Las historias de Ludmila y de Zoe, dos niñas que son víctimas de los agrotóxicos, son casos testigo de los pueblos enfermos de la provincia de Santa Fe. Un modelo destructivo que produce muerte y los oídos sordos de quienes no quieren escuchar. Frente a eso el grito de quienes pagan con sus vidas el costo de una ecuación que no cierra.
Fuente foto portada: Conclusión
– ¡Qué lindo día, salió el sol!- dice la abuela.
– ¿Pero no hay olor a veneno?, pregunta la nieta.
– No.
– ¿Puedo salir afuera?
-Sí.
– Bueno, pero si yo siento olor me tapo la nariz y entro. Agarro el bebé y lo llevo adentro, que no se me enferme- dice Ludmila, la nieta de tres años y ocho meses que siempre antes de salir a jugar al patio de su casa con sus muñecos debe asegurarse de que no haya olor a veneno.
Bernardo de Irigoyen es un pueblo de dos mil habitantes que está a cien kilómetros de la capital santafesina. Ludmila Terreno vive con sus padres y su abuela en un fonavi, en un barrio residencial. El olor a veneno que respira Ludmila viene de un galpón –separado del patio de la casa por un tejido- que funciona como depósito de agroquímicos y lavadero de fumigadores. La firma de la contratista rural dueña del galpón es José Pagliaricci e hijos. Justamente con uno de los hijos Pagliaricci habló Mariela, la abuela de Ludmila, y tuvo una conversación que fue más o menos así:
Pagliaricci- ¿Qué hacés que venís y sacás fotos?
Mariela- Paso a sacar fotos porque no voy a dejar que sigan haciendo lo que hacen.
Pagliaricci- Total a mí me autoriza Rubén Ramírez, el vicepresidente de la Comuna. La semana que viene voy a traer dos fumigadores más y los voy a poner en el patio, y vos y tu nieta los van a tener que seguir viendo.
Mariela- Traelo y yo les voy a sacar fotos. Ustedes piensan que yo duermo porque ven todo oscuro pero no, yo no duermo. Me levanto, voy al patio y veo todo.
A las cuatro de la mañana Mariela ya escucha las máquinas. Ellas los controla, no descansan nunca. Dice que trabajaron el 24 y 25 de diciembre; que al principio habían dicho que era temporal pero que terminó siendo los trecientos sesenta y cinco días del año; que las máquinas salen continuamente cargadas de glifosato Round Up; que desde hace un tiempo la carga la hacen adentro del galpón para que no se escuche; que hace una semana la hermana mayor de Ludmila pasó y vio cómo cargaban el camión naranja con tanque negro.
Mariela recuerda perfectamente el día en que arrancó el calvario. El 11 de abril de 2017 Ludmila tuvo un cuadro severo de vómitos y diarrea. Tenía un año y ocho meses y quedó deshidratada por completo. La llevaron al S.A.M.Co de Barrancas donde le hicieron controles y análisis. Como estaba muy anémica la llevaron de urgencia a Santa Fe. Cuando llegaron le dijeron a la familia Terreno que Ludmila se estaba muriendo. La dejaron conectada, le hicieron transfusiones y estuvo cinco días con taquicardia.
Los análisis confirmaron que el problema era que se le estaba secando la sangre, “que tenía todo bolitas”. Los médicos les dijeron que Ludmila estaba contaminada y detectaron presencia de glifosato en sangre. Pero esos análisis que hicieron en el Hospital de Niños de Santa Fe nunca los entregaron, a pesar de que la familia lo pidió muchísimas veces. “Nos decían que no lo tenían, que no había llegado, que lo habían mandado a otro lugar pero nunca dijeron dónde”, cuenta Mariela.
Este año Ludmila había empezado el jardín pero a la semana ya tuvo que faltar porque tuvo una recaída. Cuando siente el olor a veneno se descompensa, llora del dolor de cabeza y empieza a quedar pálida. Como pierde el apetito en dos o tres días baja de peso. Esta historia, que ya lleva más de dos años, todavía no tiene respuesta. La doctora que la vio en la última recaída aseguró que el noventa por ciento del cuerpo de Ludmila está intoxicado. En este último episodio fueron nuevamente al Hospital de Niños de Santa Fe. Cuando la familia pidió que le hicieran análisis de sangre, el médico se negó. Dijo que él no podía pedir ese estudio, que sólo podía pedirle un análisis de orina.
Para Mariela no es casual que se hayan negado a hacerle ese estudio. Ella sostiene que están pasando cosas raras, que se están intentando borrar muchas cosas. Cuenta que desde el 23 de diciembre –día en que una doctora de Barrancas les dijo que Ludmila podía llegar a tener leucemia- no tuvieron más contacto con el intendente; que desde entonces ni les habla ni los saluda; que nunca pasó a preguntar cómo estaba Ludmila.
La familia Terreno hizo en su momento una denuncia penal pero en la causa tampoco hubo ningún tipo de avance. En febrero de 2018 el fiscal Nessier mandó a un Comisario a ver la casa de la familia y prometieron volver la semana siguiente para ir a los galpones y analizar la tierra. Sin embargo nunca aparecieron. La semana pasada fue la policía a la casa de los Terreno a llevar una notificación del fiscal que indicaba que Ludmila debía hacerse unos exámenes médicos. La fecha de la notificación era de febrero del año pasado. A la familia la notificaron catorce meses después. Un amigo de la familia que vive en Coronda, donde está la oficina del fiscal, fue a ver a Nessier para pedirle una audiencia en nombre de la familia Terreno. El fiscal contestó que tenía problemas mayores que el de Ludmila.
Mariela dice que en el pueblo hay olor a veneno por todos lados y que hay otros vecinos con problemas pero que nadie quiere hablar. Ella piensa que tienen miedo. Los vecinos saben sobre la fragilidad de Ludmila frente a los agrotóxicos que enferman a todos pero que en ella hacen visibles los efectos de manera inocultable. Por eso las personas que pasan caminando y ven que están fumigando le avisan a Mariela para que no deje salir a Ludmila al patio.
Cuando desde la agrupación Vecinos Fumigados de la provincia de Santa Fe fueron a la Comuna, el empresario Pagliaricci les pidió que le dieran tiempo. Pero Mariela tienen bien claro que la vida de Ludmila no puede esperar. “La vida de la nena no es un alquiler, no puede esperar un tiempo. Y hay muchos niños, no es la única”. Ludmila también tiene bien clara la situación. Por eso se asegura de que no haya olor antes de salir a jugar. “Deciles que se vayan porque el veneno a mí me enferma”, le dijo a la abuela.
Facundo Viola es periodista e integrante de la organización Vecinos Fumigados de Santa Fe. Dice que muy rara vez se activa el procedimiento del Estado provincial que debería implementarse en los casos relacionados con la exposición a los agroquímicos. Ésta es una de las razones por las cuales es difícil tener estadísticas globales. Dice que sin embargo con algunos datos concretos se puede inferir lo que está sucediendo. Nombra al juicio por el Amparo ambiental de San Jorge que sucedió hace ya una década y aclara que desde entonces el uso de agrotóxicos aumentó en cantidades exponenciales. “La primera medida de la justicia fue ordenar ochocientos metros libres de fumigaciones en determinada zona. Los relevamientos del Ministerio de Salud que fueron judicializados indicaron que tras un año de haber detenido la contaminación, las consultas al sistema público de salud por afecciones respiratorias y de piel de los vecinos del lugar habían descendido entre un treinta y un setenta por ciento”.
Por otro lado, Facundo hace referencia a las afecciones que produce la exposición crónica al bombardeo químico en bajas dosis. Menciona el caso judicializado de la niña Abigail Córdoba de nueve años en Piamonte, a quien la justicia le otorgó una medida de amparo efectiva pero durante el juicio se confirmó que tiene daño genético, algo que puede afectar incluso a su descendencia. Recuerda que a fines del año pasado el Doctor Damián Marino de la Universidad Nacional de La Plata/CONICET estudió la salud de cuarenta y ocho niños expuestos a los biocidas y encontró en todos el mismo daño genético. “Eso Fue en el marco probatorio por el juicio de amparo vigente alrededor de las escuelas rurales de Entre Ríos. Y todo esto, lo vemos los vecinos afectados directos en nuestros barrios linderos a los campos fumigados. Vemos como este escenario dantesco se repite en la población infantil expuesta”.
Mucho de-Sastre
Sonia González vive en Sastre, un pueblo de cinco mil habitantes rodeado de campo. Uno más de tantos pueblos de la provincia de Santa Fe que de tan parecidos se confunden: soja-verde-soja-verde-soja-verde-soja. Y el paquete transgénico que modifica absolutamente todo, desde los colores de la tierra y los campos hasta la flora, la fauna y las formas de vivir y morir. Pueblos enfermos digitados por el modelo productivo.
Sonia trabajaba en una empresa cerealera y al lado de su oficina había un galpón con agroquímicos porque la empresa también vendía estos productos. Tuvo un embarazo normal y su hija Zoe nació a término y bien. Pero a los diez meses empezó a tener unos episodios que parecían alérgicos. El pediatra le decía que no se preocupara, que era una virosis. Se le pasaba pero al tiempo volvía. Llegó octubre, cuando Zoe estaba por cumplir un año, y a los nuevos episodios se sumó una conjuntivitis y algunos otros síntomas. Sonia notaba que Zoe respiraba rápido y cortado. El pediatra la revisó un día martes y dijo que los pulmones se escuchaban perfectos. Volvía el diagnóstico de la virosis. Sonia no veía mejoras y por eso el día que Zoe cumplió un año llamó al doctor para avisarle que respiraba raro. Le dijo que ya haría efecto la medicación. Pero a los cuarenta minutos Sonia tuvo un pálpito y lo llamó de nuevo. Insistió en que no le gustaba cómo respiraba Zoe. El médico dijo que la llevara.
Cuando llegó al consultorio no entraba aire en el pulmón izquierdo. La mandaron a hacer una placa y la derivaron a Rosario sin demasiadas explicaciones. Lo único que dijo el médico es que no le gustaba lo que veía pero que él hasta ahí llegaba. Le pusieron oxígeno y viajaron a Rosario. Le hicieron todos los estudios y a las siete de la tarde llegó el diagnóstico: una masa en el mediastino. El mediastino es la parte del tórax que está entre el esternón, la columna vertebral y los pulmones. Es la zona que contiene el corazón, los vasos sanguíneos, la tráquea, el timo, el esófago y los tejidos conectivos.
A Zoe la llevaron a terapia. Tuvo un derrame pleural y le hicieron biopsias. El médico que la vio le dijo a Sonia que no sabía si Zoe podría pasar la noche. Sonia recuerda cómo se le enfrió la sangre. Fueron siete días en los que sólo podía ver a su hija media hora a la mañana y media hora a la tarde. A la semana Zoe pudo salir de terapia y la llevaron a una habitación normal. El diagnóstico era que tenía un linfoma linfoblástico tipo T (ubicado en el Timo). Recibió seis etapas de quimioterapia, la primera con corticoides. “Ahí arrancó toda esta porquería”, dice Sonia.
Durante cuatro meses la familia no pudo volver a Sastre. Se tuvieron que quedar en Rosario por la complejidad del cuadro. Los médicos dicen que las causas se desconocen, que es una enfermedad congénita y que no saben de dónde surge. Sonia estuvo leyendo mucho y vio que una de las causas posibles es una enfermedad respiratoria mal curada. También lo relaciona con los agroquímicos porque ella trabajó once años en la empresa cerealera pero prefiere pensar que esta enfermedad surgió a raíz de un resfrío mal curado.
“¿De qué me sirve no usar en mi casa ningún producto que pueda afectarle la salud si después fumigan enfrente?”
Zoe respondió muy bien al tratamiento y no le quedó ninguna secuela. Sonia dice que las maestras del jardín están maravilladas por el comportamiento que tiene y las cosas que aprendió. Pero también dice que la enfermedad la ancló en una etapa y que durante ocho meses no desarrolló la parte de ejercicios físicos. Explica que recién ahora, con dos años y medio, se sube a un tobogán sin ayuda cuando otros chicos lo hacen al año.
Sonia cuenta la cantidad de cuidados que debe tener para evitar cualquier posible infección. En varias etapas de la quimioterapia Zoe se quedó sin defensas. “Había que cuidarla de todo porque cualquier cosa la podía matar. Estábamos prácticamente aislados, siempre solos”. Dice que se la pasa limpiando y desinfectando todo y que el único producto que puede usar es lavandina.
Cuando en el mes de junio el dueño de la casa en la que vivían les pidió que se fueran porque necesitaba la casa para la hija, tuvieron que volver a su casa que está pegada a un campo. Para recuperarse totalmente Zoe debe estar en un ambiente sano, libre de fumigaciones y agrotóxicos. Por eso Sonia pregunta: ¿De qué me sirve no usar en mi casa ningún producto que pueda afectarle la salud si después fumigan enfrente?
En ese momento Sonia se acercó al grupo de Vecinos Autoconvocados y empezó a moverse con ellos. Hizo notas con periodistas y con la organización fueron al Concejo a exponer el tema y a plantear la necesidad de que alejaran las fumigaciones. La ordenanza indicaba cien metros libres de venenos pero ni siquiera eso se cumplía. Los concejales quedaron en que se iban a poner a trabajar. Fueron a la ciudad de Santa Fe a hablar con el procurador de la Corte y siguieron todos los pasos para conseguir una cautelar. Juntaron pruebas de las fumigaciones e hicieron un mapa del pueblo con la cantidad de gente con cáncer. Como resultado lograron que el amparo saliera favorable y se ordenó que debían ser cuatrocientos los metros libres de fumigaciones. Eso fue en diciembre pero en enero los productores agropecuarios se unieron y lograron que una jueza de turno anulara el amparo durante la feria judicial. “Ahora estamos nuevamente con cien metros y seguimos peleando”, dice Sonia.
Para Facundo Viola es fundamental la organización entre vecinos, sobre todo en una etapa en la cual predomina la desinformación sobre la dimensión de lo que sucede y lo que se puede hacer. “Articular entre vecinos con el asesoramiento de profesionales es fundamental para desarrollar estrategias efectivas en cada territorio que permitan imponer medidas de resguardo e inclusive promover la transformación del modelo contaminante”. Dice que por lo general el vecino afectado por las fumigaciones se encuentra solo en una situación desesperante y que en ese contexto es muy necesario “estrechar vínculos y crear lazos confiables”. “Es imprescindible que los vecinos nos animemos a dar nuestro testimonio, a contar lo que sucede”.
Hace unas semanas, mediante un escritor de Buenos Aires que investiga temas de medioambiente y que se contactó con Sonia, empezó una campaña para conseguir una petición que logre alejar las fumigaciones. Marcelo Tinelli replicó la campaña en sus redes sociales y la petición hoy ya tiene setenta y seis mil firmas. Si bien todavía no pasó nada, esperan que tanta repercusión logre ejercer presión sobre las autoridades. “Estamos muy unidos. Es justo vivir alejado de todo esto, al menos hasta que hagan otros productos que no sean venenosos”, dice Sonia.