“Reaparecidos. Retratos de jóvenes ausentes” es la muestra de nueve pinturas al óleo realizadas por el artista y docente Ariel Gabiniz, en el marco de la campaña “Basta de matar a nuestros alumnos” que hace años impulsa Amsafé Rosario. Una obra que rescata del olvido los gestos vivos de pibes/as muertos en un contexto de violencia y desigualdad social. El arte que retrata la ausencia. La acción política de recordar sus historias.
Fotos: Amsafé Rosario
Los cuerpos que Ariel Gabiniz fotografió primero, que luego dibujó en blanco y negro a tamaño natural y que después pintó al óleo sobre un lienzo de 2 metros de altura, son cuerpos de jóvenes que van desde los 11 hasta los 25 años. Chicos que ya no están, que en su mayoría fueron asesinados por la violencia urbana que desde hace más de una década sepulta sus vidas en La Piedad, el cementerio municipal que tiene la ciudad de los pibes sin calma.
Por decisión del artista no figuran los nombres de los nueve retratos, pero lo que en ellos sí habita es el recuerdo de quiénes fueron, de cómo eran. La memoria colectiva, la personal también, se presenta amorosamente a través del arte que propone Ariel; de sus pinturas que traen al presente la imagen viva de esos pibes: sus gestos vitales, amigables, cotidianos. Una sonrisa; la pelota, la pose pícara frente a la cámara. Un instante de vitalidad entre las sombras de un Estado que muy poco se detiene a mirarlos, a observar esos gestos, y esas vidas de la manera en que lo hizo Ariel mientras compartía mates y charlas junto a ellos.
Pero las ausencias duelen; buscar retratarlas se transformó para este artista rosarino en una estrategia para transitar su propio duelo que es un poco el duelo de muchos: los docentes, las familias, los amigos. “Son representaciones de jóvenes que no están, y la idea es apoyar la campaña “Basta de matar a nuestros alumnos” que impulsa Amsafé. Son fotos de mi archivo personal, yo fui profe de ellos en la zona sur y en la zona norte. Con algunos trabajé varios años y esta muestra tiene que ver con mi duelo, con esta pérdida personal de estos pibes queridos. Son jóvenes que murieron entre 2019 y 2022 y no salieron en las noticias, por eso hay otros 4 retratos que son jóvenes asesinados en casos que fueron resonantes en la prensa”, entre ellos el de Franco Casco.
La muestra “Reaparecidos. Retratos de jóvenes ausentes” se presentó en la sede de Amsafé Rosario, el espacio que Ariel eligió para mostrar las pinturas sobre tela que están colgadas en uno de los salones de la sede gremial. La elección no es casual: Ariel además de artista es docente como muchos otros compañeros de trabajo con los que comparte ese mismo dolor, esa misma bronca ante la muerte cotidiana de un/a alumnx.
“Lo primero que me pregunté es como nadie dice nada de esto, en el 2020, en el 2019 se sucedían las muertes como ahora, hace más de 15 años viene sucediendo. Hice esta muestra un poco por bronca, dolor, impotencia. Varios de los jóvenes que están acá retratados son pibes que se rompieron el alma para ser algo un poco mejor de lo que eran. Hicieron lo moralmente asequible, igualmente terminaron con un balazo en el pecho. Es lamentable que el lugar donde nacemos nos condicione de una manera tan cruel”, dice Ariel. A su alrededor, maestros de distintas escuelas de barrio lo escuchan con los ojos llorosos como si sus palabras reflejasen lo que cada docente atraviesa en su tarea cotidiana. El banco vacío; la ausencia. El duelo colectivo.
Uno de los objetivos de Ariel es pegar en las paredes de la ciudad las figuras de los chicos dibujadas en carbonilla. Llenar los muros con sus gestos; que esa aparición logre interpelar a una sociedad rosarina que naturaliza el crimen social, la muerte sistemática de jóvenes pobres cuyas vidas no superan los 25 años de edad aunque muchos de ellos sueñen con llegar a grandes como lo hacía Dalma, una de las chicas que Ariel retrató con su cara sonriente, su pelo recogido y su buzo adidas color azul.
¿Por qué el arte? Tal vez recordarlos, en este caso a través de la pintura, represente un modo de construir memoria colectiva, memoria popular. Pero el arte no lo puede todo, dice Ariel con resignación. “Ojalá seamos más artistas trabajando sobre esto pero la realidad no va a cambiar. Acá el problema es la desigualdad, estos cuerpos son sometidos porque son cuerpos pobres” señala el artista que se inspiró en la obra de un pintor francés que estampó en serigrafía miles de cuerpos en tamaño natural al cumplirse los 150 años de la Comuna de Paris. En México se han formado distintos colectivos que bordan los nombres de los desaparecidos a causa del crimen organizado y uno de ellos es Fuentes Rojas. “Hacer una acción colectiva que respondiera a la necesidad de hablar de las víctimas como vidas irremplazables versus ‘daños colaterales’, como no quedarnos inmóviles y en silencio, como afrontar la muerte y el dolor de una sociedad en proceso de deshumanización. Entonces atendimos al llamado de rescatar la memoria, primero escribiendo con gris los nombres de las víctimas de la violencia en el piso del parque, apoyándonos en la base de datos de Un día menos aquí. Sin embargo, no fue suficiente, así que, en nuestras reuniones, llegamos a la idea de nombrar a nuestros asesinados con el bordado zapatista que funciona como cimiento de difusión de su pensamiento; esta fue la urdimbre en la que surgió Bordando por la Paz y la Memoria. Una Víctima, un Pañuelo” puede leerse en el documento de la UNSAM, “Bordar la ausencia. Crónica de un duelo bordado”.
Lo que hace Ariel Gabiniz, lo que otros colectivos de artistas locales estampan en las paredes de la ciudad con frases y murales son acciones colectivas que buscan nombrar y retratar las vidas que sí importan aunque el sistema se empeñe en invisibilizarlas detrás de cifras de homicidios que se acumulan por día.
Vidas e historias como las de Dalma y Leo, dos hermanos que crecieron a la intemperie en la zona sur de Rosario, en el barrio Flammarion. Ninguno de los dos tuvo demasiadas posibilidades para sortear un destino fatídico. Los dos murieron en circunstancias vinculadas a la violencia y la pobreza extrema. Los dos sonríen a cámara en los retratos que hizo Ariel, atravesado por el dolor de haberlos conocido y recordarlos con toda su vitalidad. Carolina es una de las trabajadoras del Estado que también llegó a establecer vínculos con ellos en su rol de acompañante personalizado y más tarde, en el trabajo que realizaba en el CCB del barrio. A Leo lo conoció cuando tenía 11 años. Dalma transitó su niñez y parte de su adolescencia en el Hogar del Huérfano hasta que pudo volver a su barrio para intentar construir un proyecto de vida. Dalma soñaba con eso. Con vivir en una casa con cortinas, con tener su familia. Con tener un trabajo.
Los dos llegaron a ser parte del Espacio Jóvenes y Memoria que funciona en el Museo de la Memoria de Rosario. Allí estuvo Carolina, siendo testigo de su felicidad cuando por primera vez conocieron el mar en el tradicional encuentro de jóvenes de todo el país que se realiza en Chapadmalal.
– Tengo una foto de ella en el mar y la veo y me pregunto que pasó, que pasó en el medio. Recuerdo a Dalma lléndose en bicicleta cuando le conseguimos un trabajo que era re precario pero ella iba entusiasmada. Creció en el Hogar del Huérfano, había vuelto al barrio, la había peleado de una manera tremenda, ella nos decía que se imaginaba viviendo en una casa con cortinas, se imaginaba siempre cómo iba a ser su vida cuando fuese grande. Que injusticia la puta madre.
Carolina mira los retratos de Ariel y se emociona. Tiene bronca y un nudo en la garganta que casi no la deja hablar pero lo intenta porque quiere recordar a Dalma y Leo, porque hablar de ellos es una necesidad frente a la apatía social. “Que injusta esta sociedad que mira a los pibes con tanto desprecio, no saben del esfuerzo cotidiano que hacen, las ganas que tienen para levantarse, para conseguirse lo que van a comer, para cuidar a sus hermanitos, y en esas condiciones tremendas en las que viven hacen lo posible para sobrevivir, ir a la escuela, acercarse al centro de salud”.
Dalma murió en el 2020, en contexto de pandemia por Covid 19. No hay notas en el diario que hablen del hecho, solo una carta de una trabajadora que al igual que Carolina y Ariel, la recuerda con todo el amor y con todo el dolor. En ella escribe: “Dalma era especial, todo aquel que la conocía quedaba marcado por una sensación movilizadora, una fuerza y una energía muy profundas. Su dolor se disfrazaba de bardeos instantáneos, yo la conocí así. Hace un mes fue madre, la idea de tener hijes la hacía sentir esperanzada. Pero salió al patio de su casa a tirar la basura, algo la descompensó y el tren la pasó por arriba. Sí, el tren, porque su casa está hecha al ras de la vía. Muchas casas están hechas al ras de la via porque no queda otra, porque la vida es injusta para la mayoría de las personas, en menor o en mayor medida, pero injusta al fin”.
A Carolina todavía le cuesta creer lo que pasó. “Yo me aferro a la idea de que ella no podía estar tan triste sin que nos diéramos cuenta. Pero a veces es tan profunda la herida y las cosas que podemos hacer quedan chiquitas al lado de tanta injusticia.”
A Leo, su hermanito menor, lo mataron un año antes, en el 2019. Quedó atrapado en medio de una balacera frente a las puertas de un búnker que funcionaba a metros del CCB. Un relato que se volvió tan cruel como cotidiano en las crónicas policiales de los medios masivos. “Fue tremendo. Leo era como un nene, tenía 17 años. Era muy sensible, siempre parecía enojado con el mundo, era la forma que tenia para que las cosas no le hagan tanto daño. Era cabeza dura, íbamos al mar y no se llevo nada de abrigo”, recuerda Carolina en medio de su propia tristeza.
Leo fue parte del grupo que investigó, en el marco del proyecto de Jóvenes y Memoria, las condiciones de detención durante la dictadura y en el presente. Dice Carolina: “hicieron una investigación sobre las cárceles e hicimos un intercambio con jóvenes que estaban presos en la unidad 3, ellos les hacían preguntas. Iban investigado cómo eran las condiciones actuales y cómo habían sido para los presos políticos de la dictadura. A partir de eso hicieron una performance en una jaula que construyeron ellos. Eran personajes inventados por ellos, Leo hacia de preso vip, disfrazado con un traje, y el estaba re contento de jugar. Era muy dulce”.
Cuando recuerda a Dalma, Carolina se quiebra. “Era un flash”, responde sin pensarlo. “Dalma había hecho unos cursos de peluquería y se había logrado comprar algunas tijeras. Tenía muchas ganas de aprender, era muy talentosa. Pero se le hacía todo muy difícil. Es como un castillo de cartas, todo lleva mucho esfuerzo para los pibes. Yo nunca vi a nadie intentar tanto como lo hacia Dalma”.
¿En qué falla el Estado? ¿Qué hace falta para retener estas vidas que se escapan? Carolina intenta ensayar alguna respuesta. Pero más allá de la complejidad, apunta con claridad: “Hacen falta espacios de cuidado en los barrios. Que los pibes puedan habitarlos. No tienen nada, más allá de la escuela o el centro de salud. Un lugar donde estar, eso hace falta, que haya alguien que los quiera cuidar y que tengan recursos. Antes éramos diez trabajadores en el CCB y ahora solo hay dos personas. Es impresionante el deterioro que hubo en los últimos 10 años. Los pibes no tienen nada”.
Ante la nada, el arte se transforma en una herramienta social, en una forma de retratar un duelo colectivo, un dolor personal; en un arma poética para construir memoria y quizá, porqué no, un poco de justicia rescatando del olvido y de las sombras las historias de los pibes que ya no están.