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Historia de cueros

  • 29/12/2025
  • Tomás Viú
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Un padre y un hijo. De rutinas e ilusiones. La vida y el amor. Entrenamiento y sacrificio. Una historia hecha de vacas y pelotas.

Jorge Muñoz se baja del colectivo y camina por calle Gorriti hasta llegar a la carnicería que lleva su estampa: ´Jorgito. Carnes, verduras y granja´. Primero el candado, luego la puerta de la reja; entra y acomoda algunas cosas. Desde adentro corre una cortina y sube manualmente la persiana. Saca unos banners que encastra sobre el cordón de la vereda. Luego dos pizarrones con patas de madera y un bicicletero metálico negro. Un vecino que pasa por la vereda de enfrente lo saluda levantando la mano. Él devuelve el saludo enérgicamente, al tiempo que saca otros dos pizarrones que exceden su altura de 1.80 metros. Jorgito repite este ritual desde hace 19 años, cuatro veces por día, cada vez que abre y cierra la carnicería que atiende en horario cortado. Al final de cada jornada desanda los 180 metros que separan su negocio de la parada donde se toma el 102 rojo que lo lleva hasta su casa en la zona noroeste de Rosario, donde vive junto a su esposa, Griselda, y sus dos hijos: Antonela, la primogénita, y Marco, quien disfruta tanto de atajar como de ninguna otra cosa.

Es sábado 22 de marzo de 2025 y se disputa la segunda fecha del campeonato de la Liga Rosarina. Banco, que viene de ganar contra Renato Cesarini, juega de visitante frente a Unión Americana. El clima es agobiante, la temperatura alcana los 33° y hay una humedad del 69 por ciento. El árbitro pita una falta para Unión Americana. Es un tiro libre peligroso, cerca del área. Hay expectativa, de un lado y del otro. Mientras el pateador se prepara, Marco hace lo propio: da indicaciones para acomodar la barrera. El botín impacta y la pelota empieza su parábola hacia el arco. El viento del noreste no supera los 20 km/h. La pelota va en dirección a su palo pero él está un poco adelantado. Todo indica que la pelota entrará, inexorablemente. Pero Marco se estira. Vuela. Y termina sacando la pelota a mano cambiada. “Ese día no me lo voy a olvidar más. La gente me decía ´estás enfermo, cómo podés sacar esa pelota´”. Esa tapada que Marco no olvidará sirvió para mantener la valla invicta, algo que lograrían sostener en diez fechas sobre las quince que disputaron en la primera mitad del año. “Nos costó muchísimo porque éramos el puntero y todos nos querían ganar”. Esa tapada sirvió para que el 20 de julio la sexta división del club Banco salga campeón del Apertura 2025, después de empatar un partido y ganar todos los demás.

Foto: Valentín Peina

“Que sea un partido complicado, que tenga muchas situaciones en contra”. Cuanto más cuesta arriba se presenta el trámite del partido, más posibilidades tiene Marco Muñoz de lucirse. En el fútbol gana el equipo que hace más goles que su rival. Por eso, quien más chances tiene de ganar es quien menos goles recibe. “Y que te aliente la gente. Es muy lindo. Después están los errores también”. Cuanto más cuesta arriba se presenta el trámite del partido, más posibilidades tiene Marco Muñoz de fallar. Matemáticamente, el puesto de arquero se dirime en ese cincuenta por ciento de probabilidades de inflar la red que tiene cada pelota que llega al arco. “Capaz cometés un penal sin querer o salís en un centro, le errás y viene el gol”.

Jorgito estaba entusiasmado con bajar la persiana y dejar el ritual, subirse a un avión, recorrer los más de 10.000 kilómetros que hay entre Rosario -ciudad clavada en el taco de la bota que dibuja la provincia de Santa Fe en Argentina- y Barcelona, en un viaje similar al que hizo Lionel Messi por primera vez con trece años, cuando no llegaba al metro y medio y todavía no había hecho el tratamiento de la hormona del crecimiento por el cual llegaría al metro setenta. Jorgito estaba entusiasmado con acompañar a su hijo a desarrollar su carrera como futbolista en el extranjero. Aunque a Jorgito el fútbol no le gusta para nada.

Un lunes en la vida de Marco: se levanta a las seis de la mañana y a las siete se toma el colectivo que lo lleva a la escuela Las Heras, ubicada a tres cuadras de la carnicería de su papá. A las doce y media sale pero se queda por la zona porque tiene educación física de tres a cuatro. “Salgo y me tengo que ir rajando porque tengo entrenamiento en el club a las cinco y media”. Llega a su casa, se pone la ropa del club, agarra la bici y pedalea diez minutos hasta Granadero Baigorria. Una hora después, cuando termina el entrenamiento, vuelve a subirse a la bici y pedalea 6,7 kilómetros hasta el parque Alem donde tiene práctica de arquero con un profesor particular. Esa práctica dura una hora y media. Cuando termina a las ocho y media de la noche vuelve a su casa en bici. “Termino muy fusilado. Los lunes casi no veo a mi familia: llego, me baño, como y me voy a dormir”. Los otros días que entrena son jueves y viernes, y los sábados tiene partido. “Si o si tengo que dar el cien por ciento, y si es el ciento diez mejor”, dice Marco con diecisiete años y un licuado de banana en la mano.

“Es hermoso, pero muy injusto”. Las primeras cinco palabras que le brotan a Marco al escuchar la palabra fútbol, se expanden cuando va soltando: “Hay personas que se matan, se esfuerzan mucho desde el baby, y viene uno que tiene plata, y es un perro el pibe, pero por plata lo ponen a ese y no al que se viene matando”.

***

El miércoles 16 de abril de 2008 la tapa del diario Página12 estuvo dedicada al avance que había hecho la Cámara Federal en el fallo que anularía el indulto que había beneficiado durante 20 años a José Alfredo Martínez de Hoz. Clarín ponía en tapa el conflicto del gobierno con el campo y también anunciaba que “El humo se apoderó de Buenos Aires”, en relación a los efectos de las quemas en las islas del Delta. La disminución de la visibilidad producto del humo de esas quemas había provocado a la altura de San Pedro un choque múltiple en el que intervinieron 15 vehículos, incluyendo seis colectivos y siete camiones. En ese accidente en la Ruta Nacional 9 murieron tres personas. Mientras tanto, en la Maternidad Martin de Rosario nacía Marco Muñoz. 

Nadie en la familia Muñoz podía imaginar que seis años después Marco empezaría a correr desordenadamente detrás de una pelota en el Baby del Club Atlético Rosario Central, en el predio Cosecha en la Sub Sede de Cristalería. Tampoco nadie en la familia podía saber que rápidamente Marco pasaría de la posición de delantero a la de arquero, de intentar meter los goles a tener que evitarlos, cuando su primer técnico le encontró el puesto debajo de los tres palos. El día que debutó como arquero fue en el marco de la EFA (Escuelas de Fútbol Agrupadas), justo en el clásico contra Newell’s Old Boys. Ese partido lo estaba mirando otro técnico del club que dirigía en la Liga Rosarina. Puso el ojo en la actuación de Marco y después del partido fue a hablar con su mamá para proponerle “subirlo a Rosarina” porque le faltaba un arquero en su categoría.

Lo que tampoco podía saber la familia Muñoz por entonces es que Marco no crecería más allá del metro setenta, en un puesto  en el que el promedio ronda el metro ochenta y cinco. El mexicano Jorge Campos (1,68 m) es considerado el arquero más bajo en la historia del fútbol profesional. El colombiano René Higuita (1,75 m) fue mundialista en 1990 y participó en cinco Copas América. El chileno Juan Olivares (1.72 m) defendió los colores de ocho equipos de su país y atajó en los Mundiales de 1966 y 1974. El mexicano Adolfo Ríos (1.76 m) se convirtió en referente del América y fue seleccionado nacional. Juan Botasso (1.69 m), apodado ´la cortina metálica´, fue el arquero de la selección argentina en la final de la copa del mundo de 1930. Giampiero Combi (1.72m) condujo a la selección italiana a su primer campeonato del mundo en 1934. Estas leyendas del fútbol mundial aparecen en los motores de búsqueda de internet como las excepciones de arqueros de baja estatura.

A Marco lo mandaron a hacer natación para estirarse, fue dos meses y si bien dice que se estiró, dejó porque no le gustaba. También lo mandaron a hacer básquet, pero no fue porque tampoco le gusta. “Mi profe de arqueros tiene contactos y siempre que le preguntaban para hacer pruebas, cuando él les decía mi altura, le respondían que no porque buscaban arqueros altos. Le dijeron para probarme en Unión y después no, por la altura. A Patronato, no por la altura. A Defensa y Justicia, no por la altura. Eso es lo que me ponía mal. Me jodía mucho la altura”.

***

El 20 de agosto de 2006 Jorge Muñoz compró la carnicería de calle Gorriti 471, ubicada en Refinería, primer barrio obrero de la ciudad surgido en 1887 a partir de la instalación de la Refinería Argentina de Azúcar que supo procesar esta materia prima que llegaba desde Tucumán para su exportación.

Foto: Valentín Peina

Cuando se ríe Jorgito no especula, lo hace con ruido. Atiende a una clienta cuyo pedido anticipa por la fuerza de la repetición:

– ¿Suprema, no che?-.

– Sí, sí.

– ¿Cuánto, mi amor?

– ¿Cuánto está el kilo?

– Ehh…9.500.

– Bueno, dame un kilo y un poquito más.

Jorgito va agarrando las supremas que apila en una bolsa transparente.

– Ahí tenemos un kilo. ¿Qué le ponemos, tres más?-.

La imagen de un pequeño tele de tubo amurado en altura a la pared hace las veces de radio: nadie lo ve pero todos lo escuchan. ´Creo que estaremos en muy buena forma los siguientes días. Se verán ridículos si hacen una balsa que no los hace flotar. Será un fracaso…´.  El doblaje al español neutro de un reality en el que una persona en taparrabos cuenta cómo sobrevivir en la selva, suma una capa de sonido a la conversación de Jorgito con la clienta y se funde con el ruido metálico de la caja registradora.

Jorge Muñoz nació en Tres Isletas, Chaco, a 200 kilómetros de Resistencia y a 900 de Rosario. Allá vivió diecisiete años hasta se escapó de su papá, que un día lo había llevado a Pampa del Indio, en el monte chaqueño, donde él trabajaba. Un día le alcanzó a Jorge para saber que nunca más volvería a ese lugar. Cuando regresaron a Tres Isletas, el acuerdo fue que Jorge se tomaría una semana de vacaciones en Resistencia y que después volvería. Pero ese regreso se dio diez años después, cuando Jorge ya fumaba, se había casado, ya había estado en Rosario, en La Plata, ya era Jorgito el carnicero y ya era papá.

Antes de eso: Jorge llegó a Resistencia, conoció a una joven Griselda, al tercer día se pusieron de novios y cuatro días después estaban viajando 900 kilómetros en un camión. “El padre de ella estaba trabajando en Rosario, se fue para allá a buscar a la familia y las cosas. Cargó todo en un camión y en eso me cargó a mí también”. Jorge tenía la edad que hoy tiene su hijo. Llegó a Rosario escondido y estuvo un tiempo en un campo como casero, hasta cumplir la mayoría de edad. En ese momento se fue a vivir a Fisherton R, noroeste de Rosario, y empezó a trabajar en una empresa de construcción. Todos los días, cuando iba al supermercado del barrio, le decían: ´Y chaqueño, ¿cuándo vas a venir de carnicero?´. Pero Jorge no tenía ni idea del rubro así que lo tomaba como un chiste. Hasta que se quedó sin laburo y el chiste se hizo realidad. Empezó como carnicero sin saber nada. “Miraba el mostrador y me guiaba por la gente. Me pedían nalga y yo no sabía cuál era. Me señalaban con el dedo. Así arranqué”.

Después de trabajar en el supermercado volvió a la construcción, y volvió a dejar. Y fue papá por primera vez. Y se volvió a ir, otra vez con Griselda, esta vez hacia La Plata. Allá estuvieron diez años y les fue muy bien. Tuvieron carnicería y verdulería. Auto y casa propia. Pero Jorgito se mandó una cagada, así lo cuenta. Y se separó de Griselda. Y de vuelta el camión. Ella vendió la casa, cargó las cosas y se vino con la nena de vuelta a Rosario. Él se quedó en Buenos Aires un año más, hasta que se vino también a Rosario con la excusa de ver a su hija, y se terminó reconciliando con Griselda. “Yo le pedí que me lleve la nena a la Terminal, supuestamente yo venía a ver a la nena. Y bueno no, era por otra cosa que yo venía. Y ahí me quedé, me quedé, me quedé”.

Marco es hijo de esa reconciliación. Cuando volvió de Buenos Aires Jorgito abrió esta carnicería de calle Gorriti. Hoy tiene 49 años y 30 de carnicero.

– Flaquito, ¿te doy puchero?

– ¿Cuánto el kilo?

– Siete mil.

– Cuatro mil dame.

– Tu viejo, ¿todo bien?

– Ahí anda, bien.

“Tiene ratos como éstos”, explica Jorgito cuando cierra la puerta el último cliente de una seguidilla de tres. “Después ya se corta y está más tranquilo”. Sentado en una silla de bar, de caño y lona, Jorgito prepara el mate que toma dulce. “El que te puede comentar bien del club es mi hijo. Mucho yo no te puedo hablar porque no entiendo de fútbol. Él sí te puede contar todo. Lo que vivió, cómo empezó…”.

***

Marco jugó en Central desde los seis hasta los doce años. Recuerda que en ese momento ya les tocaba pasar a cancha de 11 pero que por un problema iban a seguir otro año en cancha de 7. Así que decidió ir a probar suerte a otro lado. Pensó en Adiur pero ya había muchos arqueros en su categoría. Por eso terminó eligiendo el club Banco, que además le quedaba cerca de la casa. “No tenía idea cómo atajar en cancha de 11 porque era chiquito y no tenía ningún juego”. El recuerdo del debut en cancha grande no es el mejor: “Ese día nos dieron un paseo, porque claro, yo no sabía nada”.

Con el tiempo fue aprendiendo algunas cosas: que en la Rosarina no hay equipo fácil, que siendo arquero sos un jugador más, que si meten un bochazo tenés que salir, que cada cancha es distinta. También fue aprendiendo a manejar a los defensores, y a sus emociones. “Antes cuando me hacían un gol me venía abajo. Me quedaba en el piso dos o tres minutos. Ahora cuando me hacen un gol, voy y aliento a los jugadores. Veía a los arqueros que le hacían un gol y no se quedaban tirados. De eso también fui aprendiendo”.

***

Es domingo 18 de diciembre de 2022. A la mañana aún nadie puede saberlo, pero la fecha quedará grabada en la memoria del pueblo argentino. Será tatuaje, bandera, remera y canción. Desde las doce del mediodía el país entero está pendiente de lo que pasa adentro del rectángulo verde delimitado por las líneas de cal, en el estadio Lusail de Qatar donde Argentina y Francia juegan la final del Mundial.  Pero Jorge almuerza y se va a dormir. “Marco y mi señora estaban gritando en la cocina. Ya era la final, podía quedarme a mirar el último partido, pero no me gusta. Nada pero nada”.

Foto: Valentín Peina

Aunque no le guste nada pero nada, Jorgito acompañó a Marco cuando en octubre del año pasado se fue a probar a la Academia Javier Mascherano, en el kilómetro 222 de la Ruta Nacional 188, en Lincoln, provincia de Buenos Aires. El entrenador de arquero de Marco tenía contacto con un colombiano, representante de jugadores, que le dijo que quería llevar “a los mejores”. Cuando el colombiano fue a ver una práctica, en medio de un ejercicio, a Marco lo traicionaron los nervios y se lesionó. “Caí mal de la cadera y me hice mierda”. Pero igual Marco quedó seleccionado para ir a probarse junto a otros cuatro chicos que entrenaban con él, tres arqueros y un jugador de campo.

Lo que recuerda Jorgito de esa experiencia: que cerró el negocio y se fue con su señora a acompañar a su hijo, que fueron en colectivo, que la Academia tiene un espacio grandísimo con un campo donde hay una escuela y todo para los chicos de afuera. Que el lugar estaba lejos del pueblo de Lincoln, y que eso estaba bueno porque no iban a poder salir. Que igual había escuchado que los chicos se escapaban al pueblo. Que después de la prueba quedaron en llamarlo de vuelta pero que no lo llamaron más.

Lo que recuerda Marco de esa experiencia: que fue a la prueba teniendo la cadera mal y un pie esguinzado. Que igual atajó de lujo, que hizo el entrenamiento de arquero y que atajó con el plantel, y que lo hizo muy bien. Que el colombiano decía quién quedaba y quién no. Que el colombiano le había dicho a él y a otros cuatro rosarinos que habían quedado. Que tiempo después hubo un quilombo y que por eso no quedaron. Que el colombiano les robó plata y desapareció de un día para el otro.

Jorgito piensa que el amor de Marco por el fútbol lo pudo haber heredado de sus tíos. Él tiene seis hermanos varones y todos fueron jugadores. Uno de esos hermanos jugó en Chaco For Ever. El hijo de ese hermano se vino a probar a Central y quedó. Su hermano tenía que pagarle durante seis meses la pensión y la comida. “Él podía bancarlo porque económicamente está muy bien. Pero no quiso, nunca supe por qué”.

“Con ella he pasado frío, calor, lluvia. Siempre está ella”. De esta manera Marco habla de Griselda, su mamá. “No se pierde ni un partido. Y a mí me gusta que esté la persona que siempre me apoyó y me acompañó. Ella me pone la venda y si me pegan una patada, ella me pone el hielo”. Marco dice que su mamá empezó a amar el fútbol cuando él empezó a jugar. Y que ahora no se pierde ni un partido de Boca. “Me pide que le ponga el partido de Boca. Y si no, no me deja salir”.

Jorgito cuenta que siempre ella se encargó de comprarle los guantes, los botines, las medias, las canilleras. Pero sobre esto, Marco dice otra cosa: “Mi papá me compraba la pelota y los botines, y mi mamá me compraba la ropa de fútbol y los guantes. De chiquito he jugado una banda de veces con mi papá, aunque no le guste, jugaba conmigo. Mi mamá muy pocas veces. La mayoría de las veces era con mi papá”.

– Hola hijo, qué hacés, cómo estás. Cuchá Marco, ¿quién era el arquero de Central que te regaló los guantes que tenés guardados?-. Jorgito no se acuerda el nombre del arquero. Tampoco recuerda por qué Marco dejó de jugar en Central. Pero sí recuerda que alguien alguna vez le regaló unos guantes. Sentado en la silla de la carnicería, le manda un audio y aclara que si no está durmiendo, seguro le contestará pronto. En ese momento llega la respuesta.

– Ledesma, papi, Jeremías Ledesma-.

– Ah bueno bueno. Listo listo hijo, gracias-.

“Yo tenía mi profe de arqueros en Central que se había mandado una cagada conmigo, y mi vieja se enojó. Entonces para recompensar el profe me llevó a la cancha y le llevamos un regalo al arquero suplente”. Marco recuerda que cuando se estaban yendo, escuchó una voz: ´Marco, vení, tomá´. Era Jeremías Ledesma, arquero titular de la Primera de Central. Le firmó la camiseta y le dio un guante que desde entonces tiene guardado en el ropero.

“Él tuvo una propuesta, lo querían llevar al Barcelona”. Los recuerdos siempre son construcciones. La construcción que hizo Jorgito dice que el mismo colombiano que lo había llevado a la Academia de Mascherano, le consiguió una prueba para el Barcelona. Le parece recordar que gente del Barcelona lo había ido a ver adonde él practicaba con el profesor de arqueros. Y que fue a dos pruebas en Córdoba. No recuerda por qué no se dio la tercera prueba que debían realizarle. Lo que sí recuerda es que si elegían a su hijo, él dejaba todo y se iba: 

“Cierro y me voy a la mierda. Ya lo teníamos decidido, si lo llevaban, nos íbamos. Pero no pasó nada. Y me quedé. Me parece que está más caído que otra cosa, eso fue hace como un año. Quedó todo ahí. Y yo creo que no va a pasar más nada”.

Foto: Valentín Peina

Aquel colombiano, reconstruye Marco, fue quien prometió una prueba para el Barcelona. La prueba sería en Córdoba. Hasta ahí coinciden ambas versiones, la de Jorgito y la de Marco, que estaba contento, ilusionado. “Cada día entrenaba más, y más, y más. Le decías a tus amigos ´quedé´. Te sube el ánimo. Hasta que me enteré esto”. Lo que Marco nombra como “esto” tiene que ver con aquel “quilombo” por el cual el colombiano les robó plata y desapareció del mapa. Ese quilombo fue después de Mascherano y antes de Barcelona. En el relato de Marco, la prueba para el Barcelona, que sería en febrero de este año, nunca llegó a existir. “No viajamos a la prueba porque en enero, el mes anterior, nos enteramos que nos había cagado. Ahí le pedimos la plata y no contestaba los mensajes. Me bajonée un poco. De un día para el otro nos cagaron, te la baja”.

***

A Jorgito le encanta ir a Chaco donde está toda su familia. Le gusta ir a vagar, a visitar parientes, a hacer nada. Hace un tiempo dejó de ir en verano porque no soporta el calor seco que “quema hasta en la sombra”. Cuando va de visita se queda en la casa de su papá. Jorgito ama la carne y siente que debe comerla todos los días. No pasa ningún fin de semana sin hacer un asado, bien cocido, que come con Griselda, Marco y Antonela. Costilla, vacío y achuras. El chinchulín y la molleja es lo que más le gusta. Hace entre dos y tres kilos, cosa que sobre para el día siguiente. Lo que no le gusta a Jorgito es el fútbol. Ni verlo, ni jugarlo. No es de ningún cuadro. Y cuando lo va a ver a Marco solamente lo hace para que su hijo se sienta bien. “La que siempre está con él es mi señora. El sábado tiene que jugar en San Nicolás, ella se va con él a San Nicolás: en colectivo, en remís, en lo que sea. Ella no lo deja nunca. Yo voy muy raras veces. Voy cuando él me jode mucho: andá a verme papi, andá a verme, andá a verme. Pero no me gusta el fútbol, no me llama la atención. Y él ama el fútbol”.

A Marco no le gusta levantarse temprano ni salir a bailar. Tiene amigos que salen todos los fines de semana, pero él puede estar tres meses sin salir. Lo que sí le gusta es juntarse con los amigos del barrio, ir a tomar una coca, ir a la plaza o jugar un fútbol cinco. Dice que es muy sociable, que habla con todo el mundo. Le gusta ir a la cancha a ver a Central, pero va cada tanto, cuando puede, cuando la mamá lo deja. En la escuela odia Física, Matemáticas e Historia. Repitió dos años en la Técnica 10. Ahora, en la escuela Las Heras, está estudiando porque dice que entendió que a esta altura ya podría estar terminando. La materia que más le gusta es educación física. Hasta hace un tiempo, cada vez que hacían fútbol en la escuela, él jugaba. Pero hace unas semanas empezó a atajar. “Todos los chicos me felicitaban. Me decían ´cómo vas a atajar así, estás enfermo´”. Marco les respondía: “Esto es lo que a mí me gusta”.

Jorgito sabe cuánto le influyó a Marco aquella posibilidad que no fue. “Le pegó porque él quería. Lo tiene siempre presente que no se le dio”. Por un lado, Jorgito siente que aún se le puede dar. “Es un chico muy disciplinado, muy buen arquero. Pero todavía no tuvo la suerte. Dios quiera que se le dé”. Por otro lado, aparece la biología: “Está muy difícil por el tema de la altura”.

A Marco le gustaría jugar en alguno de los clubes que compiten en AFA. Pero dice que cuando ve las fotos que suben, los arqueros de la categoría 2008 “son altísimos”. El año pasado pensó en dejar el futbol porque no estaba atajando regularmente. Tuvo una charla con su profe de arqueros y cambió el chip: entendió que no podía dejar. “Lo bueno es que ahora cuando voy a una prueba y no quedo, no me bajoneo. Al contrario, voy subiendo. Me pongo contento porque sé que di lo mejor. Me gusta ver cómo ataja el otro arquerito del club, es un arquerazo. Pero también me gusta cómo atajo yo. Ya estoy grande, maduré”.

***

*Esta crónica fue realizada en el marco de la Diplomatura en Narrativas Creativas de No Ficción de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) y la Fundación de Periodismo Patagónico (FPP).

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Tomás Viú

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