Resquicio y ARTAS son dos colectivas que integran docentes de expresión corporal y actrices feministas. De manera autogestiva, realizan intervenciones artísticas-políticas en las marchas y espacios públicos. ¿Qué puede un cuerpo en acción? ¿Qué otras formas de protesta social son urgentes y necesarias? El artivismo en las calles genera otros modos de denuncia. Cuando no alcanza solo con decir, el arte y el cuerpo irrumpen para generar otro relato.
(Foto Principal: Resquicio Colectivo)
19 de octubre de 2016. Llueve. Hace frío. La consigna es marchar de negro en un miércoles donde hasta el cielo se pone a tono.
El dolor tiene nombre: Lucía Pérez.
Treinta mujeres llevan medio cuerpo tapado con bolsas de residuo negras. Apenas se ven las piernas manchadas con una tinta roja que parece sangre. Algunas se desvanecen y caen al suelo. Otras se levantan, deambulan, tambalean y vuelven a caer. La acción se repite en el centro de la Plaza San Martín y durante el transcurso de la movilización que llega hasta los Tribunales Provinciales. Allí, la indicación es solo una: todas corren hasta el paredón y se ubican en hilera para simular un fusilamiento.
5 de diciembre de 2018. El nombre de Lucía sigue doliendo en todo el cuerpo. Acaba de conocerse el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N 1 de Mar del Plata integrado por tres jueces varones, que después de dos años sentencia la absolución para todos imputados en la causa, acusados de femicidio y abuso sexual.
La bronca estalla en las calles de todo el país.
Unas veinte mujeres vestidas de negro caminan, una detrás de la otra, por uno de los pasillos de los Tribunales Provinciales de Rosario. Entre abogadxs que miran con indiferencia y decenas de personas que esperan ser atendidas, se detienen y levantan el cartel con su foto. Como un mantra repetirán durante varios minutos: “Todas somos Lucía”. Una y otra vez. La acción continuará en la calle hasta que la emoción, las lágrimas y esa rabia masticada en silencio, termine en un abrazo.
¿Qué ocurre cuando el horror que la violencia heteropatriarcal utiliza como método de disciplinamiento se transforma en furia feminista? ¿Qué sucede cuando las calles, ese espacio tan hostil para las pibas, las mujeres, las lesbianas, las travestis y las trans, son colmadas por nuestros propios cuerpos en acción ? ¿Qué potencia somos capaces de encarnar cuando nuestro grito habla del goce y la libertad en pleno espacio público?
“No somos basura” (NSB) fue la primera intervención performática de un grupo de mujeres que, más tarde, conformarán el colectivo Resquicio. Lo integran artivistas, en su mayoría docentes de expresión corporal, que piensan y planifican las acciones artísticas-políticas a las que luego se suman muchísimas otras personas, convocadas a participar en cada performance que realizan en marchas impulsadas por el movimiento feminista y de derechos humanos. Hay fechas que son claves: 8 de marzo, 25 de noviembre. 24 de marzo. 3 de junio. También hay gritos colectivos que empujan a salir a la calle: el debate por el aborto legal, la desaparición forzada de Santiago Maldonado, el Paro Internacional de Mujeres.
En estas marchas, colectivos como Resquicio y ARTAS intervienen con sus cuerpos que son también territorios de disputas y revoluciones. El arte irrumpe para activar emociones y sensaciones. Para romper con situaciones naturalizadas de violencia machista y al mismo tiempo, hacerlas visibles. A veces son las movilizaciones y otras, como el edificio de los Tribunales, los lugares símbolo de una justicia patriarcal.
La grieta posible
Resquicio Colectivo activa otro modo de denuncia en las marchas: el objetivo es interpelar al transeúte que en general apenas las vé pasar. Que una imagen o un gesto pueda explotar en un interrogante. Que luego será una foto, la captura de un instante o un video viralizado en redes sociales. “El cuerpo tiene la capacidad de interpelar en lo inmediato a la gente que no participa de esa marcha y que no espera ver ese cuerpo manifestado de cierta manera”, sostienen.
El impacto puede ser cruel y doloroso. Puede también visibilizar el poder y la presencia, ya no como cuerpos victimizados sino como cuerpos empoderados.
En febrero de 2017 participaron del Tetazo. ¿De qué manera?. Noelia y Magdalena, dos de sus integrantes, le dicen a enREDando: “nos encontró la urgencia de poner el cuerpo en la calle. Para esta intervención pensamos de qué manera aparecen nuestros cuerpos y pensamos qué queríamos decir y visibilizar. ¿Cuál es la teta que vende? ¿Quién decide lo permitido, qué tetas sí y qué tetas no?. ¿Cuál es el cuerpo hegemónicamente permitido por la sociedad, y por qué el otro se estigmatiza, se oculta, se tapa?. ¿Y en qué contexto?. Teníamos una canción que cantábamos como un mantra. Teníamos distintas banderas, y esa canción que cantamos decía que juntas somos más y esa es la premisa del colectivo. El canto decía: arreglos de campana / tócame las horas / para que despierten las mujeres todas / porque si despiertan todas las mujeres / irán recobrando sus grandes poderes”.
El tetazo fue un hecho político al que no podían faltar. La convocatoria a la performance ““Cuerpo Prohibido/CuerpoPermitido” se hizo a través de redes sociales y la participación fue contundente. “Cuando convocamos a la gente, la idea es que no se sienta obligada a hacer algo que no quiere”, dice Noelia y suma: “El único requisito es tener ganas y querer decir algo más que no sea solo marchar como estamos acostumbradxs”. Para el 8 de marzo se hicieron preguntas sobre cuál es el rol que, desde niñas, el patriarcado le impone a las mujeres. La intervención consistió en interpretar canciones infantiles con letras machistas y lo que predominaba era el color rosa. Así nació Zapatitos de Charol. Era el año 2017, plena efervescencia del movimiento feminista. “Nosotras entendemos que el espacio público es un espacio político. Y es una necesidad ocupar estos espacios como sujetos políticos. Ponemos el cuerpo cuando creemos que las palabras ya no alcanzan para decir, cuando ya no alcanza solo caminar”, señala Resquicio.
Y cuando las palabras ya no alcanzan, el hecho artístico punza directamente en el cuerpo. “Buscamos expresarnos, decir y comunicar de otras maneras, en otros espacios y/o contextos no convencionales. Y es porque sentimos que las palabras ya no resultan suficientes, que elegimos nuestrx cuerpx como territorio de expresión, acción y portador de imágenes poético representativas y a la calle como escenario y ámbito de nuestro recorrido”, señalan en su manifiesto.
“Nosotras entendemos que el espacio público es un espacio político. Y es una necesidad ocupar estos espacios como sujetos políticos. Ponemos el cuerpo cuando creemos que las palabras ya no alcanzan para decir, cuando ya no alcanza solo caminar”
Silvina D’Arrigo es licenciada en Relaciones Internacionales y también forma parte del Grupo de Teatro del Oprimido. En una investigación que realizó para el Instituto Nacional del Teatro sobre intervenciones artísticas – políticas, analiza: “Mientras No somos basura aparece más ligado a expresiones como “paren de matarnos”, con estéticas sobrias, primando el negro y colores apagados, Cuerpo prohibido/Cuerpo Permitido se encuentra más entrelazado a “vivas y libres nos queremos” y “nos mueve el deseo”, con un espíritu más festivo. Comienzan entonces a hacerse más palpable cuerpos deseantes, unidos no solo contra la violencia sino también para la fiesta, el corrimiento de proclamas ancladas a la lucha contra el femicidio y a los cuerpos de las mujeres y disidencias como matables, y el énfasis en reivindicaciones que se centran en cuerpos con derecho al gozo pese a todo. El cuerpo como marca y encarnación de las violencias patriarcales, y también como marca del disfrute vivido, el deseo, la alegría. El cuerpo generizado y sexuado, cuerpo que goza, y no solo cuerpo en continua amenaza. El cuerpo más allá del miedo y que reivindica el derecho a no tenerlo. El cuerpo que ya no es solo víctima, sino también fuerza, empoderamiento y poder. El cuerpo que puede. Los cuerpos que pueden en colectivo”.
Un Estado esclavista
Un grupo de mujeres que integran organizaciones feministas de Rosario recorre las calles del centro. Con la mirada en el piso y en fila caminan vestidas con una túnica roja y una cofia en la cabeza. Es 1 de agosto de 2018 y en tan solo siete días, el Senado debatirá el proyecto de ley por el aborto legal que ya fue aprobado en la Cámara de Diputados.
Atraviesan la peatonal Córdoba y decenas de personas se preguntan quiénes son, qué hacen, por qué caminan en silencio y con la cabeza hacia abajo. Algunas otras, reconocen en ese grupo de mujeres a las Criadas de la serie The Handmaid’s Tale basada en el libro de Margaret Atwood. El mensaje de la intervención es denunciar a un Estado esclavista y los cuerpos hablan: sin mediar palabra, la actitud corporal provoca el impacto.
Al llegar al Monumento a la Bandera, despliegan el pañuelo verde de la Campaña Nacional y entre todas, dan lectura a la carta de la escritora Margaret Atwood. “Decimos que las mujeres «dan a luz». Y las madres que han elegido ser madres sí dan a luz y lo sienten como un regalo. Pero si no han elegido, el nacimiento no es un regalo que ellas dan; es una extorsión contra sus voluntades. Nadie está forzando a las mujeres a tener abortos. Nadie tampoco debería obligarlas a someterse a un parto. Fuerce partos si usted quiere, Argentina, pero por lo menos llame a lo forzado por lo que es. Es esclavitud: es reivindicar poseer y controlar el cuerpo de otra persona, y sacar provecho de eso”, dicen a coro.
A una semana del debate en el Senado, la intervención performática tuvo repercusión en el mundo entero.
Hasta el hartazgo
ARTAS es una colectiva feminista que nuclea artistas de las artes escénicas de Rosario. Su nombre es una sigla que combina el arte con el hartazgo, ese grito que explosiona cuando ya no se soporta ni una sola violencia más.
El disparador inicial para empezar a juntarse fue el debate por la legalización y despenalización del aborto, donde decidieron como grupo de actrices rosarinas participar activamente de la campaña. Estefanía, una de sus integrantes, explica que la colectiva se organiza en distintas comisiones: sororidad, protocolo, intervenciones e intercolectiva. Y una vez al mes se juntan en una asamblea donde las decisiones se toman entre todas. Además de las intervenciones en espacios públicos y en movilizaciones, ARTAS organiza un ciclo los segundos jueves de cada mes: “Los ciclos son un conversatorio, y también hay números artísticos. Siempre invitamos a una escritora rosarina para que dos actrices lean su texto. Y también hay un espectáculo musical. La idea es poder generar un espacio de visibilidad sin las lógicas que operan en otros espacios, que en general tienen que ver con lógicas patriarcales. Y poder generar cruces entre las distintas colectivas y disciplinas artísticas”, dice Estefi. En estos ciclos, todo se realiza autogestivamente y son siempre mujeres y disidencias quienes participan y establecen sus propios códigos.
“Queremos apropiarnos de la calle, donde muchas veces estamos en un rol de posibles víctimas. Visibilizar los cuerpos que están presentes. Ponerlos en valor como una presencia”
En las performances, la estética suele ser parecida aunque el mensaje difiera: marchar en grilla formando tres filas, y con el pañuelo verde como elemento indispensable. Para ARTAS, la actitud corporal es fundamental: presencia, firmeza, mirada abierta. Que el cuerpo se muestre fuerte y empoderado frente a las situaciones que exponen. “Queremos apropiarnos de la calle, donde muchas veces estamos en un rol de posibles víctimas. Visibilizar los cuerpos que están presentes. Ponerlos en valor como una presencia, y al mismo tiempo, poner en valor otra postura de las mujeres y romper ese lugar de víctimas y sumisas”, explican.
“Actuá la concha de tu madre”
“Una actriz tiene que decir a todo que sí”
“Acá actúa la que se acuesta con el director”
“Te hace falta coger a vos”.
Estas frases se podían leer en los carteles que las integrantes de ARTAS realizaron con motivo de la intervención callejera el último 8 de marzo. En realidad, son mucho más que frases sueltas. Representan la violencia machista, el acoso y el maltrato que sufren a diario, estudiantes de teatro y actrices en el ámbito de las artes escénicas. El objetivo fue mostrar lo que tantas veces se naturaliza. Detrás de cada cartel había un hashtag que decía: #CalladasNuncaMás.
“Sabemos que las acciones que hacemos siempre son políticas” señalan las integrantes de ARTAS quienes se definen como una colectiva feminista, horizontal, antimacrista y con diversidad de posicionamientos políticos.
Pensar la calle
Además de licenciada, Silvina es una activista que también pone el cuerpo en intervenciones urbanas como lo fue “El país de la alegría”, una de las acciones que el GTO impulsó en el marco de un contexto angustiante: la llegada del gobierno de Cambiemos y lo que ya en el 2016 se empezaba a plasmar en políticas, decretos y decisiones de gobierno. El retroceso estaba en marcha y la calle marcaba el pulso de la bronca. “Nosotrxs veníamos haciendo teatro foro en instituciones y en el 2016 empezamos a pensar en la necesidad de poner el cuerpo en otros espacios. Empezamos a pensar la calle y en la necesidad de dialogar con otrxs. También notamos que había muchos grupos y colectivos que se estaban preguntando lo mismo, es decir, cómo intervenir en el espacio público, qué hacer para ser visibles y audibles. Buscar nuevas estrategias y es ahí donde se entrelaza el arte y la política, las estéticas, estos nuevos modos de intervención y de protesta social”, dice Silvina.
En su trabajo de investigación para el INT, cita momentos claves para entender la genealogía de las experiencias artísticas que toman la calle para activar otros modos de protesta social. Y habla de los escraches a genocidas en los 90, del 2001 y la crisis política y social que dió lugar a nuevas intervenciones callejeras. “En Rosario surgía por ejemplo en ese año la propuesta de acción teatral callejera “La muerte de la Nación”, dirigida por la actriz y dramaturga rosarina Claudia Cantero. Alrededor de 30 actores y actrices, estudiantes de Teatro, se abocaron a realizar dicha intervención que consistía en anunciar la “muerte” de Argentina a partir de la procesión de un ataúd por las peatonales céntricas de la ciudad”. También menciona la experiencia del grupo Unidas, en la década del 80. Luego se detiene en el 2012, en un momento de recrudecimiento de la violencia estatal en Rosario donde expresiones de arte callejero e intervenciones teatrales encarnadas por familiares de víctimas y organizaciones sociales, ocupan el espacio público para denunciar los crímenes de los pibes de los barrios populares.
En el 2016, para Silvina, “lo que empieza a haber es una fuerte vulneración de derechos que recaen en el cuerpo. Los derechos se hacen carne, son parte de nuestro cotidiano. Y creo que ahí, el arte y el teatro permiten otras posibilidades de libertad de esos cuerpos que se encuentran cada vez más restringidos y violentados por un contexto social y económico. Estas expresiones involucran a personas que no vienen solo del campo artístico”. Y lo que aparece, en muchos casos, es una gran valentía al exponer el cuerpo, además de la intensidad del dolor de quien atraviesa esa problemática social. No son artistas sino familiares quienes protagonizan las intervenciones. Entonces, ¿qué puede un cuerpo con dolor?, se pregunta Silvina. Y recuerda la intervención artística que familiares de Jonatan Herrera realizaron en las puertas de los Tribunales cuando se estaba llevando a cabo el juicio por su asesinato en manos de la policía. Porque, en definitiva, el arte puede transformar el dolor en algo poderoso y colectivo. “En un contexto tan horrible, el arte trae algo de lo potente, de lo lúdico, de la creatividad, podemos hacer cosas hermosas. En momentos tan individualistas, es la posibilidad de estar juntes con otres, creando.”
Todo cuerpo es político
“Entendemos que todos los cuerpos son políticos. Y salimos a las calles a proponer otro relato. Resquicio es una grieta, una posibilidad. Buscamos interpelar con una imagen estética, pero también conceptual”, dice Noelia, integrante de Resquicio, y agrega: “No tenés nada más crudo que mujeres tiradas en el piso cubiertas con bolsas de basura”. Lo que sostiene cada intervención es el mensaje que buscan crear a través del arte. Por eso las performance son pensadas e imaginadas previamente. Hay un trabajo autogestivo que posibilita llegar a ese momento, con una vestimenta particular, con indicaciones generales. También hay una curaduría en vivo de cada acción. “Si bien hay pautas concretas, también hay improvisación. La curaduría es como una dirección en tiempo real. Si ocurre algo interesante, alguna acción, la curadora tira la directiva para volver a repetirla”.
Desde Resquicio y ARTAS sostienen que las intervenciones artísticas no son espectáculos. Se trata de un hecho político “concreto y de denuncia”. Y Magdalena explica: “en una performance vos no haces que sos. Vos sos. Y estás poniendo el cuerpo en función de ese ideal. Y es lo que sucede en el aquí y ahora. Es todo lo posible”.
“Entendemos que todos los cuerpos son políticos. Y salimos a las calles a proponer otro relato. Resquicio es una grieta, una posibilidad. Buscamos interpelar con una imagen estética, pero también conceptual”
Se trata siempre de un hacer en lo inmediato, dicen. “Esa es la necesidad de la denuncia que tiene el artivismo. Es un cuerpo activo en lo social, no es lo mismo una performance artística que una performance artivista. Porque se trata de llevar esa denuncia a un espacio público, en la urgencia, en la inmediatez. Y el espacio público es la calle, con estos cuerpos expresándose de esta manera”.
¿Qué puede un cuerpo? Tal vez, dice Silvina D’Arrigo, toda esa potencia que traducen las intervenciones estético – políticas, con los cuerpos en la calle, haciendo, creando, inventando, denunciando, “no sean panacea de cambios revolucionarios”. Y cierra: “Tal vez sean parte de esa micropolítica que nos hace posible la vida, que hace vivible la vida en el medio de caos que no cesa y una conflictividad social en aumento. Tal vez el arte sea una de las pocas actividades humanas que aun permiten apelar a un cuerpo sensible, integral, no fragmentado, apelando a nuestra paleta de sentidos. Tal vez sea uno de los pocos lugares de expresión, refugio de libertad. Tal vez las intervenciones sean muchas veces reacciones desesperadas ante un mundo en llamas. Tal vez sean el recurso para apelar a lo vivo y lo creativo una y otra vez, apelar a la imaginación, al color, al cuerpo haciendo algo que no sabe en qué va a resultar o derivar, corriéndose del férreo utilitarismo y productivismo del cual estamos inmersxs”.