El trabajo como lugar de desarrollo personal, profesional y grupal. La foto como testigo de la historia. La mirada construida desde lo colectivo. El ojo detrás del lente que encuadra y dispara su verdad. Recuperando a Rodolfo Walsh, el trabajo del fotoperiodismo trata de dar testimonio en tiempos difíciles. Derechos humanos, feminismo y sindicato. Y los pequeños fuegos que serán hoguera.
Foto de portada: Héctor Rio
Antes que nada, Celina Mutti Lovera se siente una trabajadora. Una trabajadora de prensa, una fotorreportera, una comunicadora visual de la noticia. Su lugar de enunciación orbita alrededor del trabajo. Oficio, expertiz, profesión. Se presenta a través del hacer. Y es que el trabajo fue vertebrando la vida de Celina. “El trabajo es una de las patas fundamentales de mi ser”. Siente que en la redacción del diario se terminó de formar como persona y como laburante. “Todo lo que puedo decir con respecto a los valores del trabajo colectivo lo aprendí y lo transité en esa redacción. Identificarme como trabajadora de prensa lo aprendí caminando ahí”.
Celina entró a trabajar en el diario La Capital antes del cambio de siglo. Era noviembre de 1998 y la sección de retoque fotográfico había quedado desierta porque coincidió que algunos trabajadores dejaban de trabajar y otros salían de vacaciones. El diario necesitaba con urgencia alguien que supiera manejar Photoshop. La Celina del siglo pasado, diseñadora gráfica que entró como retocadora fotográfica, jamás se imaginó que esa situación puntual sería el principio del camino en el que encontraría el lenguaje que marcaría el resto de su vida: la fotografía.
Los roles que le pueden caber a una diseñadora gráfica en un diario están, en principio, vinculadas con la diagramación, el marketing o el retoque fotográfico. Esto último es lo que hacía todos los días Celina: trabajar con fotos. De esa manera descubrió que ese lenguaje la representaba. “Es lo que necesito para poder expresarme”, pensó. Y hacia ahí fue. Empezó a salir con sus compañeros fotógrafos tratando de aprender el oficio desde sus miradas. Hasta que en un momento decidió que ya no quería estar más sentada retocando fotos: su lugar era la calle.
A medida que iba descubriendo y aprendiendo el oficio, Celina fue sintiendo el deseo de hacer toda su carrera en el diario. “Yo acá me quiero jubilar”, pensó. Y es que no había en Rosario un lugar donde poder ejercer el trabajo de reportera gráfica, que necesariamente debe ser en un medio de comunicación. En ese momento recién arrancaba el diario El Ciudadano. Por eso Celina vio en la redacción una posibilidad y un horizonte: “Sentía que ese era mi lugar en el mundo”.
La Celina que supo tempranamente que querría jubilarse en esa redacción, hoy analiza que la nueva camada de periodistas jóvenes “está muy atravesada por el capitalismo neoliberal”. No se refiere específicamente al diario La Capital sino en general. “No se ven a largo plazo en ningún trabajo. Entonces tampoco se ven haciendo vínculos a largo plazo y tampoco se ven luchando por esos espacios con la vehemencia que podemos tener los más viejos”. En el planteo no hay un romanticismo ni un anclaje al pasado mejor. La lectura es más ancha, más larga, más profunda. “Hay un quiebre que tiene que ver con el capitalismo feroz que estamos atravesando y que imposibilita tener un vínculo del que te sientas parte”.
El poder de lo colectivo
Celina fue construyendo una mirada propia, una forma de ver el mundo, un modo de retratar la ciudad, la desigualdad, los conflictos. Y aunque en ese momento no era la Celina feminista en la que se fue convirtiendo, ya había un germen. Esa semilla está presente en su propio archivo al que volvió hace poco tiempo a raíz de un evento desafortunado: formateó por error un disco externo con todos sus trabajos. Pudo recuperar algunas cosas. Y en esa navegación desesperada por salvar del agua algunos documentos, se reencontró frente a frente con su propia mirada, en una suerte de espejo de la historia, como en una ventana al pasado.
Era enero de 2002 y había ido a cubrir una manifestación frente a un banco. La fuerza de algunos hechos en la memoria nacional hace que para situar el contexto baste con asociar rápidamente la fecha con las palabras banco y manifestación. “En todas mis fotos la mirada estaba puesta en las mujeres que iban a luchar”, descubrió la Celina de este siglo. “Las mujeres enfrentándose a la policía, las mujeres golpeando las puertas del banco, las mujeres con cacerolas. Mujeres y niños es una temática que atraviesa absolutamente todos los años de mi fotografía. Aunque en ese momento no lo sabía”.
En esta historia, la pulsión de ir hacia el lenguaje fotográfico apareció en el devenir. Puede haber ocurrido algo parecido con el foco que Celina fue poniendo en las mujeres desde entonces. En un intento por desentrañar la cosa, hoy ensaya sobre aquello que antes no sabía. “La mujer en general tiene algo de su vida atravesado por lo colectivo, en red, que a veces es difícil verlo en los varones. Todo lo que va a encarar, lo encara con otra. Y eso te hace fuerte, de una manera casi indestructible”. Celina cree que de forma más o menos consciente está presente “la semillita de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”. Al respecto, interpela: “¿Cómo no vas a salir a pelear vos si esas mujeres se pusieron enfrente de los militares? Quieras o no, es nuestra historia. De ahí nacemos también”. Subraya el carácter de lo colectivo, ese hacer con otras. “No era una sola, era un grupo, así fueran tres o cuatro. Después fueron cientos. Pero siempre acompañadas. Eso hace nuestra fuerza”.
La potencia del fotoperiodismo, que nace a finales del siglo XIX pero adquiere toda su fuerza durante el siglo XX, está relacionado con la capacidad que tienen las fotos de documentar, atestiguar, testificar, dar cuenta de una época, de un proceso o de un instante. Esas fotos que pasan a formar parte del flujo de la historia funcionan como memoria, huella y archivo. “Uno es como el intermediario. Vamos, estamos atrás de la cámara y hacemos clic”, dice, y agrega: “El poder que tiene la fotografía con respecto a la construcción de la memoria colectiva de un pueblo es enorme”.
Celina recuerda un trabajo que hizo por fuera del diario, con Isis Milanese, en el marco del aniversario número 40 del golpe de Estado del 76`, año en que casualmente también nacieron Celina e Isis. La Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) había compartido con sus socios unos archivos que habían liberado algunos fotógrafos, entre ellos Daniel García. Una de esas fotos fue la que eligieron Isis y Celina: las Madres en la Plaza de Mayo en Buenos Aires miran a cámara en un día de mucha lluvia. La plaza está inundada y ellas están con los pies en el agua.
El trabajo consistió en hacer una gigantografía de la foto que usaron de fondo y delante de ese “telón” retrataron a algunas personas atravesadas directamente por la dictadura, entre ellos, hijos de desaparecidos y algunas Madres de Plaza de Mayo. El dispositivo fotográfico posibilitó el diálogo de las generaciones. Las épocas históricas se encontraban en un mismo encuadre. Pasado, presente y futuro como capas de una cebolla.
Cuando el fuego crezca quiero estar allí
“Si hay algo que tengo que agradecer en reconocerme como trabajadora, se lo debo al sindicato”. El historiador Adolfo Gilly había caracterizado a la organización sindical como la anomalía argentina. Celina siente que desde su entrada al diario el gremio le fue dando ese sentido de pertenencia al colectivo de trabajadores de prensa. Es un ámbito laboral históricamente masculinizado: en la sección Ciudad que supo tener relación de paridad en este momento hay una sola mujer y cinco varones; en el rubro específico de Celina son cinco fotorreporteros varones y dos mujeres. En ese contexto cuenta que las mujeres del diario han ido marcando al sindicato las cuestiones de agenda en relación con la lucha por la legalización del aborto, con respecto a la violencia de género o a la necesidad de elaborar un protocolo de violencia contra la trabajadora. “Estuvimos haciendo una marca personal para que esas lecturas no se perdieran”, dice Celina. De la misma manera iban abriendo la agenda adentro de la redacción. “Las agendas hay que imponerlas, si vas a preguntar te van a decir que no”.
La represión a los trabajadores de prensa, especialmente a lxs fotorreporterxs, no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, este actual gobierno nacional pareciera tener una saña particular, en la misma línea en que vocifera textualmente que ´no odiamos lo suficiente a los periodistas´. Los registros visuales de las marchas y sobre todo de las represiones es algo que molesta sobremanera porque documenta, testifica y explicita lo inocultable. Pero sobre todo porque permite en muchos casos identificar a los ejecutores y reconstruir, como en el caso de Pablo Grillo, las trayectorias de los disparos y las intenciones de las fuerzas represivas en las ocasiones en que no buscan disuadir sino tirar a matar. Como otro botón de muestra, a poco de cumplirse veintitrés años de la Masacre de Avellaneda, el registro del fotógrafo Sergio Kowalewski fue el que permitió desmontar el ocultamiento del rol de la policía en el crimen de Darío Santillán.
“Siempre fuimos un blanco para los gobiernos que no quieren que mostremos la represión, la desigualdad, los desastres que están haciendo”, dice Celina, y señala una cobertura de un compañero de ARGRA que retrató a los fotógrafos que últimamente van a trabajar en las coberturas vestidos con cascos y máscara antigas. “Es una locura que nos acostumbremos a esto. Ellos mandando a reprimir y que no suceda nada”.
Sobre la lucha de los jubilados, dice repetidamente: “Admirable, admirable, admirable”. Piensa en voz alta y arroja al aire una serie de preguntas: “Nos pone a nosotros frente a un espejo. Salimos a apoyar a los jubilados, pero ¿qué es lo que estamos haciendo nosotros? ¿Nuestra propia lucha? ¿Nuestras propias pérdidas? ¿Cómo no salimos? ¿Qué es lo que estamos esperando?”.
´Él tenía un arma de creación masiva, una cámara fotográfica´, dijo Ricardo Mollo el 15 de marzo al dedicarle un tema a Pablo Grillo en un show que dio Divididos en el Anfiteatro Humberto De Nito de Rosario. Celina sostiene que actualmente el odio y el maltrato que disemina el gobierno nacional se esparcen en todas direcciones. “Este gobierno le pega a todos los que tratan de construir colectivamente”. Por eso, apunta a la unión de los fuegos individuales. “Con los fueguitos individuales no estamos llegando. Tengo la esperanza de que estos pequeños fuegos nos juntemos y hagamos una hoguera porque es insostenible”. Ella pone a disposición su arma de construcción masiva: “Desde el laburo siempre trato de poner mi herramienta a disposición. Hay una desigualdad, tratar de estar. En los medios grandes es más difícil, pero en los archivos lo voy construyendo. En algún momento servirán”.