La placa finalmente es descubierta. Ahora, el edificio de Alem y Gaboto luce la estampa que la define como un nuevo Sitio de la Memoria del Terrorismo de Estado en la provincia de Santa Fe.
1 comentario
La nota me hizo llorar: pasé mi adolescencia en «la Vigil» leyendo todo lo que podía, de todo lo que me interesaba.
El ataque de los vandalos de uniforme fue tan terrible como previsible: la educacion y la libertad van de la mano.
Que la Vigil siga su camino y sea para los jovenes hoy lo que fue para mí: gracias !
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