Eva Domínguez era ama de casa y estaba por empezar un curso para convertirse en masajista cuando de pronto el femicidio de su cuñada, Vanesa Celma, le cambio la vida. Hoy integra la organización Mujeres de Negro, se capacitó en cuestiones de género, ayuda a otras víctimas de violencia y sale a la calle cada vez que es necesario pedir justicia. La lucha que esta mujer de 53 años comenzó tras la muerte de la joven, quien estuvo cinco meses internada por las graves quemaduras que sufrió tras una discusión con su pareja, sigue hasta hoy y se complementa con la lucha por otras mujeres que pasaron por situaciones similares.
Por Carina Toso
[dropcap]E[/dropcap]va se sentó frente a la jueza con una remera y un prendedor que decían “Justicia por Vanesa Celma”. Uno de los abogados le preguntó qué pretendía con eso. “La verdad, yo necesito saber la verdad”, le respondió. Era el 4 de marzo de 2013 cuando Eva Concepción Domínguez declaró en la causa por la muerte de su cuñada que ya llevaba casi tres años abierta. “A Vanesa la vi nacer y estuve a su lado el día en que murió”. Después de la muerte pudo atar cabos: “En enero de 2010 la vi con un ojo negro. Pero ella decía que era por un robo en un cajero. Después nos enteramos de todas las cosas que él le había hecho, el maltrato psicológico, la violencia que él ejercía hacia ella vulnerando todos los derechos. Estando hospitalizada ella nos pedía que estemos las 24 horas ahí porque tenía miedo, nosotros no sabíamos a qué o a quién”.
“En mi familia hay una menos… Basta de femicidios, basta de encubrimiento policial, basta de este sistema judicial mediocre, con fiscales llenos de prejuicios y sin perspectiva de género. Basta de juezas dormidas…”, escribió Eva en su muro de Facebook un rato antes de la declaración. Junto con esta frase también subió una foto de Vanesa en la que tiene su largo pelo recogido. Está maquillada y con una gran sonrisa. En la familia de Eva hay una menos. Vanesa tenía 27 años y un embarazo que cursaba el octavo mes la tardecita que discutió con su pareja, Omar Díaz, y que desencadenó el infierno que le costó la vida.
Tentativa de homicidio. Incendio. Incendio seguido de muerte. Estas fueron las carátulas por las que pasó la causa que se abrió el 30 de junio de 2010, al otro día que la joven ingresara al Hospital de Emergencia Clemente Álvarez (HECA) con el 33 por ciento de su cuerpo quemado. Quien puso la carátula de “incendio” fue la entonces responsable del Juzgado de Instrucción N°12, Mónica Lamperti. Una decisión sorprendente ya que según el Código Penal, se trata de incendio cuando lo que se queman son objetos y no personas. También sorprendió que las víctimas fueran dos: Vanesa y Omar, su pareja, aunque este último apenas tenía lastimadas sus manos y más adelante sería señalado por muchos de los testigos como el responsable de prender fuego a la joven. Testimonios que jueces y fiscales decidieron pasar por alto.
“Apasionadamente enamorada de su agresor”, dijo una psicóloga, “Vanesa murió por amor”, dijo la fiscal Lucía Araoz. “Ella no se murió por amor, se murió por culpa de un violento”, dijo Eva. Pero la causa nunca tuvo un imputado, careció de pruebas, las pocas pruebas que había se perdieron, no tuvo investigación y tampoco una perspectiva de género. A pesar de que tanto la jueza a cargo como la fiscal de la causa eran mujeres, su formación e inmersión en un sistema jurídico patriarcal y machista fue la guía para sus decisiones, acciones y resoluciones.
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Vanesa y Omar, que tenía 36 años, vivían en la casa de Humberto Primo al 2091 con a su hijo Alex de cinco años. Ella estaba embarazada de ocho meses. Esperaba una nena a la que iba a llamar Malena. Ambos habían terminado el secundario en una escuela nocturna, experiencia que desató una crisis en la pareja: ahí Omar conoció a la mujer por la que ya había decidido dejar a Vanesa. Hacía diez años que estaban de novios y seis que convivían. La relación fue de mal en peor durante ese último año. Él se quería ir de la casa y lo había dejado en claro. Con el embarazo ya avanzado, ella intentaba persuadirlo para que cambiara de idea.
La casa, que es parte de un barrio de calles asfaltadas, veredas sin acordonar y grandes árboles, tenía la puerta de ingreso de chapa blanca y daba acceso a la cocina comedor. A la derecha estaba el baño y al frente la habitación de la pareja donde comenzó la tragedia. Allí había una cama de dos plazas y dos placares. Al lado de uno de ellos, una mesa ratona. Entre la cama y otro de los placares quedó estampada una mancha en el piso de unos 25 centrímetros de diámetro: el rastro del fuego donde Vanesa estaba parada. De allí la policía se llevó un cubrecamas color verde y un toallón verde claro, elementos que, Omar dijo, había usado para apagar el fuego. Con el tiempo, no se supo nada más de esas prendas.
El nene, junto con unos amigos, estaba en el comedor con toda su atención puesta en un videojuego pero de fondo escuchaba los gritos. No era algo inusual. Siguieron jugando hasta que la pelea pasó del dormitorio al comedor y se les plantó enfrente. Apenas la puerta del cuarto de sus padres se abrió el niño presenció una escena espeluznante: su madre ardiendo en llamas. Alex corrió hasta la vereda. “Daniel, mi mamá se prende fuego”, le gritó a un vecino y nunca más volvió a hablar de lo que pasó ese día, a pesar de que estuvo en varias Cámaras Gesell. A los pocos minutos la cuadra fue un ir y venir desesperado: familiares, vecinos, policías. Desde el atardecer de ese 29 de junio de 2010, la vida de toda la familia cambió para siempre. A Vanesa la subieron a un auto y la llevaron directo al Heca. Ahí estuvo ocho meses, yendo de terapia intensiva al quirófano y a la sala de quemados.
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A pesar de que Omar siempre se presentó ante la justicia como testigo, lo hizo acompañado de distintos abogados. Uno de ellos, presentó a la justicia tres cartas escritas a mano por Vanesa en las que le dedicaba canciones y poemas. Con esto intentó argumentar un instinto suicida en la joven: “Cuando ya me haya ido… No estés triste, no llores. Sólo recuérdame. Cuando ya me haya ido amor, búscame en el horizonte, búscame en el tenue ocaso y me encontrarás en el lucero”, decía una de las cartas. Y en otra le dedicaba una canción de Marcos Antonio Solís: “Si te pudiera mentir, te diría que aquí todo va marchando muy bien, pero no es así. Esta casa es solo pensamiento que me habla de ti. Y es tu voz como este mismo viento, que hoy viene hacia mi. Cada vez me duele perder un minuto más. Aquí sin poder entender porque tu no estás”.
Hacía un tiempo que Eva había decidido hacer un curso para formarse como masajista. Pero esa profesión no iba a ser parte su futuro. En un giro inesperado supo que su misión era otra. Los masajes quedaron de lado y, en cambio, se anotó en un curso de grafología para entender por sí misma, y en base a esas cartas escritas por Vanesa, qué le había pasado a su cuñada. “Me llamaba mucho la atención que la letra de Vanesa estaba tan prolija y ese curso me sirvió también para entender los dibujos del nene que siempre usaba colores intensos. Necesitaba comprender algunas cosas por mis medios, saber qué había pasado. Más allá de que la conocía, no entendía cómo una mujer embarazada de ocho meses, de 27 años, con toda una vida por delante, esperando a su hija, no se pudo desatar de esa red que tenía dentro de su casa. Su peor peligro estaba ahí y no pudo salir”, afirma.
“Ella no se murió por amor, se murió por culpa de un violento”.
Así fue que salió a pedir ayuda, se capacitó en cuestiones de género y en aspectos judiciales. Cuando se enteró que existía un Encuentro Nacional de Mujeres armó su bolso y fue hacia él. Sabía que en su tarea diaria iba a ayudar a muchas mujeres a pesar de que fue por Vanesa que se puso en movimiento. Charla que había, charla a la que iba. Hizo todos los cursos que brindaba la Casa del Encuentro en Buenos Aires, fue a juicios y analizó sentencias. “Me casé a los 18 años con el que hoy sigue siendo mi esposo. Decidí cuándo casarme, cuándo tener mis hijos, qué nombres ponerles. Nunca sufrí violencia de género. Sí me acuerdo que cuando vivía con mi hermana su marido tomaba y nosotras teníamos que salir corriendo cuando llegaba. En ese momento la policía se llevaba al borracho hasta que se le pase y después volvía. No entendía cómo mi hermana lo aguantaba, era una mina que llevaba la casa adelante pero no podía dejarlo. Después se separó. Pero yo no tuve una experiencia personal de ese tipo, yo creía que lo normal era que cada una tenía sus derechos”, relata Eva con su voz aguda y suave al mismo tiempo.
Esta mujer de 53 años, veía con desesperación la inacción de la justicia tras la muerte de Vanesa. Sabía que si se formaba podía contar con las herramientas para pelear. “Uno supone que culturalmente las personas que están en el poder judicial son las que te van a dar respuestas, jamás vas a pensar que una fiscal te va a decir ´nena, se murió por amor´. Cuando me dijo eso supe que esto iba para largo”. Más que enojarse con estas situaciones, Eva se angustia. “Acá no sólo se revictimiza a la muerta en un femicidio, sino también a la familia. Cada vez que te dan un papelito, cada vez que te llaman, cada año de impunidad que pasa, cada vez que la justicia no hace nada, todos los familiares sufrimos. Sabemos que la persona ya está muerta, pero queremos al menos ese resarcimiento de decir que se hizo justicia”.
Eva lucha y sigue adelante. Sabe que posiblemente a Omar Díaz nunca lo lleguen a detener ni a imputar. Pero eso no la hace flaquear ni le corre la vista de sus objetivos.
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Siete años pasaron de aquel 29 de junio. Faltaban diez minutos para las ocho de la noche cuando llegaron al Heca. La piel de Vanesa estaba al rojo vivo y la llevaron directo a la sala del quemado. El 33% de su cuerpo tenía quemaduras: estaban en sus brazos y pierna derecha, en su pecho y su rostro. Él también tenía quemaduras pero muy leves y sólo en sus manos. Dos horas más tarde la denuncia llegaba a la Comisaría 12°. Al otro día se abrió la causa judicial. Las víctimas eran dos: Vanesa Soldedad Cema y Omar Alberto Díaz. No había imputado. El juzgado de Instrucción era el 12 y la Fiscalía la número 1. Así empezaba esta trágica historia en el ámbito judicial, con datos que estaban muy lejos de la verdad. Una verdad que hasta el día de hoy no pudo hacerse espacio en los pasillos de los Tribunales Provinciales de Rosario. Siete años y una causa archivada. Hoy sin juez y en camino a cerrarse definitivamente, ya que quedó dentro del antiguo sistema judicial.
Los primeros intentos de tomarle declaración a Vanesa fueron en vano. No podía hablar. Su estado de salud era muy delicado. Estaba en terapia intensiva con quemaduras de segundo grado. Su embarazo iba por la semana 32.
El que sí declaró fue Omar. En la primera declaración que le tomó la policía aseguró que después de una discusión, su mujer “se roció con alcohol y se prendió fuego”, esa fue la versión que guió la investigación a lo largo de toda la causa, a pesar de que hubo muchos otros testimonios que sostenían lo contrario. Todo había empezado a las dos de la tarde de ese día -dijo él-, cuando Vanesa le mandó un mensaje para que regrese a su casa. Estaba enojada. “Llego a eso de las 17. Cuando comenzamos a hablar ella se puso muy nerviosa. Lloraba. Le había dicho que me quería ir de la casa que compartimos. La discusión duró aproximadamente dos horas”. En todo su testimonio Omar sostuvo que fue ella la que amenazó con prenderse fuego y que él solamente ayudó a apagarlo con un cubrecamas.
Mientras Omar declaraba, nacía Malena. Fue por cesárea y enseguida la trasladaron a la Maternidad Martin. Vanesa seguía grave, no podía respirar por sí misma y tenía asistencia mecánica.
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Durante los primeros meses tras la muerte de la joven, su mamá Yolanda, se sentaba en la vereda frente a su casa con un cartelito de cartón que decía “Justicia por Vanesa”. Omar y su familia pasaban, la venían y se burlaban. Todos vivían en el mismo barrio, a menos de dos cuadras. Yolanda tenía cáncer y esa enfermedad terminó con su vida meses después. Ya enferma enfrentó una gran pelea con el agresor de su hija y terminó presa. Los mismos policías que se ocuparon de esconder las pruebas recolectadas en la vivienda de Humberto Primo, la detuvieron y Eva fue quien la sacó ese día de la seccional. “Todavía no tenía mucha idea de cómo manejarme pero sabía que quedar detenida por reclamar justicia por su hija era una locura. Ella se sentaba siempre con el cartelito en la puerta de su casa. Omar un día pasó y le gritó que su hija era una loca. Ella se levantó y lo fue a buscar hasta la casa. Estaba toda la familia y salieron con cuchillas y botellas rotas. La salvaron unas vecinas. Cuando la acompañan a la Comisaría 12° a hacer la denuncia, quedaron todas detenidas”, recuerda Eva.
“Ahí están los familiares de la quemada”, escuchaban murmurar por los pasillos del Heca. A Eva esas palabras le dolían porque ella tenía algo en claro: no importaba por qué Vanesa estaba internada, importaba que se salvara.
El papá de Vanesa, tampoco pudo superar lo que pasó y cayó en una gran depresión. Pasa mucho tiempo encerrado en su casa. Sólo tiene contacto con el exterior a través de su pequeño almacén. Sus ojos solo se iluminan cuando llegan sus nietos a pedirles plata para la merienda.
En todo el recorrido de estos años, Eva se fue encontrando personas que también sufrieron casos de femicidios en sus familias. Y asegura que el proceso por el que atraviesan se repite una y otra vez: les cuesta hablar de lo que pasó. “Para nosotros también fue difícil, pero después veíamos cómo Vanesa salía en los diarios, todos ya la conocían. La familia primero la culpaba, después la fue perdonando. Eso a mí no me pasó”. Cuando la víctima es puesta bajo la lupa, la familia suma al sufrimiento de lo pasó el de ser señalada con el dedo. “Ahí están los familiares de la quemada”, escuchaban murmurar por los pasillos del Heca. A Eva esas palabras le dolían porque ella tenía algo en claro: no importaba por qué Vanesa estaba internada, importaba que se salvara. Por eso, durante la internación, Eva le dedicó tiempo, mucho tiempo, a cuidarla, acompañarla y contenerla. Le ponía música, le llevaba estatuas de vírgenes. Pasaba horas al lado de la cama llena de esperanza, esperanza que más adelante debería reinventarse en fuerza para lucha del día a día.
Las familias también deben enfrentar otro punto no menor: la situación de los hijos de las víctimas. Son muchos los casos en que esos padres femicidas tienen la patria potestad y los hijos viven con quienes asesinaron a sus madres. Después de la muerte de Vanesa, los niños fueron a vivir con su tía Jorgelina y sus primos. Alex se negó muchas veces a ver a su papá. Sus sueños se transformaron en pesadillas y comenzó a inventar juegos en los que no había mamás. Omar nunca reclamó que vivan con él, solo en varias oportunidades intentó verlos por la fuerza pero todo terminó en la justicia y con órdenes de restricción para que no se pueda acercar a los menores.
A lo largo de 2016 en Argentina hubo 290 femicidios y como consecuencia 401 hijos perdieron a sus madres, 242 de ellos eran menores de edad, según datos de La Casa del Encuentro. El promedio dice que cada 30 horas una mujer es asesinada en el país, en la mayoría de los casos los agresores son parejas o ex parejas. Gracias a la lucha de organizaciones y familiares de las víctimas, hoy esos niños y niñas están protegidos por una ley que priva de la patria potestad a los hombres condenados por femicidio, por lesiones graves contra la madre o sus hijos o por abuso infantil. También incluye a estos delitos en grado de tentativa.
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Eva caminaba sola por tribunales y oficinas públicas reclamando que se investigue la muerte de su cuñada pero no tardaría en darse cuenta de que había otras personas en su situación y que muchas de ellas estaban organizadas. Ese sería un gran salto en su vida: ser parte de un movimiento que se estaba volviendo grande, ser parte de un reclamo colectivo que iba más allá del caso de Vanesa y mediante el cual que podía a ayudar a mujeres que aún estaban vivas y que corrían peligro. “Un día una amiga me llamó y me dijo que había unas mujeres que se juntaban en Córdoba y Moreno con carteles de chicas muertas por femicidios. Así que me acerqué y me re enganché con las Mujeres de Negro. Después nos sumamos a la Multisectorial. Lo bueno es que no hay ideas partidarias ni religiosas. Es un espacio para visibilizar y sensibilizar”, dice.
“La escucha a una víctima es lo más importante, cuando te llaman vos nunca sabés por lo que está pasando”.
La agrupación Mujeres de Negro tienen representantes en todas partes del mundo, algunas levantan sus banderas y enfrentan la lucha contra las guerras, otras contra el tráfico de chicos o la trata de personas. Depende de cuál es la problemática que sufre su país. El origen del movimiento se dio en Jerusalén en 1987. Un grupo de mujeres israelitas y palestinas salieron vestidas de negro y en silencio para protestar contra la ocupación hebrea de los territorios palestinos. Desde ese día se manifiestan todos los viernes durante una hora bajo el lema “Nuestros gobiernos son enemigos, pero nosotras somos amigas y manifestamos nuestro rechazo a la violencia”. La red hoy reúne a mujeres de todos los países de la ex Yugoslavia, Europa, Estados Unidos, América Latina, Asia y África. Cada grupo mantiene una identidad y un camino propios para denunciar la violencia que se ejerce desde los diferentes espacios de poder contra poblacionales, personas o culturas.
“Al principio todo lo que hacía era por Vanesa, después me di cuenta de que había otras mujeres que necesitaban ayuda, entonces me lo tomé como un trabajo diario y pude empezar a ayudar. Eso me hace muy bien. Ves otros casos y cómo podés acompañar, porque lo que más necesita una mujer en esa situación es acompañamiento”, expresa Eva. Estar todos los días en la calle y militando se convirtió en su objetivo. Decidió predicar por todos los rincones que las mujeres deben tomar sus derechos para salir adelante. Y, sobre todo, que hay que unirse. “Hace unos años, los movimientos de mujeres funcionaban aislados, pero yo apuesto a redoblar la unión, las mujeres nos tenemos que unir y nos tenemos que defender para avanzar”.
Estar cerca, ayudarse, contenerse unas a otras. seguir luchando porque siempre se puede alcanzar un logro más. Eva remarca que hoy los presupuestos para víctimas de violencia de género no alcanzan, que los albergues no alcanzan. “La mujer que denuncia, que se va de su casa, con o sin hijos, necesita subsistir, necesita una vivienda, un trabajo, sostenimiento psicológico, ya hoy con una ley no nos alcanza”, asegura, y agrega: “La escucha a una víctima es lo más importante, cuando te llaman vos nunca sabés por lo que está pasando, sentirse escuchada es muy importante. Nosotros las acompañamos, le informamos pero tratamos que ellas hagan todo, que vayan a la fiscalía, para que estén convencidas. No las podemos obligar a hacer la denuncia si no quieren”.
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A lo largo de las cientos de hojas que componen el expediente judicial por la muerte de Vanesa, hay muchos testimonios en los que el entorno más cercano a la joven expresó la situación de violencia en la que estaba inmersa. Uno de ellos es el de María Antonia Maldonado, enfermera y a quien la familia de Vanesa contrató para que la cuide en los momentos que ellos no podían ir hasta el hospital. Se conocían de antes y quizás esa confianza hizo que Vanesa le contara lo que no pudo confesarle a nadie más. “Una noche comenzó a hablar conmigo y con otra enfermera. Nos contó muchas cosas: que el marido le pegaba ya embarazada, que la obligaba a mentir respecto a los golpes para que la familia no se entere, nos dijo que estaba enojado porque ella había quedado embarazada y que él no quería a la bebé. Sabía que andaba con otras chicas y la relación venía mal desde hacía tiempo. Nosotras le preguntábamos para qué quería un hombre así a su lado y ella nos decía que lo amaba, que fue su primer hombre y que no entendía la vida sin él. En ese momento le preguntamos si su marido había tenido que ver con sus quemaduras y dijo que no, pero cuando la otra enfermera se fue y nos quedamos solas, me contó que ella se tiró el alcohol encima para amenazarlo, para que no se fuera. Él se estaba preparando para irse de la casa, la iba a dejar definitivamente. Vanesa le rogaba que no se vaya. Entonces él agarró el encendedor y le dijo ‘si te querés quemar, quemate ya’, chispeó el encendedor y la prendió fuego”. Antes de pronunciar estas palabras la chica le hizo jurar varias veces que no repetiría nada de lo que escuchara. “Lo amaba más que a nada en la vida y no lo iba a acusar. Esto sucedió unos 15 días antes de que le den el alta. Nunca conté nada porque ella me lo pidió y si no se hubiera muerto no lo habría dicho tampoco”, concluyó María Antonia.
“Estuve con ella a horitas de nacer. Y también me tocó estar en el momento en que se estaba muriendo”.
El relato de esta enfermera pasó desapercibido para la jueza Lamperti, quien apoyó la hipótesis de que todo fue una decisión tomada “por amor”.
Omar le prometía que iba a dejar a esas otras mujeres y para Vanesa eso era suficiente. Por un tiempo la joven recibió mensajes de algunas de ellas en su Nokia color gris oscuro con ribetes plateados. “¿Qué? ¿Es un hombre que tiene familia? Sí, tiene familia, pero está separado según él. ¿O no es así? Si le mando mensajes fue porque él también me manda”. “Él dijo que está separado pero yo sé que no, ya se que miente, pero lo niega. Me encantaría descubrir toda la verdad y para saber la clase de persona que es”. Vanesa siempre lo perdonaba. A Omar lo tenía tatuado en su corazón y en su espalda.
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“Se sabía que esto iba a terminar así”, le dijo Omar a Eva mientras estaban sentados, espalda con espalda, en una sala de espera del Heca una de esas largas tardes en las que Vanesa agonizaba. “¿Sí? ¿Por qué?”, le preguntó ella. “Es hija del Chiche”, le respondió haciendo referencia a la relación del padre de Vanesa con el alcohol. “Yo estoy casada con un hijo del Chiche y nunca me puso un dedo encima, ¿Vos podés decir lo mismo, Omar?”, le lanzó Eva. Esa fue la última conversación que mantuvieron porque Díaz nunca más le volvió a hablar. Durante los primeros días de internación, algunas amigas de Vanesa que se acercaron a visitarla ayudaron a Eva a comenzar a hilvanar una historia teñida por la violencia. Los relatos se iban uniendo y, entonces, pudo entender que el intento de robo en un cajero que la dejó con un ojo negro había sido una mentira inventada por el propio Omar y que Vanesa repitió varias veces, que la joven ya sabía de los amoríos de su pareja, que él le decía permanentemente que la beba que esperaba no era su hija y que la había obligado a abortar en dos oportunidades anteriores. Supo que antes también hubo golpes y amenazas, cuyas disculpas llegaban en forma de ostentosos regalos. “Ellos nunca tuvieron demasiado dinero pero él le hacía unos regalos carísimos. Casi nadie tenía en ese momento un televisor de 29 pulgadas y ella lo tenía. Al nene le hacia regalos como una motito eléctrica, una batería para tocar. Siempre compraba estas cosas después de cada pelea. Pero entonces no lo sabíamos”, dice Eva. Cada amiga pudo reconstruir una parte de la historia ya que, como pasa en muchos casos, Vanesa se alejaba de ellas cuando le comenzaban a aconsejar que se separe de Omar. No les contaba todo a todas. “Omar dice que me tienen envidia”, les dijo una vez.
El vínculo que unía a Eva con Vanesa se comenzó a forjar el día que la joven nació y se hizo de hierro en el momento de su muerte. “Ya nació Vanesa”, le había dicho su suegro mientras pasaba por la puerta de su casa. “¿Podés ir hasta el hospital?”, le preguntó y Eva no dudó en agarrar sus cosas y salir. “Estuve con ella a horitas de nacer. Y también me tocó estar en el momento en que se estaba muriendo. Después tuve la tarea de decírselo a mi suegra”. Yolanda estaba ya muy enferma para entonces. El mismo día que Vanesa ingresó incinerada al hospital, a su madre le dio una hemorragia en el útero y cuando la revisó el médico recibieron el diagnóstico de que un cáncer estaba avanzando en su cuerpo. “Ella me pidió que cuidara a Vanesa. Fue como que me dio la posta”. En pocos días la familia tuvo que repartir su tiempo entre el Heca, donde estaba Vanesa en terapia intensiva, el Sanatorio Británico, en el que habían internado a Yolanda y la Maternidad Martin, a donde había sido trasladada la pequeña Malena tras la cesárea. “Fue un momento duro pero salimos adelante”, suspira Eva.
También fue difícil compartir el barrio con Omar después de todo lo sucedido. La casa de la pareja, la de Eva, la de Jorgelina y la de sus padres quedan todas a pocas cuadras unas de otras. De hecho, antes de que Vanesa saliera del hospital, su pareja ya estaba compartiendo con otra mujer la vivienda de Humberto Primo. Después se mudó a media cuadra de ahí. “Él sigue libre. Pero yo espero. Sigo en la lucha, reclamando ante la justicia. Siempre hice de este caso una militancia. No hay un año en el que no ponga un pasacalle. En el último puse “justicia por Vanesa” y también que si alguien vio algo también es cómplice de lo que pasó. Se lo puse prácticamente en la esquina de la casa a Omar. Siempre estoy intentando informar a todos de quién es él, que sabemos que le pagó a la policía para que esconda las pruebas”.
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La causa judicial llevaba varios años abierta y todavía no se había hablado ni analizado como caso de violencia de género y mucho menos de femicidio. Recién en agosto de 2013, cuando el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem) se presenta en calidad de Amicus Curiae se comienzan a incorporar otro punto de vista sobre la situación por la que venía atravesando Vanesa y sobre su muerte.
La presentación la hacen Analía Aucía, abogada, coordinadora del Programa Género y Sexualidad de la facultad de Derecho de la UNR; Rosa Acosta, psicóloga y abogada; María Noel Severo, estudiante de derecho de la UNR, y Julia Ramos, abogada, todas integrantes del Cladem. “En esta causa, según entendemos, Vanesa Celma, ha sido víctima de violencia de género, violencia que tuvo directa relación con su muerte. Consideramos que la calificación del hecho como incendio es una forma de desconocer las condiciones de violencia de género que padeció Vanesa como otras tantas mujeres en nuestro país”, dice parte de la presentación.
“Consideramos que las circunstancias que rodean a la muerte de Vanesa Celma constituyen un caso de violencia de género, siendo ésta una línea de investigación que debería ser agotada. Para ello, es necesario incorporar a la causa una perspectiva de género, asociando el hecho en investigación con la historia de agresiones por las que atravesaba la víctima, desde hace años, en su relación de pareja. De esta manera, se podrá comprender que, en la historia de Vanesa Celma, la violencia de género por ella silenciada y negada frecuentemente, tomó cuerpo y palabra, a partir del hecho desencadenante de su muerte”, agrega.
Unos meses después, a pedido de Eva, la entonces secretaria de Derechos Humanos zona sur de la provincia de Santa Fe, Nadia Schujman, también realizó una presentación al juzgado con un llamado de atención para jueces y fiscales: “Desde el primer momento de recolección de pruebas materiales fundamentales, hay una marcada impericia en la producción de las mismas, todo lo cual queda corroborado por los dichos de Díaz: ‘El encendedor lo encontré tres meses después debajo de la cama tirado, era el mismo porque era color rojo. La botella de alcohol la encontré dos o tres días después en unos tachos que hay al costado de mi casa. No sé si era la misma, era una botella de alcohol’. Producto de la relación de violencia existente en la pareja que la llevó a Celma a una clara posición de sumisión, nunca denunció estos hechos de violencia. Del mismo modo, nunca denunció a Díaz como autor de las quemaduras que le produjeron la muerte”.
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A casi un mes de que Vanesa ingresara al Heca, el personal de la Seccional 12° consideró que ya no había más para investigar. Lo que había pasado no era más que un “intento de suicidio”, según la policía. “Si se hubiese investigado, hoy sabríamos otras cosas. A medida que pasan los años yo estoy más convencida de lo que pasó y todo lo que se tapó, lo que se perdió. Omar pagó para que se escondan pruebas, su familia pagó. Pero no tengo manera de probarlo”. Hay hipótesis que Eva sostiene y no tiene dudas: si la justicia actuara bien desde el primer momento se aclararían muchas dudas sobre las muertes de muchas mujeres. Es más, si la justicia tuviera un real enfoque de género quizás muchas de las mujeres que se animan a denunciar, o no, la violencia que sufren de parte de sus parejas, hoy estarían vivas.
La jueza Lamperti decidió archivar la causa principal y esta resolución fue confirmada por el juez de la Cámara de Apelaciones, Carlos Carbone. Tras esto, los abogados de la familia de Vanesa, miembros del Centro de Asistencia Judicial (CAJ), presentaron varios recursos de incostitucionalidad ante la Corte Suprema para evitar que esto pase. De todas formas, al haber quedado en el viejo sistema judicial, son cada vez menores las probabilidades de dar marcha atrás.
A la par de la causa principal se investigó la desaparición de pruebas contra los policías de la Comisaría 12° por incumplimiento de los deberes de funcionarios públicos. Esto estuvo a cargo de la ex jueza Alejandra Rodenas, quien también llegó a ordenar una autopsia psicológica. Habían sido procesados dos policías, Mariela Natalia Piccirillo y César Carlos Caraballo, y un comisario, Baltazar Manchado, por no haber podido garantizar la custodia de esas pruebas. Los dos primeros fueron finalmente sobreseídos.
Los elementos secuestrados aquella tardecita en la casa de Humberto Primo quedaron detallados en el acta labrada por estos policías y forma parte del expediente: “En el domicilio de Humberto Primo 2091, Omar Díaz me hace entrega de un cubrecamas color verde y un toallón color verde claro. Elementos que fueron utilizados para apagar el fuego, procediendo al secuestro de los mismos a los fines legales que correspondan”. Tampoco se supo qué fue de la ropa que llevaba puesta Vanesa cuando ingresó al Heca. No se supo donde terminaron las zapatillas Nike blancas, la campera de lana a rayas, una polera blanco o su jogging gris.
Esta causa tuvo un detalle que marcó un precedente y es que por primera vez en la justicia santafesina: se aceptó a un organismo de derechos humanos como querellante en una causa con policías acusados. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) Regional Rosario, representada por sus abogados, es parte de esta etapa del proceso.
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Vanesa murió el 22 de noviembre de 2010. Sus ojos se cerraron pasadas las seis de la tarde. Las quemaduras estaban cicatrizando por fuera pero por dentro el fuego había destruido muchos de sus órganos. La autopsia describió de esta forma la causal de la muerte: “falla multiorgánica posterior a injuria térmica en gran quemado. Muerte violenta diferida con unos cinco meses de sobrevida”. En la autopsia también consideran que la responsable de todo fue Vanesa: “Muerte autoinfligida”, dice, pero agrega: “No se descartan otras hipótesis”.
La única marca en su cuerpo que era el rastro de algo bueno que le había pasado en los últimos meses la tenía bajo el abdomen: el tajo que le había abierto camino a Malena.
“Ella se jugó todo por el todo porque deseaba mucho tener una hija. Tanto era así que le dejó preparado todo el ajuar. Él estaba sin un mango y ella iba a pedir a los camiones de Pampers cuando hacían promociones. Nosotros no tuvimos que comprar nada durante un año para Malena porque Vanesa le dejó todo listo”, recuerda Eva. Haber podido conocer a su hija fue un haz de luz por aquellos días. Habían logrado conseguir un permiso para que la pudiera ver 15 minutos los domingos, alzarla y darle la mamadera. A pesar del dolor en todo su cuerpo, dejaba que las enfermeras extrajeran la leche de sus pechos para alimentar a la beba.
En sus cinco meses de internación y apenas tuvo un poco de lucidez, Vanesa comenzó a proyectar la fiesta de cumpleaños de Alex. Esperaba tener el alta para esa fecha y así fue. A pesar de que la familia no estaba de acuerdo, los médicos del Heca le permitieron salir del hospital. Hasta ese momento no se había enfrentado a un espejo, solamente había visto su cara desfigurada en el reflejo de un vidrio y eso bastó para que no quisiera volver a intentar reflejarse en ninguna otra parte. Se instaló en la casa de sus padres y pudo hacer realidad ese festejo tan deseado. Vanesa vio todo desde atrás de una cortina, porque no tenía fuerzas para ser parte de la fiesta. Una semana después vovlía descompensada al Heca.
En todo este tiempo, hay algo fundamental que Eva no perdió de vista: “Yo pienso mucho en mis sobrinos, en sus derechos, ellos tienen que caminar libremente por la calle, por la vida, y no puede ser que la justicia sea tan opresora con estas criaturas. Todo lo que se hizo mal con Vanesa, ya está. Pero que no se repita. Aprendí tanto que ya sé los recursos que tengo para seguir luchando”.
De aquella mujer, ama de casa que aspiraba a ganarse la vida como masajista, hoy ya casi no queda nada. Eva tiene la agenda diaria muy ocupada. Reparte su tiempo entre su familia, los eventos relacionados con temas como violencia de género, parto humanizado, se sigue capacitando cada vez que puede, responde consultas que llegan al espacio de Mujeres de Negro que funciona en La Toma los sábados a la tarde de tres a cinco, y también cuida a un nene, el único de todos sus trabajos que es remunerado.
2 comentario
GRACIAS EVA POR TU EJEMPLO ENTEREZA DEMOSTRADA HASTA HOY DESPUES DE TANTO HORROR PORQUE SIRVE DE EJEMPLO HA MUCHA JUVENTUD QUE TIENE INQUIETUDES Y GANAS DE SALIR A LUCHAR POR NUESTROS DERECHOS.-
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