Rosario atraviesa una de las situaciones más complicadas en relación con la violencia dentro de algunos barrios. Lamentablemente es una frase que se podría haber escrito en diferentes momentos de los últimos años. Sin embargo, existen en este presente razones particulares que van conformando el mapa de las explicaciones de lo que puede estar sucediendo en las calles de algunas zonas de la ciudad. En el medio de este clima de confrontación e incertidumbre, existen algunas organizaciones que continúan con su trabajo social en los lugares signados por esta misma violencia. ¿Estamos frente a una situación distinta a la que la ciudad viene atravesando en el último tiempo? ¿Qué mirada tienen quienes todos los días ponen el cuerpo en las zonas vulneradas de la ciudad? ¿En qué depositan sus esperanzas quienes, a pesar de todo, apuestan a soluciones colectivas? ¿Vivimos en la misma ciudad luego de dos años en que la pandemia obligó a un repliegue de algunas instituciones y organizaciones?
Foto de portada: Rancho Aparte
Apostar a un proyecto social y colectivo en cualquiera de las zonas vulneradas de Rosario siempre tuvo sus complejidades. El pulso lo marca el contexto. Eso lo saben todos y todas las que trabajan desde hace años en los barrios más alejados del centro. Lo que también saben es que la realidad de lo que allí sucede no siempre se ve reflejada en los medios de comunicación. La vida en estos lugares suele ser un fenómeno mucho más complejo y rico que lo que alberga una sección de hechos policiales. Sin embargo, se viven días agitados donde la muerte irrumpe en lo cotidiano y se convierte en tema de conversación entre los vecinos y vecinas.
Escuchar a quienes patean las calles de dos de los lugares que hoy se encuentran en el ojo de la tormenta, como son Ludueña y Tablada, tiene como objetivo encontrar algunas respuestas a este fenómeno de violencia, donde los principales destinatarios son pibas y pibes cada vez más jóvenes. Tratar de encontrar en las palabras de distintos referentes algunas de las variables que pueden no estar siendo atendidas e imaginar cuáles son los destinos posibles de esta problemática que pone a la ciudad en la atención de las agendas mediáticas de gran parte del país.
“Nosotres estuvimos estos dos años tratando de sostenernos con las pocas herramientas que teníamos, porque obviamente la cuestión escolar fue muy difícil por todo lo que sabemos de la brecha y la desigualdad que profundizó la pandemia”, analiza Laura Scopetta en diálogo con Enredando. Scopetta es docente y una de las coordinadoras del espacio educativo El Bachi del barrio Tablada. “Pudimos sostener el acompañamiento con distintas estrategias que fuimos encontrando, pero también lo que vimos durante estos dos años fue una profundización del deterioro de las condiciones materiales de vida de les vecines”, dice Scopetta que forma parte de este bachillerato de gestión social que está a punto de cumplir diez años y donde muchos jóvenes y adultos del barrio terminan sus estudios secundarios. O como ella misma lo define: “Un lugar al que muches saben que pueden acudir cuando las cosas se dificultan y necesitan algún tipo de sostén”. Este proyecto les permite a los y las docentes del Bachi tener también una mirada bastante actualizada de las dificultades que atraviesa esta zona de la ciudad y donde la docente asegura que se percibe un “cierto corrimiento del Estado”.
El pedido de la presencia del Estado es algo que también encontramos en el testimonio de Mariano Morales, quien recorre a diario las calles del barrio Ludueña formando parte de la misión pastoral que los salesianos tienen allí desde hace muchos años, y donde continúan con la labor social que inició el padre Edgardo Montaldo. La cuestión sería cómo materializar esa presencia del Estado o en qué forma sería necesaria su intervención. Al respecto, Morales comparte su análisis con Enredando: “Es necesaria una presencia desde el ámbito de la justicia, la policía, los mecanismos de niñez e incluso desde poder estar más a la mano de la gente”, y agrega: “Donde se escuche al principal actor que es la persona que vive en el barrio. Se escuche qué es lo que necesita y se pueda velar por sus vidas”.
Escuchar a quienes viven en los barrios, los actores principales de esta situación como los llama Morales, es algo a lo que apuntan en Rancho Aparte. Un espacio de capacitación para adolescentes que funciona desde el año 2012 en el corazón del barrio Tablada. Para Javier Ruiz Díaz, su referente, son momentos en donde hay que apelar a cuestiones tan simples como “mirar a alguien a la cara y preguntarle cómo le fue. Sentarse y ponerse a la par, y no desde un lugar de superioridad”, porque son gestos que pueden ser significativos a pesar de las vicisitudes que se presentan a diario. “Preguntarles si andan de novio o qué hacen en lo cotidiano, son cuestiones que los pibes no encuentran en su casa o con los amigos”.
“A veces la vida también es sencilla, no se trata de meter un montón de recursos, sino que se trata de ser humano”, asegura Ruiz Díaz en diálogo con Enredando. Para el referente de Rancho Aparte muchas de las víctimas y victimarios de la violencia en los barrios “son pibes que la pasan mal y que luego terminan cruzados en lo penal o terminan agarrando un arma por dos mangos”. En las palabras de Ruíz Díaz se reitera el pedido de apelar a lo humano y recuperar el valor de reconocerse como miembro de una misma comunidad. Esas son algunas de las cuestiones que obligaron a los y las integrantes de este espacio a volver a juntar a los y las chicas del barrio en una actividad tan simple como significativa: una merienda. Saben que eso conlleva a que se conozcan para que “el día de mañana, por lo menos tengan una duda al momento de disparar”, porque “no puede ser que se maten entre los mismos pibes que crecieron juntos”, comparte Ruiz Díaz, al mismo tiempo que recuerda con pena que no hace mucho tiempo perdieron en manos de las balas que hoy sacuden a Tablada a dos de los jóvenes que crecieron en los talleres de capacitación de Rancho.
“Pudimos sostener el acompañamiento con distintas estrategias que fuimos encontrando, pero también lo que vimos durante estos dos años fue una profundización del deterioro de las condiciones materiales de vida de les vecines”
Reconocerse, encontrarse y apropiarse de los espacios son algunos de los motivos que llevan al colectivo de artistas Arte por Libertad a intervenir muchas de las paredes del barrio Ludueña. Con el objetivo de seguir apostando a la expresión como forma de contrarrestar el gris que en ocasiones tiñe la realidad de las mismas calles que fueron transitadas hace dos décadas atrás por Pocho Lepratti, este “grupo de amigues”, como se definen, van dejando su característico camino de hormigas por cada lugar por donde pasan. Como asegura Ariel Lo Vecchio en diálogo con Enredando: “Si te fijas, los murales que están en frente de la plaza de Pocho están hace más de diez años y no tienen ninguna marca, nadie los ha tocado. Hay mucho respeto y creo que tiene que ver con que el vecino o la vecina que pasa por ahí lo siente como propio”.
Lo Vecchio forma parte de Arte por la Libertad y también es docente de la escuela primaria y secundaria que funciona a solo unas cuadras de donde todos los años se celebra el emblemático carnaval de Pocho. “Todas las actividades que planteamos en Arte por Libertad son de manera colectiva. Nosotres vamos pero, ante todo, hacemos que los demás puedan pintar. Vamos a estar al servicio de la gente del barrio y no a hacer nuestro mural”, explica Lo Vecchio.
Lo que sucede en el Ludueña no está ajeno a las charlas de este grupo de artistas y para Lo Vecchio “la conclusión es seguir metiéndole más que nunca y como podamos”, y amplía: “Nuestro aporte es mínimo, pero si logramos que una nena o nene pueda tener un ratito de juego, expresión, de estimulación a la creatividad y se relaje, es decir, que pueda encontrar en estas herramientas algo positivo para su vida; hay que darle para adelante más que nunca”.
Resaca de pandemia
“En Rancho éramos trece compañeros y ahora solo quedamos cinco” al frente de los cursos de capacitación que allí se dictan, explica Ruiz Díaz. Para el referente no existe una real dimensión de lo que son las consecuencias de no haber podido habitar el barrio de la misma manera que lo hacían antes de marzo del 2020. “Estamos debatiendo otras cosas, como por ejemplo qué es lo mejor para los pibes. Es arduo porque tenemos que ponernos a tono y pelear con todo lo que sucedió no es nada fácil”, asegura. Los interrogantes acerca de qué manera afrontar los desafíos que ahora les impone esta nueva realidad es una cuestión que marca el cotidiano de esta organización. “Parecería que la pandemia no se termina y estamos como en esa resaca. En ese vaivén de que todo arranca. Obviamente que creo que hay que seguir para adelante, porque en algún momento vamos a estar más fuertes que antes”, asegura Ruiz Díaz.
Para Scopetta, “el hecho de no haber podido estar de otra manera en la calle, donde ciertos espacios de sociabilidad estuvieron interrumpidos” puede ser una de las causas de que el territorio hoy haya sido copado por “otras lógicas”. Lógicas que ya estaban presentes, como por ejemplo la narcoviolencia, pero que al encontrar gran parte de los espacios territoriales cerrados por las restricciones de la pandemia pudieron ensanchar su poderío en la calle por no tener quién se lo dispute. Sin embargo, para la docente del Bachi el regreso a la presencialidad plena produjo que los y las estudiantes se reencuentren con “muchas ganas de todes por estar en el lugar”, y agrega: “Se nota mucho el entusiasmo por compartir y hacerse cargo de las cuestiones que requieren el funcionamiento de la escuela”.
El compromiso que este proyecto educativo tiene con Tablada hizo que durante los meses más álgidos de la pandemia tuvieran que articular con otras organizaciones, con el objetivo de poder gestionar cuestiones básicas como asegurar el alimento a muchas de las familias que conforman el espacio. Situación que, para Scopetta, aún requiere de atención porque “mucha de la gente del barrio accede a empleos que son informales o trabajos no registrados que estuvieron interrumpidos durante un tiempo extendido en los meses de pandemia”. Sumado a que la situación económica actual del país no da tregua, si miramos la suba del precio de los alimentos.
“Son pibes que la pasan mal y que luego terminan cruzados en lo penal o terminan agarrando un arma por dos mangos”
El trabajo es una cuestión sobre la que también puso énfasis Morales: “Sin duda que si no estamos nosotros la gente se queda sola y le regalamos los espacios del barrio a los que hacen mucho daño. Pero sabemos que son una minoría, porque la mayoría de la gente que vive acá quiere tener su casita, su pan de cada día en la mesa, una familia tranquila y sobre todo quiere progresar y tener un trabajo digno”.
Para el referente salesiano, las charlas con los vecinos y vecinas del Ludueña le permiten tener la certeza de que existe una voluntad por mantenerse al margen de las problemáticas que hoy aquejan al barrio. Aunque no se contenta con que las ofertas del mundo del trabajo solo se acoten a tener que hacer changas o salir a cartonear. “Hemos llegado a tener que analizar de qué manera nosotros también cuidamos esos trabajos, que en muchos ámbitos no son considerados”, dice Morales y agrega: “El cartonero, el que se busca la vida o sale a cirujear suele estar mal visto”. Para el referente salesiano se requiere de la “presencia activa” de quienes tienen posibilidades de ofrecer otras alternativas laborales para “poder ayudar a estas personas no solo con un plan social, sino con algo que realmente intente atender al problema que está en la raíz”.
Bombas pequeñitas
Lo Vecchio encuentra las huellas de la situación que atraviesa el Ludueña en los y las niñas con las que se contacta, tanto en los eventos que organiza Arte por Libertad como en su tarea de docente de la primaria. “Lamentablemente el pospandemia está dificilísimo en todos lados y el barrio no es una excepción. Hay un desarrollo de la violencia muy grande que se evidencia sobre todo en la niñez”. Para Lo Vecchio es algo que se percibe con “solo verlos” para notar que son portadores de “un dolor y un sufrimiento que no está bien”.
“Me pasa mucho de escuchar en la escuela comentarios muy fuertes. Los y las nenas lo hacen como algo cotidiano. como si nada, como si dijeran que fueron a la plaza, pero te cuentan que la casa se les llenó de policías y se llevaron al papá. O que a la noche hubo tiros en su casa y se tuvieron que esconder”, comparte con preocupación Lo Vecchio.
“Nosotros trabajamos siempre con toda la franja etaria, pero últimamente empezamos a apuntar a los más chicos. A los pibes de 12 y 13 años que son quienes se quedan como en un limbo”, dice Ruiz Díaz. Para el referente de Rancho Aparte se trata de un escenario social nuevo al que deben enfrentar agudizando al máximo todas las posibles soluciones, preguntándose permanentemente si aquello que se está llevando a cabo arroja verdaderos resultados en la vida de los y las pibas de Tablada. “Pasaron cosas y en esa transformación también nos tenemos que pensar y se tienen que transformar las ideas y los recursos. No podemos todavía discutir cuestiones con recursos pre pandémicos. El tiempo pasó, los pibes cambiaron, su cabeza cambió y nosotros también cambiamos. Por lo tanto, hay cosas que tienen que dejar de darse y empezar a hacerse otras”, asegura Ruiz Díaz.
“Si logramos que una nena o nene pueda tener un ratito de juego, expresión, de estimulación a la creatividad y se relaje, hay que darle para adelante más que nunca”
“Cuando se da algún episodio de violencia saben que pueden acudir al Bachi”, cuenta Scopetta y agrega que es la misma escuela la que hoy articula este tipo de situaciones con otros dispositivos con el fin de poder tener un seguimiento de los hechos y buscar posibles soluciones. “Eso hace que podamos estar mucho más tiempo en el lugar, siempre con las puertas abiertas, y donde les vecines saben que pueden acercarse, ya sea para un acompañamiento, atender una situación en particular o como un espacio de escucha que también es importante”, detalla Scopetta.
Las organizaciones sociales que se instalan en un determinado barrio con un fin concreto, frente a este panorama tan complejo, terminan siendo lugares seguros donde acudir a la hora de buscar algún tipo de contención. Morales los denomina “espacios de vida”, y detalla: “Me gusta nombrarlos así porque son espacios donde las personas tienen una oportunidad, donde pueden ser ellas mismas y no tienen que estar resguardándose de que alguien les va a hacer daño”. Morales se refiere puntualmente a los comedores, escuelas, clubes, capillas y comunidades que funcionan en el Ludueña, pero que también tienen su correlato en otras zonas de la ciudad. “Porque los procesos del Estado son mucho más lentos y las respuestas concretas la gente la recibe en estos espacios de vida”, afirma el referente salesiano.
Para adelante
“De acá a diez años va a ser todo por computadora y creo que hay que apuntar ahí”, avizora Ruiz Díaz mientras imagina las condiciones de lo que puede ser un futuro cercano. A pesar de las dificultades del contexto, propone apuntar a “lo nuevo” donde los pibes y las pibas “la tienen más clara y se van a apropiar de cosas que a nosotros nos cuesta manejar”.
El referente de Rancho Aparte se identifica como alguien que “quiere hacer algo” por quienes recién comienzan a transitar las calles de Tablada y cuenta con una premisa: “Hay tanta gente haciendo el mal que tratar de hacer el bien está bueno”. Al mismo tiempo, tiene presente que emprender ese camino “no significa que va a ser más rápido o que no vas a renegar”, por eso continúa apostando a la construcción en coordinación con espacios que funcionan en otros barrios. “Yo estoy en Rancho, pero no es mío. No es así. Eso va a estar para el que venga, para el que se acerque, en definitiva, para los pibes”, explica Ruiz Díaz y amplía: “A los lugares los hacen los pibes. Si un lugar que tiene de todo lo ves vacío, tenés que pensar que algo anda mal”. Para el referente de este espacio de capacitación, las ganas de continuar en el proyecto se renuevan cada vez que alguno de los pibes y pibas que transita por el espacio termina sus estudios, emprende un proyecto de familia o consigue trabajo. “Tal vez me conformo con poco, pero para mí eso es un montón”, asegura.
En el mismo sentido, Scopetta analiza que un futuro diferente lo podemos trazar en función de grandes dimensiones de cambios, pero también “pueden ser estas cuestiones, digamos, más chicas, pero no menos importantes”. Para la docente se trata de lograr que cada trayecto de vida que pasa por las aulas del Bachi pueda “por lo menos animarse a imaginar que también son capaces de hacer otras cosas con sus vidas”.
“No elegimos hacer un bachillerato popular en cualquier otro lugar, sino en un territorio en el cual creemos que es necesario que exista”, explica Scopetta y no niega las complicaciones por las que deben atravesar para sostener el espacio, pero rechaza las miradas “estigmatizantes” respecto a lo que sucede. Miradas que muchas veces pasan a ser la visión que la propia gente del barrio va construyendo sobre sí mismos “como si no hubiera otro destino posible”.
“La violencia no está en la naturaleza o en la idiosincrasia de los habitantes de Tablada”, sostiene Scopetta y más bien la relaciona con “con procesos estructurales muy complejos a los que hay que buscarles una solución”.
Pensar en las condiciones estructurales es abordar las consecuencias de un problema que claramente excede a las dificultades que enfrentan solamente estos dos barrios de la ciudad. O como lo explica Lo Vecchio: “A nivel local, nacional y mundial todo tiende a aumentar la desigualdad”. Es en esos momentos en que el integrante de Arte por Libertad visualiza la magnitud de las problemáticas que abordan en lo cotidiano y cuando le resulta más complicado encontrar alternativas. “Lamentablemente, la riqueza está cada vez más concentrada y existe una bajada de línea muy pronunciada desde la cultura, donde lo único que importa es la capitalización de la riqueza”.
Frente a este contexto general que no parece entregar soluciones inmediatas, el interrogante es dónde depositar las esperanzas o de qué manera buscar los incentivos que permitan continuar con la tarea social que emprenden muchos de estos referentes. “Es el lugar donde quiero estar y donde construyo desde hace muchos años”, explica Scopetta, “cuando voy al Bachi, lo hago con alegría porque es el espacio donde tengo ganas de ir”.
En el caso de Lo Vecchio, el sostén lo encuentra en “el ejemplo de las demás personas” que trabajaron y trabajan por mejorar las condiciones de vida del Ludueña. “¿Qué sería de este barrio si no hubieran estado Edgardo o Pocho?”, se interroga y no tiene dudas: “Fueron personas imprescindibles que te demuestran que el esfuerzo vale la pena y, por lo tanto, hay que seguir por ese camino”.
Morales se reconoce como un “hombre de fe”, por lo que deposita sus esperanzas también en el “Dios que habita en las familias y las personas del barrio”, y agrega que: “Los de afuera son de palo”. Al mismo tiempo, asegura no tener las respuestas a las emergencias sociales que aquejan al Ludueña. “Las respuestas no las tenemos claras, al contrario, son más bien grises u oscuras”, es por esto que, el referente salesiano, en los momentos de mayor complejidad encuentra su sostén en la fe que lo “impulsa a seguir para adelante”.