Para el discurso oficial el número de personas que viven en la calle a nivel local no varió en los últimos años y hay quienes eligen esa situación. Mientras tanto, un puchero a cielo abierto en la plaza San Martín invita a hablar de la realidad.
Por Martín Stoianovich
[dropcap]E[/dropcap]l primer día el aroma nace de entre medio de unos arbustos. Ahí está, rodeada por un par de cartones, una olla posada sobre una cocina improvisada con la rejilla de una chimenea y una lata de arvejas vacía con un trapo remojado en combustible que tiene que ser cambiado cada un par de minutos. El aroma que predomina es el de algún condimento fuerte, que se potencia en el gusto de las primeras cucharadas para después ir aflojando con la propia cocción. Son las cuatro de la tarde y en plena Plaza San Martín conviven varios mundos. El de los oficinistas, los docentes y estudiantes universitarios, los empleados de la gobernación que cruzan la plaza dentro de su vorágine individual. El de las señoras y señores de miradas esquivas siendo paseados por sus mascotas, el de los pibes y las pibas, que pelotean, que fuman y ríen y gritan. Y, también, el mundo que se reúne alrededor de esa olla de puchero ya lista, que alcanza para que al menos cuatro personas puedan comer.
El segundo encuentro la olla está afuera de esos arbustos que rodean a una de las palmeras de la plaza. Es que hay menos viento y ahora con los cartones de reparo ya es suficiente. Un guiso carrero es el menú que esta vez se alcanzó a recaudar entre el cuidado de vehículos en la plaza y la caridad de las personas que circulan por calle Córdoba entre Roca y España.
Para la tercera, y otra vez mediando la tarde, el menú posible vuelve a ser el puchero. Esta vez la olla está directamente sobre la vereda, pegadita a uno de los bancos que da a calle Moreno, casi en frente de la entrada que la Facultad de Derecho. Los cartones de reparo siempre están presentes. La ausencia hoy la marca ese perro dormilón que ya no está porque alguna familia pudo adoptarlo.
– Se llamaba Terri, por el terrible hambre que tenía cuando lo agarramos – dice Rubén, y cuenta que ya son tres los perros que logran sacar de la calle con la ayuda de alguna persona que sube las fotos a las redes sociales.
Rubén tiene cincuenta años. Dice que viene de Cutral Có, provincia de Neuquén. Que conoce mucho Rosario pero que está de paso, como lo estuvo en cada una de las provincias de Argentina, a las que asegura haber visitado. Habla de su hijo Maximiliano, que vive en Río Negro y pide grabar un video para mandarle vía Facebook, diciéndole que está bien, que está cocinando con sus compañeros y que lo quiere mucho al igual que a su nieta.
El primer día, Rubén siente alivio cuando conoce que por las redes sociales se estuvo convocando a una marcha en esa misma plaza para defender a una mujer policía acusada por un caso de gatillo fácil. Siente alivio porque la convocatoria fracasó y en la plaza el paisaje es el mismo de siempre. No va a haber nadie pidiendo muerte y justicia de doble vara.
El segundo día Rubén está descalzo. La noche anterior llovió. Su único par de medias se mojó y en tan solo un par de horas le provocó un brote de pie de atleta o algo parecido que le cubrió toda la planta de ambos pies. Apenas renguea cuando se levanta a revolver el guiso, pero le duele. Dice que ese par de medias está podrido y necesita cambiarlo.
Para la tercera ocasión todo cambia. Volvió a salir el sol. Pero después de cuatro días de lluvia. Y hay enojo. En Rubén y en su amigo y compañero Cristian, de 42 años, que es quien cuida los coches.
– Bajaron de la chata bastante agresivos, no vinieron a hablar muy bien que digamos. Nos patearon la olla y yo le pateé la chata lamentablemente, como para hacerla un poquito más grande. Yo les decía que no tenían por qué tirarnos la comida y que lo que ellos hacen es abuso de autoridad.
Cristian relata el episodio del día anterior, cuando varios agentes de Control Urbano de la Municipalidad de Rosario bajaron de sus vehículos, se abalanzaron sobre ellos y les retiraron las frazadas, que todavía tardaban en secar la humedad acumulada en los días anteriores. Hubo violencia que quedó registrada en videos difundidos por distintas redes sociales y medios de comunicación, de la misma forma en la que quedó registrado el repudio generalizado de la mayoría de personas que rodearon el operativo hasta que los uniformados dejaron tranquilos a Rubén, Cristian y otras personas que paran con ellos.
– Nos tiraron la frazada arriba de la chata y tuvimos que sacárselas porque es lo único que tenemos, aunque estaban todas mojadas por la lluvia – dice Rubén y después larga toda su bronca: “Con el dinero que están gastando para pagarle a esta gente para que venga a verduguearnos a nosotros, por favor, por qué no usan ese dinero para ayudarnos”.
Explican los muchachos que lo que sucedió esa tarde fue un mal entendido. Que por la lluvia habían colgado las frazadas en todos los bancos de la plaza que dan a calle Moreno, y que eso motivó el llamado de algún vecino que se quejó por el mal uso del espacio público.
– ¿¡Pero no entienden que hubo cuatro días de lluvia!? – pregunta Rubén.
Los visibles
Dentro de la Municipalidad de Rosario, la secretaría de Desarrollo Social es el área que más contacto tiene con las personas en situación de calle. Comparten ese contacto con las distintas fuerzas de control y seguridad que, según las propias personas que las padecen, protagonizan episodios como el relatado con la misma frecuencia con la que algún trabajador municipal de algún área más amistosa se acerca a preguntarles -a ellos, que duermen y comen en la calle todos los días- si necesitan algo.
Muchas veces llamados los invisibles, el hombre y la mujer en situación de calle representan un sector de la sociedad que estuvo siempre: en el barrio, o en el barrio de algún conocido, o en las calles y las plazas del centro, de los semáforos o esquinas más transitadas en donde la moneda o el billete que sobra sirve más en la mano de esa persona a la cual el concepto de ahorro, de inversión, o cualquier uso que se le pueda dar al dinero se aleja cada vez más y se resume a un único horizonte: comprar comida. No son invisibles, entonces, para esa mano solidaria. Y tampoco son invisibles para esos ojos inquisidores para los cuales la mera presencia es una molestia o un motivo para el mal gesto. No son invisibles los objetos del desprecio.
Para el Estado tampoco son invisibles. El discurso oficial los considera parte del paisaje, como todos. Porque están y porque pareciera que siempre lo estarán, dejando a la vista la parte más descarnada de la desigualdad social. En invierno -lo demuestra el termómetro mediático y social en sus herramientas virtuales- son menos invisibles. El frío pega duro y el impacto de ver una persona durmiendo entre la helada del pavimento y la desolación de alguna manta es la puñalada más certera al remordimiento de clase que se vuelve culpa. Entonces aparecen los 0800 y los posteos en las redes sociales para ayudar, para tender esa mano, de seguro indispensable y útil, para salvar una vida.
Es que nadie quiere en las noticias a otro Federico Nicolás Rodríguez. Murió de frío, a los 28 años, en remera y descalzo, acurrucado debajo de una ventana de la Facultad de Medicina, en un barrio donde el exceso de departamentos y viviendas en alquiler producto de la especulación inmobiliaria encuentra razón en la pareja cantidad de estudiantes de otras localidades, e incluso otros países, que cada año vienen a formarse en la Universidad Pública. Para tratar de evitar otra muerte de una persona en situación de calle es que la secretaría de Desarrollo Social de Rosario, cada año cuando comienzan los primeros fríos, abre las puertas del refugio municipal ubicado en calle Grandoli al 4300 que cuenta con 45 lugares destinados a varones mayores de 18 años.
“Desde el municipio hace varios años que venimos trabajando con tres líneas en concreto”, dice Laura Capilla, que desde el 10 de diciembre de 2015 ocupa el cargo de secretaria en Desarrollo Social a nivel local. Uno de esos tres ejes es el refugio municipal, el otro es el trabajo articulado con organizaciones y el refugio Sol de Noche, de Marconi 2040, donde hay alrededor de sesenta lugares de los cuales la mayoría son para varones y unos pocos para mujeres. También están las organizaciones Rosario Solidaria, Movimiento de Acción Solidaria y el Centro de Ex Combatientes en Malvinas de Rosario que son quienes realizan recorridas para ofrecer un plato de comida durante las noches. El trabajo de coordinación con Desarrollo Social se basa en un aporte de recursos y en la organización de los distintos circuitos para que no se crucen ni queden sectores sin cubrir.
El otro eje es el equipo de “operadores de calle” de Desarrollo Social, que tal como explica Capilla “funciona todo el año aunque en el invierno intensifica la tarea con gente de la Guardia Urbana Municipal”. “La GUM recorre la ciudad para ir detectando gente en situación de calle, los invitan al refugio o le dicen que se acerquen al circuito de ronda de desayunos o comidas, y si se quedan a dormir en la calle le hacemos una entrega de frazadas”, explica la funcionaria. De todas maneras, Capilla acude a lo que podría ser el cuarto eje de intervención, que es la mano solidaria del ciudadano corriente: “Invitamos a que todo aquel que se quiera sumar pueda ofrecer un plato caliente, que si ven a alguien desabrigado puedan avisar (0800 444 0909)”.
Entre parches y excusas
Rubén y Cristian plantean un punto de vista crítico, formulado desde su lugar con la experiencia de vivirlo todo en carne propia. Desde los padecimientos y exposición a problemas por vivir en la calle, desde la pertenencia lograda con algunos de los espacios en los que se acomodan, hasta la asistencia por parte del Estado y organizaciones de la sociedad civil. “Trabajan para mantenerte en la indigencia, no para sacarte”, dicen. Es que un plato caliente o una frazada servirán para pasar el día y la noche. Un día y una noche más, y así quizás, hasta que no se tenga la suerte de haberse topado con un vecino solidario o alguno de los ejes del Estado mencionado antes, como pudo haberle pasado al joven Federico Rodríguez.
La asistencia puede verse como un aspecto elemental que servirá para que la problemática no se profundice en cuanto al padecimiento extremo de las personas que están en situación de calle. Pero la situación de calle continuará. A este punto de vista lo refuerzan las estadísticas, que año a año no marcan grandes cambios ni para arriba ni para abajo: según Capilla, el número de personas que viven en la calle se mantiene similar al registrado el año anterior, entre los 170 y los 190.
Sobre este aspecto, Capilla menciona la necesidad de marcar una diferencia. “Hay situaciones que son nuevas en la calle y se revierten rápidamente trabajando con familiares para construir redes de contención. Después hay situaciones de más años”, dice haciendo referencia a aquellas personas con quienes se dificulta un abordaje integral para lograr revertir la condición de calle. En este sentido menciona que con las personas más jóvenes es más viable la posibilidad de superar la situación de calle. Como ejemplo cita la experiencia de un trabajo articulado con el programa Nueva Oportunidad, iniciado en 2015, en una experiencia con un grupo reducido de jóvenes con quienes encararon un taller de construcción de juguetes, brindándoles un aporte económico y el alojamiento en una pensión. “Hoy los chicos están en otra situación, otros volvieron a la calle, o van y vienen”, explica sobre el resultado de la experiencia a la cual destaca como un intento de abordar la problemática con una perspectiva de inclusión.
Sobre este punto, la funcionaria admite las limitaciones del área que integra y menciona la necesidad de articulación con otras áreas de los gobiernos municipal y provincial. “Lo que hacemos es construir referencia y acompañar procesos, pero necesitamos de herramientas que depende de otras secretarías. Nuestra idea es ayudar a entretejer lazos para que las familias que necesitan tengan una red de contención”, explica Capilla.
Esa articulación de la que habla Capilla es la que debería funcionar para que Desarrollo Social no quede sola en el trabajo con personas cuya historia está signada por la situación de calle de largos años. Así, podrían evitarse conclusiones como la que la funcionaria saca sobre esta cara de la problemática. “El que hace mucho que está en la calle armó su circuito, se instaló y no quiere o no puede salir. Ellos eligieron vivir en la calle. Ahí se atraviesa la cuestión de la salud mental”, dice y continúa: “Muchos hablan con la gente permanentemente y cuentan realidades que no son tan reales cuando nos ponemos a trabajar con ellos”.
Entre esas personas que “hablan con la gente permanentemente” están Rubén y Cristian. Dos de los muchos a quienes esa elección de vivir en la calle fue quizás la única alternativa, y ahora andan conversando con quienes pueden como un acto inalienable de libertad. No solo hablando, sino también compartiendo anécdotas y comidas. Desahogando, sin intereses de por medio, la impotencia por las necesidades que nunca, nadie ni nada, pudo satisfacer. Del trabajo, derecho ajeno, como utopía. De los nuevos horizontes como Villa María, Córdoba. De la mochila que tenía que aparecer para poder salir a la ruta, y apareció de la mano de un vecino. O de ese documento nacional de identidad para Cristian que algún funcionario deberá asumir como responsabilidad.
Y también, hablando de la locura. Porque ellos, más que nadie, saben que esa respuesta es la más fácil para intentar equilibrar con algo más que silencio el peso de lo inexplicable. Solo un loco podría elegir vivir en la calle cada día de su vida, y esa respuesta ahorra las explicaciones políticas que podrían asomarse detrás de la realidad de los sin techo. Rubén lo sabe, y ríe. Entonces, riendo para no llorar, lanza su máxima. “Hay locos que locos nacen, hay locos que locos son. Hay locos que vuelven locos, a los que locos no son. Hay locos por el dinero y hay locos por el amor. Pero si yo me hago el loco, paso la vida mejor”. La trae de un poema popular, aunque quisiera que todos crean que son líneas que nacieron en la inspiración de alguna de las miles de noches de cielo abierto.