El 3 de junio se realizó la multitudinaria convocatoria Ni Una Menos que congregó en Rosario a más de 20 mil personas. Participaron y convocaron organizaciones feministas que hace años pelean por hacer visible la violencia contra las mujeres y también se sumaron adolescentes que nunca antes habían marchado. En esta nota, compartimos voces y sensaciones de todo lo que nos dejó el grito «Ni Una Menos».
Por María Cruz Ciarniello
Tienen 17 años, las cuatro. Cada una lleva una pancarta con consignas escritas a mano. En una de ellas se lee: “Hay que dejar de criar princesas indefensas y machitos violentos”. Me acerco y les pregunto por qué se sumaron a la convocatoria que reunió cerca de 20 mil personas en el Monumento a la Bandera.
Ema dice: “Hay que hacer justicia. Cada 30 horas muere una mujer y no podemos seguir así”. Micaela agrega: “Yo personalmente estoy harta del silencio y tener que aguantarme a los tipos que me griten guarangadas en la calle y no poder decirle nada. Nuestras mamas no pueden dormir de noche porque tienen miedo de que nos pasen algo”. Y Ema vuelve apuntar:“Mi mejor amiga estuvo con un chico que fue un violento”; “un machito violento”, la corrije Micaela y vuelve a decir: “hay acosos que son silenciosos y eso es muy peligroso. Hay que dejar de criar chicas indefensas”. Las cuatros están allí, uniendo fuerzas porque también se saben hermanadas, porque además de la edad comparten la época, y porque además de esta época que se inscribe en el cuerpo, soportan a diario el corset que impone el machismo.
Al escucharlas hice el click. Entendí, visualizé, otra dimensión de la importancia de esta convocatoria. Quizá porque a mis 17 años muy lejos estabas de plantar bandera contra el patriarcado así como Joana, Ema, Micaela y Alexia lo hicieron este último 3 de junio. Quizá porque el silencio y la vergüenza lo eran casi todo.
Entonces las escuché.
“Yo no pasé nunca por maltrato, ni nada, pero puede ser una hermana, una tía, una amiga. Ojalá algo empiece a cambiar. Este año ya no sé cuantas chicas mataron y es lo que se conoce porque deben haber muchos otros caso que no salen a la luz”, dice Carla, de 20 años. “Vinimos por cuenta propia. Matan mucha mujeres y es horrible porque nos puede pasar alguna de nosotras. Yo conozco algunas amigas que tuvieron novios que les pegaba, las acogotaban, y ella se quedaba callada. Hasta que un día las amigas actuamos y le dijimos a la mamá, sino ella se callaba porque tenía miedo. Acá hay mucha gente que al mes capaz ya se olvidan”. Oriana tiene apenas 16 años; la misma edad que tenía Angeles, Chiara, Lola, Melina, Daiana. Camila está a su lado y reflexiona: “hay que dejar de tener miedo y salir a denunciar”.
Las escuché y al hacerlo retumbó mi voz de hace 20 años atrás cuando ni siquiera me animaba a cuestionar, en ese tiempo, aquello que parecía inmutable: una forma de vestir; de moverse. Una determinada manera de “ser mujer”; de soportar el acoso en un boliche o el apoyo de un tipo en el colectivo. Una cruz que tantas veces marcó el camino aunque el cuerpo vaya por otro lado.
“Yo fui una más. Pude salir, me separé. Yo les diría a las mujeres que sufren violencia que se alejen de esa persona porque no cambian nunca”, decía Betiana, acompañada de Lourdes, su amiga. Ellas marcharon también por tantas otras mujeres que no pudieron salir de ese círculo de violencia que, en la gran mayoría de los casos, comienza en el propio hogar.
Una tarde, un hombre se cruzó de calle, se acercó y me susurró: “mamita te voy a hacer todo lo que le hicieron a María Soledad”. Recuerdo que solo atiné a correr; sí, tuve miedo y mucho. Algunos llaman piropo lo que en realidad, y en la gran mayoría de las situaciones, se trata de un acoso callejero.
“Cuanto más seamos y más se escuche en todos lados, más resultado va haber. Como toda mujer, hay cosas que nos duelen y es importante que hoy estemos presentes. Lo importante hoy es que nos hagamos escuchar”, dice Celeste, de 32.
Este es el principal fin de la convocatoria. Hacer que el grito de hartazgo se visibilice, rompa el ámbito de lo privado para que se transforme en un hecho político, porque la violencia contra las mujeres es un problema político. Eso se logró: en más de 80 ciudades «Ni Una Menos» convocó a una multitud. Una fenomenal marea de mujeres enfrentándose al sistema patriarcal, poniendo el cuerpo allí donde todavía sigue siendo necesario: la calle; el lugar que viene ocupando el amplio movimiento de mujeres para que la interpelación a los tres poderes del Estado y a los medios de comunicación, se traduzca en políticas públicas.
Entonces vuelvo a escuchar voces de muchas otras movilizaciones en las que participamos: de las militantes feministas, de las organizaciones territoriales que siempre han batallado por hacer visible la violencia contra las mujeres. Cada 8 de marzo, cada 25 de noviembre, en cada Encuentro Nacional, en cada taller, charla, capacitación, intervención artística. Sin ese largo y sinuoso camino que recorren poco se hubiese logrado en materia de leyes y avances concretos en políticas públicas. Mujeres que acompañan, que socorren, que ponen el cuerpo en la calle y en los barrios desde hace años; porque la rebeldía es vital. Porque revertir lo que otros creen es natural, es una manera de estar y de ser. Porque el feminismo cuestiona, pregunta, subvierte. Hace diez años que se exige que el aborto sea legal para evitar que más mujeres sigan muriendo en la clandestinidad. El término crimen pasional ya no se tolera; no hay un solo hombre que mate por amor ni pasión. Son feminicidios y es un delito contemplado en el Código Penal. Esto se logró producto de la insistencia de muchos movimientos de mujeres a lo largo y ancho del país; del mismo modo que cada uno de los avances que han marcado la agenda política, como lo es contar por ejemplo, con una ley de avanzada, la 26.485.
El feminisimo cuestiona las propias prácticas cotidianas, rompe moldes y derriba estereotipos; y lo hace en cada Encuentro Nacional de Mujeres que este año cumple 30, un verdadero hecho político de revuelta feminista. Ni una menos no nació ayer. Se viene pariendo desde hace muchos años, con las organizaciones de mujeres denunciando lo que siempre quedó silenciado a lo privado y lo doméstico.
Lo que sucedió el 3 de junio de 2015 fue trascendente porque además de plantear reclamos concretos al poder político y judicial, hubo cientos de chicas que nunca antes se habían movilizado; porque, en definitiva, se sintieron conmovidas a poner el cuerpo no solo por ellas, también por sus amigas. Porque no se sienten ni se saben solas, y eso es sororidad.
La voz de los familiares
Hubo otra foto, genuina, dolorosa e insistente. Porque ellos están allí, desde el preciso instante en que la violencia sexista se llevó la vida de una hija, una cuñada, una madre.
Frente a los Tribunales Provinciales se congregaron durante la mañana, familiares de víctimas y mujeres que han sufrido violencia. Allí estuvo Hugo Capaccio, el papá de Dayana, Macarena, la hija de Sandra Cabrera, Eva Dominguez, la cuñada de Vanesa Celma. Estuvo Rosalía, Karina y también Fernanda, mujeres sobrevivientes que soportaron con su cuerpo la violencia de sus ex parejas y también, la que ejercen las instituciones que se niegan a escuchar sus gritos, llenos de dolor e impotencia. Sus historias se repiten en muchas otras: reclamos desoídos, fallos que ningunean la violencia contra la mujer; efectores públicos que muchas veces no abrazan ni contienen.
“Hace dos años mi ex marido me prendió fuego. El trabaja en el Poder judicial, acá detrás de esta pared”, dice Fernanda Serna. La pared que señala es la gran mole gris de los Tribunales Provinciales, otro símbolo de cómo el patriarcado ejerce su poder. “El me decía: “yo ya arregle todo para que esto fuera todo un accidente”. Quedé con depresión crónica, y tuve que quedarme al lado de él, hasta que junto a otras compañeras que me fueron acompañando y que sabían que las cosas estaban mal, apenas pude, dos meses y medio después de que estuve internada, me pude escapar. Fuimos hacer la denuncia pero no fue fácil juntar las pruebas, acá ni siquiera me querían tomar la denuncia. Después de 6 meses de que pude denunciarlo recién lo imputaron. Él ahora pide que me quiten el botón antipánico y la orden de restricción”. Dos meses antes, Fernanda junto a otras mujeres se encadenaban en los Tribunales para exigir justicia o, mejor dicho, para que el poder judicial contemplé una perspectiva de género en sus fallos y actuaciones. “Yo tengo que hacerme pericias psiquiátricas y él hasta ahora no tiene ninguna. Yo no me voy a negar, voy a seguir demostrando que no miento y que no soy una loca como él dice. Él me destruyó psicológicamente”.
“Queremos conseguir más refugios y un sustento económico y que las comisarías le tomen las denuncias a las mujeres y que posteriormente la cuiden para que no me pasé como a mí”, remarca Rosalía quien también se acercó a los Tribunales para dar testimonio de su historia y de su lucha: en este momento se encuentra apelando el fallo que condenó al hombre que le pegó seis tiros delante de su hija. “Es muy difícil salir del círculo de violencia. Se lleva mucho tiempo, y hay mucho miedo porque es horrible. Hay que insistir e insistir. Tenemos que ayudarlas porque solas no pueden”.
Esa foto es una exigencia que conmueve: es la desesperación de Karina con su pequeña hija haciendo visible su reclamo para que el Estado Municipal la escuche. Es la impotencia de Eva intentando que una jueza le quite la nefasta carátula de Incendio a la causa sobre el feminicidio de Vanesa.
“A mi hija la encontramos tres días después en un monte llegando a General Lagos. Mi hija estaba prendido fuego y el asesino de mi hija se estaba escapando en un camino alternativo. Es Maximiliano Tessone y hoy está en Coronda. Él nunca se declaró culpable y se entiende que como buscó un juicio abreviado él es culpable, pero no porque la justicia lo haya condenado. En muchos casos, la justicia nos hace sentir culpables a los familiares. Estamos todos en una misma causa, unidos por el dolor, más allá del propio y del ajeno”, dice Hugo, con su voz aplomada.
Eva me cuenta que no hay avances en la causa judicial. Ella milita desde hace tiempo en la Organización Mujeres de Negro y es una batalladora que busca justicia por su cuñada, Vanesa Celma. Fernanda Serna denuncia a es ex pareja que la acosó psicológicamente durante muccho tiempo. Que todavía, y a pesar de contar con un botón antipánico, sigue hostigándola. Rosalía se encuentra luchando para que el hombre que intentó matarla pague por una condena justa. Karina no tiene recursos económicos ni un lugar para vivir. Y junto a ellas, las organizaciones sociales acompañan y abrazan, intentando suplir en muchos casos, la falta de respuesta del Estado.
Y entonces vuelvo a la imagen de las cuatro adolescentes y a esas cientos de miles, que tenían bien en claro por qué estaban allí; cansadas del manoseo, del acoso. Hartas de los golpes y del maltrato o de los noviazgos violentos.
Y entonces también miro a los varones; porque los había y eran muchos cuestionando sus privilegios, sintiendo también las marcas de este patriarcado qué dice qué tipo de macho tenés que ser; y si sos violento y cabrón mejor todavía.
“Venimos entendiendo lo que es la problemática de género y entendiendo al feminismo y a la lucha por más igualdad. Nuestra brújula ideológica es esa: siempre por más igualdad. Y como varones tenemos que participar y es una lucha de ambos géneros. Esta estructura de valores que es el patriarcado también nos afecta a los hombres en nuestra construcción psicológica. Uno se ve obligado a cumplir ciertos estereotipos y cuando va deconstruyendo ciertas cosas, uno va tomando conciencia de ciertas problemáticas”, dice Tomás, con 21 años a cuesta. A su lado, Bruno comparte lo que dice su compañero y agrega más: “Está muy bueno deconstruir para poder crecer todos de una manera más igualitaria”.
Y veo a las trans, a las lesbianas, a las trabajadoras sexuales y las mujeres en situación de prostitución que también marcharon porque son quienes más sufren la violencia patriarcal.
Y entonces vuelvo a esa adolescente de hace 20 años que ni siquiera se animaba a decir quién y cómo era y que hoy sigue aprendiendo de esas otras mujeres que son miles y que no se cansan nunca de sembrar lucha, en cada paso, en cada lugar, con cada palabra, con una denuncia y con la acción poética de construir justicia y poder popular.