Mamá Mala y el puerperio como enseñanza. Mamá Mala piensa que este aislamiento preventivo y obligatorio tiene bastante de puerperio. Lo sintió en el cuerpo más de una vez en estos días. Lo sintió en la cicatriz. Valora aquella experiencia como una fuente de recursos y recuerda que en el origen estuvo la conectividad. Lo recuerda cada vez que internet tambalea, que el router hace cara rara, que las luces titilan agónicas y ella comienza una plegaria muda al tendido óptico. Porque lo que no puede convalecer en este aislamiento es la posibilidad de encontrarse con el mundo. Ella lo sabe. Sabe que el aislamiento obligatorio comparte con el puerperio la temperatura de la soledad, el sonido de una tos ronca y seca que cierra la garganta y quita el aire, la fiebre desesperada del tiempo que ya no es propio y del espacio propio que se vuelve ajeno.
En el puerperio el cuidado es el centro, todo lo demás orbita perdido a su alrededor. Cuidar intensivamente, la higiene, la alimentación, la salud, la integridad física y psíquica. Cuidar el afecto; que ocurra. Cuidar al otro. Bueno, en el aislamiento Mamá Mala percibe que también debe cuidarse a sí misma. No tiene el recuerdo de que eso fuera relevante en el puerperio, más bien que tuvo que autoimponérselo con aquel mantra aeronáutico “primero colóquese la máscara usted y luego coloque la máscara del niño” que repite por lo bajo mientras saca unas calabazas del horno para servir ya no sabe qué número de ingesta en lo que va del día. Eso también es parecido, no sabe ya bien qué día es, ni cuándo empieza ni cómo termina. Mamá Mala se ve una vez más en aquel loop del ya pasa, ya pasa, ya pasa, ya pasa, ya pasa y silencio, al fin. Porque también recuerda que en un momento hay un fin. Esa es una gran enseñanza del puerperio, que es perecedero. No lo supo en aquel aislamiento maternal, lo sabe en éste y es para ella más valioso que dos envases de alcohol en gel y un botellón de lavandina. Se acerca al valor de un paquete grande de papel higiénico doble hoja, el nuevo bitcoin del 2020. Mamá Mala lee que la pandemia va a transformar de raíz nuestras sociedades.
Se pregunta si será porque ahora todxs han experimentado lo que es un puerperio y comprenderán lo acuciante de tender redes de contención, habilitar canales de comunicación, reconducir amablemente a quienes se fugan y abandonan la trinchera, valorar el cuidado porque oh si, es difícil y agotador. Pero tal vez y por sobre cualquier otra cosa, porque en el puerperio como en el aislamiento, hay quienes no podemos sostener la normalidad. Ninguna de sus versiones, ni la fake, ni la zoom, ni la zumba, ni la gourmet, ni la homeschooling, ni la homeworking – banking – shopping, ni la webinar, ni la yogui, ni la instagramer, ni la streaming, ni la fit. La fat sí; ha comido como hace tiempo no lo hacía. Volvió a su mente el pan dulce. Esa era su normalidad en el puerperio, entregarse al pan dulce y a dejar pasar el tiempo. A dejar que el tiempo le pasara por el cuerpo y le contara los minutos a la angustia, le marcara el pulso a ese deseo de nada que sostenía las horas, le pusiera una alarma a la desidia y le despertara, eventualmente, la alegría.
El puerperio comparte también con el aislamiento la obligación de manifestar algún estado emocional valorado socialmente: se puede estar comprometida, ocupada, atenta, activa, incluso cansada pero con ese cansancio del que está bien, del doble pulgar arriba, del mirá todo lo que hice. No se puede estar apática, abúlica, atónita. Mamá Mala recuerda cuando le decían que aprovechara a dormir cuando durmiera bebito. Sentía odio, porque claro que estaba agotada, claro que quería dormir, pero lo que más quería era hacer todo eso que no podía cuando estaba atada a esa otra vida. Cosas suyas, cosas para ella, cosas en ella. Pintarse las uñas, cagar sola. Encerrarse a cagar en paz y pintarse las uñas cagando. Aprovechar el aislamiento obligatorio. Hay que aprovechar. Algunxs, como en el puerperio, no sabemos aprovechar de ese modo, de ese intensivo y productivo modo. Algunxs sencillamente nos queremos tirar en el sillón a dejar pasar el tiempo, a que el tiempo nos pase por el cuerpo y le cuente los minutos a la pandemia.
Mamá Mala sabe que esto es también un privilegio. Que el aislamiento obligatorio es un privilegio de quienes podemos permitirnos, mejor o peor, suspender esa otra vida inagotablemente agotadora. Vuelve sobre sus palabras, sobre estos días, sobre las políticas desplegadas por el Estado para que ese privilegio se vuelva una posibilidad de mayorías. Piensa que tal vez esta pandemia pueda finalmente cultivar una ética del cuidado social que combata el virus de la abnegación y la peste de la indiferencia. Si hay algo que Mamá Mala aprendió del puerperio es a ser la alumna díscola del aula virtual de la felicidad perpetua.
Texto: Gentileza Mamá Mala
Fotos: Juliana Faggi